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No se necesita ser muy riguroso para saber que la principal preocupación de los bolivianos tiene que ver hoy con la crisis económica y sus consecuencias en la vida cotidiana.
La crisis ya no es solo un rumor, una sensación térmica como solía decirse antes, sino una realidad instalada que se refleja no solo en la escasez de dólares o en el déficit fiscal, sino cada vez más en los bolsillos de la gente. Y con esto no se trata de alarmar a nadie, ni de poner en apuros al Gobierno –que tiene muchos líos por resolver–, sino de poner en evidencia lo que, por cierto, todo mundo sabe y de lo que todos hablan.
Para la gente la crisis es mucho más importante que las elecciones, aunque a medida que se acerquen los tiempos del voto seguramente se establecerá una asociación natural entre los males de la economía y las posibles salidas políticas. Por ahora la cosa no es tan directa.
Lo que las encuestas muestran, al momento, es que los bolivianos saben por quién no van a votar, pero no tienen muy claro por quién lo van a hacer. Es más, parecería que el elegido o la elegida no figura todavía sobre el escenario, aunque ya es larga la lista de los que dicen “yo si corro”, de los que “no descartan”, de los que creen que es “prematuro hablar del tema”, aunque todo el tiempo hablen de lo mismo y de los que, de plano, ya quieren enviar su foto para que la registren en la boleta.
La credibilidad del discurso electoral está más del lado opositor –en general– que del oficialismo, sencillamente porque está claro que la responsabilidad sobre los problemas económicos recae más sobre el modelo aplicado desde hace 18 años que sobre sus intérpretes, aunque ellos carguen también obviamente con la penitencia.
Entre los opositores, sin embargo, no deja de haber desconcierto e intervenciones desconcertantes. Tienen la oportunidad, pero hasta ahora no han sabido aprovecharla. Unos porque siguen pensando que el debate es solo ideológico y que hay que aplastar al “castrochavismo”, otros porque parecen enojados y otros más porque ofrecen ajustar cuentas con los malos en un esquema donde presumen ser los buenos, sin percatarse de que, para la mayoría, los extremos no sirven para entender las cosas.
Además, están los que piensan que solo se trata de traer o sacar a Dios de la Casa del Pueblo y del país, como si todo se redujera a un problema de orden parroquial que se resuelve con airadas prédicas y “procesiones” de protesta.
En este grupo están los que creen que Bolivia vivió un “calvario” durante 18 años y que la salvación será fruto de un milagro o de la venida de algún “Señor” que esparcirá el agua bendita sobre las cabezas de los infieles. Para ellos el socialismo del siglo XXI es cosa del “diablo” y más que un líder lo que se necesita es un exorcista con experiencia en ahuyentar al “Estado” del alma nacional.
Para un Gobierno sin discurso ni proyecto, lo más conveniente, por ahora, es una oposición inofensiva de TikTok o de púlpito. Mientras eso no cambie los “pecadores” seguirán haciendo de las suyas, aunque los que están a la “diestra” del Padre sigan pidiendo que venga Dios y salve a Bolivia.