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En la sociedad de la desconfianza y del victimismo: pensar alternativas

Gonzalo Rojas Ortuste

Politólogo, Profesor de postgrado.

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Con motivo de la realización del censo reciente ha desnudado en nuestro país la profunda desconfianza con los órganos públicos, el INE en primer lugar, y el gobierno de manera más amplia y el régimen masista prevalente desde hace casi dos décadas. Esta es la cosecha más evidente y preocupante del continuo adoctrinamiento del “proceso de cambio” que se ha prodigado en la descalificación de quienes no son sus seguidores incondicionales. Niveles de intolerancia, con conatos de violencia abierta, como constatamos diariamente, ocurren incluso entre “hermanos” que apoyan al caudillo del Chapare y los otros nucleados alrededor de la burocracia estatal centralista.

Ha sido tan persistente y sistemática esta prédica, que sin exageración podemos calificarla como de odio; que, naturalmente, ha producido o reactivado reacciones también negativas en sus destinatarios, en lo moral y emocional. Así, las advertencias y suceptibilidades que se han manifestado de manera extendida con motivo de algunas preguntas de identificación personal que revelan la sospecha, creciente, de que el autoritarismo muestra su lado más temible por el lado de la represión -que no justicia- propias de un Estado policíaco. El “le meto nomás” ha mostrado ser la guía de acción, por supuesto del largo periodo de Morales Ayma, y también de Arce Catacora. Incluso en esta última fase, para mostrar mayor rudeza, con detenciones arbitrarias de opositores -que tiende a agudizarse contra ciudadanos/as destacados como el Ing. Villegas- y transgresiones legales y constitucionales que compiten en gravedad con la inobservancia del mandato del 21F.

Del diagnóstico anterior, compartido con varias visiones críticas de nuestro momento y parcialmente -pues evitan aludir a las responsabilidades del régimen- con misiones internacionales de derechos humanos, hemos de avanzar en algunas líneas para intentar remontar esta situación que no auspicia nada bueno de persistir. Para eso sirve un diagnóstico, no importa si es duro, si se gana en claridad.

Por la dimensión de la gravedad en ciernes, no solo en el ámbito puramente político, sino por signos evidentes de problemas económicos que tienen que ver con el final del ciclo de la bonanza gasífera y su despilfarro, ya estamos entrando a un periodo preelectoral, así haya por delante año y medio antes de que el actual gobierno llegue a su término por mandato constitucional. Es que no estamos en tiempos “normales”, y es preciso que vayan tomando forma opciones políticas que respondan a las dificultades bosquejadas arriba. De hecho, el oficialismo, en las dos vertientes de seguidores de sus respectivos “jefes”, lo están haciendo de manera bulliciosa y multitudinaria, vía festejos de aniversario y los anunciados congresos de “unidad”.

En cambio, del lado de las fuerzas opositoras lo que hay ahora es más bien una explosión de precandidatos(as) presidenciales en absoluta asimetría con sus grados de organización política, notoria falencia tanto en las siglas formalmente establecidas como en las pretendidas por formarse, dizque, ante la convocatoria de estas figuras presidenciables.

Debemos tener en consideración un panorama más amplio que el nacional. Toda la región, y más allá incluso, está viviendo situaciones de polarización y emergencias de caudillos de opuesta retórica política, pero idéntico desprecio por los límites constitucionales republicanos propios de una democracia moderna. Sabiendo que no se trata de asumirse víctimas, y peor actitudes de victimismo, es preciso en insistir en proyecto(s) de país con campo para todos, con respeto a derechos humanos, señaladamente también del actual oficialismo. Desde luego que no se ignora que el conflicto y su administración son parte de la política, pero no lo es todo y obviamente no la parte más interesante y humana: la de la construcción incesante de un orden social y político más amigable que la persecución del contrario. Y sobre todo la organización de la ciudadanía, con referentes de liderazgos de distinta estatura y estilo, pero aunados en un proyecto mínimo ante el descalabro que ya empieza a asomarse. En 2019 se consiguió una confluencia similar a la que estamos postulando. Hay cosas que han cambiado, sin duda; pero algunas son equivalentes al del quebrantamiento del 21F; autoprórroga de magistrados, limitación a una de las tareas centrales de la Asamblea Legislativa, y el continuo comportamiento violento del oficialismo afín a sus amenazas verbales. Por ello es que no hay encuesta más o menos creíble que dé a ningún posible candidato cifras expectantes.

Hemos escrito en otras entregas que el masismo es un proyecto acabado que, empero, perfila una larga agonía. Se trata de abreviar ese languidecimiento en bien de todo el país. Eso exige liderazgos que, en sus organizaciones sociales o débilmente políticas, digamos ámbitos de vigencia, orienten la convergencia para algún momento, pronto, un conjunto de tales liderazgos que incluye a los políticos opositores acuerden un sistema que resulte legítimo para una suerte de elecciones primarias que puede o no ser las obligatorias calendarizadas para este año por el TSE, que por ahora no es abiertamente sumiso al régimen. Pero se requiere despliegue político/ ciudadano ya.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Gonzalo Rojas Ortuste

Politólogo, Profesor de postgrado.

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