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La mayor parte de los bolivianos tenemos la impresión de que el gobierno ha llevado el país al límite de sus posibilidades, un ambiente de indefensión absoluta frente al copamiento total de los Poderes del Estado, un nivel de desinstitucionalización sin precedentes en la historia republicana, un verdadero tsunami de corrupción y la incesante narrativa de una enorme cantidad de logros y éxitos imaginarios, teñidos de un racismo mal disimulado, han generado en la conciencia nacional la certeza de que los 18 años del MAS serán recordados como el periodo más oscuro después de los casi 20 años de dictaduras militares a finales del siglo pasado.
Se suma a este devastador paisaje la crisis de las instituciones políticas. Los partidos han perdido credibilidad, las ideologías que los sustentaban hacen ya parte del legado tristemente célebre del siglo XX, las épicas jornadas a cargo de las clases sociales tienden a desaparecer, sobre todo la clase obrera. (Los robots ya no hacen pliegos petitorios) y los sindicatos se han prebendalizado y corrompido como nunca antes en la historia del movimiento obrero. Los liderazgos que en su momento fueron la garantía de la representación y la participación de la sociedad en la esfera política están hoy desgastados, la democracia, acá y en todas partes está en crisis y las dictaduras avanzaron el año pasado 30% más que las democracias a nivel global. El escenario no podría ser menos desalentador.
Internamente somos testigos de la ausencia de un discurso renovado capaz de remontar el fallido Estado plurinacional del MAS, de la ausencia de un proyecto de Estado capaz de restituir los deteriorados mecanismos de participación y representación ciudadana (hoy diezmados por la hegemonía autoritaria del régimen) Sentimos la crisis de los mecanismos democráticos clásicos en carne propia frente a un Poder Judicial prostituido, vemos una oposición que a pesar de sus mejores esfuerzos no logra trascender la realidad que impone (por las buenas o por las malas) el masismo, presenciamos una nación que ve cómo se cae a pedazos el Estado frente a la demagogia institucionalizada, la prebenda, la corrupción y la mentira en todos los niveles del Poder.
Este estado de cosas demanda de forma imperativa la necesidad de pensar una solución de continuidad, un nuevo proyecto de Estado capaz de dar respuesta a los enormes desafíos que plantea tanto el desastre interno, como la crisis de la democracia global. A los políticos les pedimos un proyecto que se atreva a replantear las condiciones y los preceptos en que se fundó la lógica política del masismo, preceptos que se legalizaron mediante una trucha CPE (aprobada entre las cuatro paredes de un cuartel) y que los bolivianos decidimos acatar en aras de reconstruir el país después de la crisis que terminó el 2005 con el Estado del 52, de manera que la lógica ciudadana exige que los nuevos actores sean capaces de replantear el Estado Nacional, repensar el status republicano, restituir la igualdad de condiciones ciudadanas en la CPE, establecer un horizonte de equidad y eliminar todas las formas de discriminación y racismo vengan de donde vengan, pues bien, eso solo es posible si replanteas las bases mismas del actual Estado, es decir, si no reformulas y corriges las aberraciones que el masismo incorporó a la CPE producto de la Constituyente. Diseñar un país que supere los traumas que nos deja el MAS, comporta reformular la CPE en los términos que exige el posmasismo.
En eso estriba el valor de la Constitución que propone el exmandatario Sánchez de Lozada. No conozco el contenido, no he podido leerla aún, empero el hecho mismo de que se instale en el debate político en la búsqueda de soluciones reales a la gravísima crisis estatal en que nos debatimos, es sin duda un aporte de primer nivel. Independientemente de que hubiera sigo el exmandatario o cualquier otro, la única vía para proponer una solución de continuidad histórica al final del ciclo iniciado en 1952, pasa, por repensar la nación a partir de sus fundamentos constitucionales, ese es, de principio a fin, el aporte de esa propuesta. Seguramente tendrá una equis cantidad de propuestas inviables, otras de corte neoliberal, quizá algunas de sesgo autoritario, el hecho es que, si queremos repensar Bolivia después de la debacle que nos deja el MAS, no hay una vía más expedita y democrática que repensar la CPE, esa es la madre del cordero y en ella están las soluciones para una Bolivia de frente al siglo XXI, que ha de ser, como ya lo vemos, el más complejo y peligroso de la historia de la humanidad.
La propuesta de Sánchez de Lozada crea el escenario en que los nuevos y los viejos actores, los progresistas (como los de las plataformas ciudadanas) y los conservadores (como los militantes del MAS) deberán rediseñar una Bolivia diferente al fallido intento masista. Asignarle a la iniciativa calificativos de todo tipo peyorativo, rodear la iniciativa propuesta de una historia amañada por el gobierno, darle vueltas sin moverse un milímetro hacia adelante, como acostumbra el MAS, no va a llevarnos a nada más que repetir los errores que condenaron el país al estado en que se encuentra, es necesario abrir las puertas de un verdadero diálogo constructivo entre todos los bolivianos más allá de los prejuicios que sembró el masismo, y creo que ese es el gran valor de la propuesta del exmandatario.