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La Bolivia escondida, la intacta y lejana del Estado

María José Rodríguez Beller

Consultora internacional en reputación y crisis.

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Te dicen que no podrás llegar en tu propio auto, que debes dejarlo en el mirador. Obviamente no debes preocuparte por la seguridad de los carros que todo estará resguardado. En el lugar de encuentro una mini caseta sobresale del filo de la montaña dejando ver montanas rojas como domos gigantes entre un espeso verde. Abajo, solo el espeso verde. Te preguntas  ¿dónde diablos te llevarán? pues no ves absolutamente nada parecido a la intervención de la mano del hombre. 

Llegan los carros de Refugio Volcán a buscarte. Un Susuki adaptado como mini camioneta para llevar a los viajeros en bancos de madera que buscan asemejarse a los jeeps de safari que vemos en las películas. Montados en el asiento, afirmado con pernos y fierro, empieza el descenso por un camino culebrero de tierra. Pendiente, casi como una pared vertical. Tras 20 minutos de recorrido se abre, finalmente, un prado. Un lunar rodeado de montañas. Esos gigantes rojizos que se habían divisado desde el mirador, ahora se alzan delante de uno y lo rodean. Inmensos y poderosos hacen un marco al verde del pasto y los árboles y uno sabe que acaba de descubrir lo más cercano al círculo primigenio de la vida. 

En medio una construcción austera que mantiene el estilo oriental de la arquitectura tradicional. Pasillos con puntales de madera. En cada esquina hamacas invitando a dedicar el tiempo a contemplar.

Y una que viene pensando en porqué no hay nuevos liderazgos,  porqué el país no responde con nuevas visiones de futuro. Y en medio de este lugar, una se da cuenta que es chiquitita ante la maravilla y que hay un fluir de la vida que se aleja de los pesares diarios, de los miedos, de la crisis que se vendrá (así dicen todos) de los impuestos que ponen y quitan en las ciudades, de cómo nos quedaremos sin jubilación cuando las AFP´s pasen a manos del Estado. Y desde aquí la vida transcurre, el viento silba con una fuerza inusitada, el follaje replica algo parecido al sonido del mar. En las noches las estrellas se ven como de cuento, nítidas con todo el esplendor. 

Este es un lugar en el que las reglas se cumple. Nadie echa basura mientras camina, no dejan botellas en los miradores, ni papel de envoltura de galletas. No se acalla la voz del viento y del río con reguetón en parlantes de luces coloridos. La comida da para los que comen y no  carne. El café es cultivado en las mismas tierras, tostado y preparado para el desayuno y la hora de cuñapé. La energía es solar y cuando no alcanza a llenar las baterías, hay velas. Agua caliente a gas y basura bien manejada. 

Así, desde acá, desde esta Bolivia escondida, se pueden reestablecer los lazos de esperanza. Volver a creer en un futuro más simple y más bello. Con  armonía, ese algo que hemos perdido. Estos esfuerzos titánicos de quienes, con respeto, aprovechan el maravilloso país que tenemos, son los que dan aliento a pensar que aún se puede. 

Y al despedirme después de abrazar bibosis, cruzar ríos, ver cascadas y cuidar los pasos temiendo a las víboras, que cuentan los guías hay muchas, tengo la impresión que esta es la Bolivia que transitará un camino distinto de cuidado a la naturaleza, de respeto a la belleza, de turismo y empleo digno. Un pacto con las montañas, las plantas y la gente. Una buena demostración de poder hacer país, desde otras reglas.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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María José Rodríguez Beller

Consultora internacional en reputación y crisis.

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