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La historia no se repite, pero rima

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La invasión de Rusia a Ucrania ha provocado hipertensión en el mundo democrático. Una guerra que está causando igual o peor incertidumbre que la pandemia. Sin embargo, la manifiesta admiración política que causa V. Putin en militantes del MAS -no todos- en Bolivia porque es adversario de Estados Unidos, provoca perplejidad por una razón: la invasión es reflejo de un comportamiento autocrático que ningunea a la democracia y los poderes contramayoritarios.

“Los autócratas en potencia suelen usar las crisis económicas, los desastres naturales y, sobre todo, las amenazas a la seguridad (sean guerras, insurgencias armadas o atentados terroristas) para justificar la adopción de medidas antidemocráticas” (Levitsky y Ziblatt, 2018). Es decir, los poderes contramayoritarios como el poder judicial y el tribunal constitucional son sometidos políticamente por el líder autocrático, quien, también, neutraliza o compra a medios de comunicación. De esta forma, al centralizar el poder en sus manos, sus decisiones no pueden contravenirse, estar sujetas a controles, ni cuestionarse. De hecho, Putin en el año 2000, tres meses después de acceder a la presidencia, convocó a veintiuno de los empresarios más pudientes de su país, para decirles que serían podían hacer todo el dinero que quieran, pero bajo su control y que no se metan en política.

Ahora bien, una de las virtudes de la democracia liberal-representativa es la generación de condiciones para el equilibrio de poderes: el presidente puede ser moderado o limitado al momento de aplicar sus competencias institucionales (decisiones políticas) mediante los poderes contramayoritarios (Tribunal Constitucional y Poder Judicial independiente) como forma de establecer contención institucional. 

Si bien muchos países con líderes autócratas tienen la arquitectura institucional democrática o condiciones para el efecto, no se aplica en la realidad o contexto de cada uno de ellos porque sus decisiones políticas, por mantener contenta a la mayoría que los apoyó con el voto, no consideran las normas establecidas ni los derechos políticos de la oposición minoritaria. La mayoría electoral es la justificación perfecta para pisar a la minoría y caer en la deriva mayoritarista que no respeta la Constitución ni las leyes. En el contexto boliviano, es lo nacional-popular en su máxima potencia.

Bajo este marco analítico, se puede entender que muchos militantes del MAS tengan admiración por Putin y su comportamiento autocrático. No obstante, quienes apostamos por la democracia y sus condiciones, debemos superar la perplejidad que provoca la admiración popular por liderazgos autocráticos y mesiánicos (izquierda o derecha)  que consideran legítimas las  extralimitaciones institucionales, la concentración del poder, y  ningunean los poderes contramayoritarios -como extender el tiempo de sus mandatos con sanciones legales, pero no legítimas, porque tienen sometido políticamente al poder judicial- para evitar la alternancia   -lo que Evo no pudo lograr, pero Putin si-, teniendo siempre en cuenta que la historia no se repite, pero rima. 

Es decir, considerar que los autócratas siempre han existido en la historia del mundo, pero que lo importante es saber identificarlos en circunstancias y tiempos diferentes para imponerles límites con las condiciones establecidas por la democracia (el poder contramayoritario) como forma de resistencia continua contra sus abusos.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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