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La honestidad como excepción

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Recientemente vi como un docente universitario defendía en su intervención que la ciencia del márquetin es la ciencia del engaño al consumidor. Defendía que el éxito de una campaña publicitaria podía apoyarse en sobrevender un producto por encima de su oferta real, es decir, meter gato por liebre. Y concluía sus argumentaciones diciendo con mucha ligereza de que “está bien, así funciona el mundo” y siguió adelante con su ponencia, no sin antes compararlo con el maquillaje de una mujer, que sobrevende también una oferta, una comparación cargada de sexismo, y también sobre un político en campaña, prometiendo cosas que no puede cumplir, una comparación cargada de falta de ciudadanía. 

No es tanto un problema su intervención, finalmente está en su derecho de opinar como le parezca correcto. Es si un problema el hecho de que sea un amplificador de mensajes, alguien que ejerce la docencia o un liderazgo de opinión y tiene un público que lo escucha, porque replica algo con una profunda falta de ética. Es un problema aun mas grande que una afirmación cargada de falta de ética profesional esté tan enraizada que se perciba como algo normal porque el daño profundo que hace a la sociedad es muy difícil de corregir en el tiempo. Peor aun, si queremos buscar un futuro mejor para nuestros hijos este tipo de mensajes deben parar de replicarse, porque lo único que hacen es perpetuar la falta de ética profesional, germen principal de la corrupción. Me explico. 

Todo es parte de un proceso. La corrupción se arraiga en la cultura. Puede comenzar con una pequeña mentira. Pensemos en una verdulería, cuando yo te vendo un kilo de tomates en 6 Bs. pero te entrego 950 gramos, muchos dirán que 50 gramos no es nada, pero si es el 5% que de manera intencional te estaría robando. Sucede lo mismo con una oferta que no trae lo que promete de una manera notoria e incluso con el político que promete algo que no está en condiciones de cumplir, está traficando con tus expectativas y desilusionándote. Está rompiendo el vínculo de confianza, efímero tal vez, pero totalmente necesario para fundar relaciones duraderas. Peor aún cuando lo asumimos como natural, es el siguiente paso del arraigo cultural de esta mala práctica que la normaliza, y nos damos cuenta que ya todo el mundo lo hace y que debemos considerarlo dentro de nuestros cálculos. Se convierte en regla y la honestidad en excepción. Por último, como corolario del proceso, comienzan a aparecer líderes de opinión, personas encargadas de argumentar respecto a las prácticas comunes de la sociedad con un cierto caudal de público que los escucha, que construyen una argumentación más o menos coherente de que la práctica es correcta. LA honestidad se hace una excepción con fundamentos. Y así se va construyendo la pérdida de normas de convivencia en sociedades cada vez más decadentes. 

No me canso de decirlo, el principal mal de nuestra sociedad boliviana y, me atrevo a decir, latinoamericana es la corrupción y su profundo arraigo en nuestros hábitos. Pero quiero dejar muy claro que no es un problema solo de las esferas de poder, ni de la clase política, sino que está presente en la cultura de nuestra interacción con lo público y con lo ciudadano, pero aun cuando tenemos líderes de opinión defendiendo con firmeza la falta de ética profesional. El futuro donde tengamos un mejor país será un proceso generacional que necesita no solo de desterrar la corrupción de las esferas de poder y del ejercicio de la función pública, sino de un proceso cultural formativo que enseñe a las nuevas generaciones a actuar en el marco de la ética profesional y la ciudadanía. 

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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