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La esterilidad del ejercicio de la política es abrumadora. Por un lado esta una élite – opositora y fundamentalmente oficialista – divorciada de la realidad social y de la economía del país, amarrada a una mirada ideologizada hueca y retórica. Y, por otra, la victimista ad infinitum frente a todo y frente a todos.
Pero, ambas, profundamente, inactivas. Más allá de sus rifirrafes mediáticos, no existe gestión política. Aquella que fortalezca la democracia, preserve la independencia de las instituciones; aquella que promueva políticas públicas que fomenten el bienestar social; aquellas que den seguridad jurídica a las inversiones; aquellas que sean cercanas a las comunidades más débiles del eslabón de la sociedad.
No. No hay nada de eso. Sólo una inacción pavorosa y hasta delincuencial, por afectar el bien común y las leyes y normas que ayudan a construir el tejido social de la confianza entre bolivianos. No. No hay nada de eso. Sólo politiquería. No política con mayúsculas. Madura. Seria. Responsable. Coherente.
Más de un economista asegura que tenemos todos los elementos para dar los pasos hacia un país próspero. Posible. Incluso sostienen que sí es posible trabajar consensos políticos – alejados de trincheras – y abarca transversalmente a una buena parte del espectro político, representantes de diversos sectores, empresas, sindicatos, medios de comunicación, entre otros. Parecería una fábula, pero no es tan complejo. En el mundo se han llegado a acuerdos imposibles: alemanes y franceses juntos sosteniendo a la actual Unión Europea, después de una salvaje segunda guerra mundial. Sólo es cuestión de construir un diálogo, franco y genuino. Con metas compartidas y beneficios mutuos. El famoso informe Rettig en Chile, durante el Gobierno de Patricio Aylwin para la conciliación y perdón social después de la dictadura pinochetista.
El tema de fondo es que cuando se lee o se plantea de esta manera, casi diría simplona, la carcajada es inevitable bajo el riesgo de ser calificado como un naif. Pero es impresionante la capacidad de objetivos que se alcanzan con tan sólo sentarse en una mesa y consensuar. Pasar a la acción. Ser proactivos. Saber gestionar. Caminar juntos. Se gana más. Se logra mayor rédito.
Dónde quedaron esos grandes políticos. Aquellos con visión de país. De estadistas. De tener la profunda convicción democrática y no cejar en esfuerzos para empujar objetivos comunes y no sectoriales.
La miseria de nuestra clase política está en el subsuelo. Ya ni siquiera en la base del piso. Está en los sótanos de la democracia. Salir de allí requerirá de esfuerzos muy complejos, sin duda, pero, si se encaran con sabiduría, inteligencia, genuidad – no ingenuidad – y legitimidad, se sorprenderían de los logros que pueden alcanzar y generar, por supuesto, réditos partidarios.
A nadie le conviene que nos vaya mal. Que la economía sufra. Que los bolivianos estemos sin gasolina, sin dólares, con una inflación galopante. Necesitamos estabilizar nuestra macroeconomía y construir una estrategia de desarrollo que permita que nuestras ventajas competitivas se traduzcan en una mejor calidad de vida para toda la población boliviana.
En este escenario hay dos perspectivas: La mirada de esperanza que ven posibles avances en la resolución de los problemas de fondo y en la búsqueda de equilibrios comerciales y económicos. Muchos electores – para hacerles interesante la altura a nuestros políticos – están dispuestos a enfrentar una situación difícil si esto significa salir adelante. Y apoyar, obviamente, al gran gestor de los acuerdos.
Pero también está la visión que sostiene que los síntomas de desapego y desprecio por los principios democráticos, son más profundos y podrán mucho más que el bienestar común.
Son dos visiones “muy dispares” y que para muchos es otro capítulo en la historia pendular extremista y recurrente de Bolivia. ¿Romperemos algún día este maleficio?