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“Estoy confinado”

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Hace cinco años, en la calurosa capital argentina, se preparaba para volver triunfante, pese al golpe artero que le había propinado a la democracia. El plan estaba en marcha. Su delfín había ganado las elecciones generales en octubre de 2020 y solo debía guardarle la silla presidencial hasta este sábado 8 de noviembre.

Nada lo planificado se cumplió en estos cinco años. Perdió su partido, perdió liderazgo político, perdió apoyo de quienes lo endiosaban, perdió respaldo internacional, perdió la oportunidad de volver a la presidencia y hasta terminó perdiendo su libertad plena.

“Estoy confinado”, ha dicho en Radio Kawsachun Coca el domingo 2 de noviembre de 2025, a días de que cumpla seis años fuera del poder. Evo Morales renunció y huyó del país el 10 de noviembre de 2019, tras el escandaloso fraude electoral. La frase es una mezcla de resignación e incertidumbre por lo que pueda venir.

De haber sido el líder político más influyente en las últimas décadas, desde hace más de un año se encuentra recluido en el trópico de Cochabamba, amenazado por órdenes de aprehensión, juicios que pueden abrirse dentro y fuera de Bolivia, y la posibilidad de ser enviado a Estados Unidos para enfrentar cargos de narcotráfico.

Más allá de su situación legal, Morales vive encerrado en sus recuerdos. Aprovecha cualquier resquicio en su programa dominical para contar anécdotas personales, sindicales, partidarias o gubernamentales. Las repite una y otra vez, buscando mantenerse vigente en el imaginario colectivo. Está luchando para no pasar al olvido.

También está enclaustrado en sus frustraciones políticas, aquellas que le advierten que su tiempo se ha agotado y que eso de reinventarse tiene límites. Ha ensayado de todo en este tiempo, incluso la denuncia de un intento de magnicidio, el 27 de octubre de 2024, pero ha sido insuficiente para reposicionarse.

Luego de las elecciones del 17 de agosto buscó adueñarse de los votos nulos y blancos, y hasta de las abstenciones, para decir que más de dos millones de almas se juegan por él, pero nada ha cambiado, sigue sin salir de las tierras cocaleras.

Cree que los comicios regionales de marzo de 2026 le darán un boleto para salir del Chapare y que lo acercarán nuevamente al poder, pero se expone incluso a perder el liderazgo de las seis federaciones del trópico. Organiza eventos de todo tipo en su encierro sin barrotes, pide que no dejen de visitarlo y se alegra cuando llegan con música y comida de otros lugares. Está luchando para no ser olvidado.

Morales también vive preso de sus odios, sobre todo a quienes compartieron política e ideológicamente con él y lo han traicionado. Luis Arce, Andrónico Rodríguez, David Choquehuanca y Álvaro García Linera son algunos a los que quiere ver destruidos. Parece haber conseguido su objetivo con el presidente y vicepresidente salientes y, en menor medida, con el ahora expresidente del Senado, pero su sed de venganza es insaciable.

Lo mismo ocurre en el plano internacional. Se ha convertido en duro crítico del Foro de Sao Paulo porque le ha volcado la espalda y no ha emitido un solo comunicado para apoyarlo ante la arremetida del arcismo. Ha decidido impulsar Runasur como mecanismo de resistencia de los indígenas y sectores populares del continente, frente a los aburguesados jefes de Estado de los países del socialismo del Siglo XXI que pierden terreno en cada elección.

Morales no solamente está confinado físicamente, se encuentra aislado por sus miserias como no haber querido preparar a un sucesor, convencido de que su liderazgo era insustituible, creer que todos tienen la obligación de servirle políticamente, aprovechar el poder para dar rienda suelta a su pedofilia y encubrir al narcotráfico y otras actividades del crimen organizado que han comenzado a pasarle la factura con ejecuciones y ajustes de cuentas recurrentes en su trinchera territorial.

Está atrapado por sus propios demonios, buscando culpables que no existen. Evo Morales no se da cuenta hasta ahora que quien lo ha confinado física y espiritualmente es él mismo.


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