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Escenas de “El mecanismo” nativo

María José Rodríguez Beller

Consultora internacional en reputación y crisis.

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Escena 1. E abogado y lo hace saber. Habla fuerte y apurado, al aire. Tiene conectado al oído un audífono que es también micrófono. Mira al frente, al televisor pequeño empotrado en el respaldar del asiento que tiene enfrente. Está en un avión, sentado  a menos de un metro del otro pasajero (pasajera). Entre frases como “hay que hacer ese seguimiento”, “ya le dije a ese idiota que no soy auditor”, lanza nombres de asambleístas, empresarios y burócratas. Es abogado, repito. Debió firmar  un convenio de confidencialidad y ahora, en esta demostración de micropoder, lo está vulnerando. Solo hace falta unir dos nombres con noticias de la semana para saber a cuál de los casos de supuesta corrupción se refiere.

Cuando ella entró al avión. Él ya se hallaba sentado al lado del pasillo, en primera. Ella se paró frente a su asiento, abrió la mochila para sacar la Mac, y de ella saltaron las chompas , los chales, el juguetito de goma para el sobrino y los dulces de regalo. Todo  por el impulso del efecto resorte que crea el empacar a velocidad cosas que superan la capacidad de una mochila. Los dulces ruedan por el pasillo y comienza a recogerlos pidiendo disculpas. Recolecta los que puede, los encaja en el bolsón.  El mueve el cuello y los hombros al mismo tiempo, un gesto  parecido al asco. En el afán, ella lanza la chompa al asiento libre justo delante suyo. Con un poco menos de puntería, le habría rozado la frente y él habría gesticulado con mayor desprecio. Ese es su asiento. Oh sorpresa. “Esta mujer viaja en primera igual que YO” parece pensar. Él lleva uno de esos  sacos a cuadritos pequeños que seguro le ha costado más que todo el outfit de ella, un jean de rebaja y una camiseta del mismo color. No lleva joyas y viaja con zapatillas. Cero maquillaje.

“No. Dile que no ponga los nombres de los prestatarios. Hagan como si fuera una cooperativa. Háblale al que te dice siempre hermano. Hay que enseñarles a hacer negocios”, dice sin vergüenza y arruga el cuerpo y las piernas para darle algo de espacio. Ella debe ingresar a su asiento, al lado de la ventana, con una zancada casi de atleta.

En tierra, a ella la busca un taxi de confianza y a él un chofer vestido de punta en blanco que le recibe la maleta, mientras el sigue pegado al auricular y al micrófono invisible. Suben a una de esas vagonetas oscuras, sin placas, y parten.

“Mejor no meterse en eso”, le dice un amigo que sabe de esos temas. Ella quiere hacer una denuncia en redes sociales sobre lo que ha visto y escuchado aunque sin  datos de prueba. Llega a casa frustrada y la imagen que lleva en la cabeza es el logo de la serie brasilera (producida por Netflix)  “El mecanismo”, una reconstrucción, inventada, sobre el caso Oderbrecht en ese país.

El mecanismo funciona en todo lado. Y está en cada rincón. Incluso en los pasillos de un avión. Es la forma en que se acostumbra a hacer negocios. El chantaje, la coima, las conversaciones en clave y los arreglos por debajo. Esa es la cultura del diálogo público-privado que prima. Las campañas de limpieza y transparencia están en el televisor y las buenas intenciones de algunos políticos ingenuos. La realidad se cuela en pequeñas escenas del diario vivir. En un café, en el avión, en un parque… Los dibujos de esta relación sinuosa y complicada de micro actos de corrupción son parte de la destrucción paulatina de nuestra tan débil democracia.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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María José Rodríguez Beller

Consultora internacional en reputación y crisis.

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