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El 4 de septiembre, La Guardia será uno de los municipios que irán a elecciones adelantadas para definir a un nuevo alcalde. Serán unos comicios claves, en la medida en que esa ciudad forma parte del área metropolitana de Santa Cruz y el gobierno central busca dividir a la institucionalidad regional, no sólo para la postergación del Censo -blindando la mayoría masista en la Cámara de Diputados- sino para toda una gama de acciones que consoliden la concentración autoritaria del poder.
En este caso, el Movimiento Al Socialismo no parece en condiciones de imponer a su propio candidato, teniendo en cuenta que las chances favorecen a un postulante nuevo, Mario Salek, de la agrupación Libres, quien podría asegurar una alianza con el empresariado cruceño para hacer de La Guardia un polo de desarrollo; y como segunda opción estaría el eterno alcalde-candidato de la agrupación Voces, Jorge “Chichino” Morales, quien ha manejado el municipio por más de 25 años.
En los últimos tiempos del régimen de los 14 años, “Chichino” mostró una gran sintonía con Evo Morales y con el entonces ministro de gobierno, Carlos Romero, por lo que podría convertirse en una carta funcional, como lo ha terminado siendo Jhonny Fernández en Santa Cruz de la Sierra.
Varias denuncias en su contra por corrupción (la acompañante inevitable de toda eternización en el poder) han ido siendo desestimadas por una fiscalía de tintes azules, pero es presumible que no sean olvidadas del todo, sino conservadas en carpeta como un seguro de obediencia.
Pero su re-re-reelección conlleva una agravante, al ir contra el espíritu del 21F, cuando la mayoría del país le dijo No al prorroguismo. Implica, de alguna manera, un aval a las intenciones evistas de retorno a la presidencia en el 2025. De hecho, el postulante de Voces utilizó el mismo argumento del “derecho humano” para habilitarse, lo que fue aceptado por el Órgano Electoral, haciendo a un lado las disposiciones de la ley de convocatoria que impedían su candidatura.
Aunque este otro Morales alegue pequeñas interrupciones en sus mandatos de más de un cuarto de siglo, lo cierto es que una eventual victoria suya transmitiría la señal de que los ciudadanos están de acuerdo con los gobernantes eternos y con el poder entendido como un feudo personal.
Como decía George Bernard Shaw: “Los políticos y los pañales deben ser cambiados con frecuencia… Ambos, por la misma razón”.
Esperemos que el 4 de septiembre primen el principismo del 21F y la búsqueda de progreso económico en libertad sobre el caudillismo clientelar, que en esta ocasión viene con los añadidos de una probable funcionalidad al centralismo y, lo que es peor, al regreso de un aspirante a tirano al sillón presidencial.