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La necesidad tiene cara de hereje…

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Si hay algo que ha caracterizado a la Unión Europea, creada luego de la Segunda Guerra Mundial, es la importancia que ha dado a sus productores de alimentos, entendiendo lo vital que resultan éstos para sus ciudadanos. La historia ha dado cuenta de muchas batallas perdidas por la falta de un suministro oportuno, no de armamentos, precisamente, sino, de comida, por lo que, a nivel mundial, el bloque europeo es quien ha tenido y aún mantiene un papel proteccionista para sus productores agrícolas a través de generosos apoyos e ingeniosos subsidios directos e indirectos.

Pero, como el tiempo pasa y los rendimientos agrícolas en los países que hacen bien las cosas aumentan -al poner la ciencia y la tecnología a su servicio para producir más y mejor- la “protección en frontera” en naciones con baja productividad y competitividad agrícola, como se venía dando por medio de altos aranceles, prohibiciones, cupos a la importación u otras medidas, fue disminuyendo y perdiendo efectividad según avanzaba el sistema multilateral de comercio de la OMC consagrado en 1995.

El peligro de enfrentar cada vez más a productores altamente competitivos que amenazaban derrumbar los privilegios derivados del proteccionismo, con la consecuencia de perder parte de su mercado interno y hasta “ser borrados del mapa productivo”, llevó a los europeos a inventar medidas de corte paraarancelario, algunas mimetizadas bajo la forma de “proteccionismo verde” o la defensa de la producción y el consumo de “lo natural”, como si en estos tiempos una agricultura preindustrial, fuera posible.

Estas prácticas durante las últimas décadas han tenido como consecuencia el gestar mercados blindados frente a productores agrícolas eficientes, lo que ha podido funcionar solo en países ricos capaces de consentir los altos costos de una producción local menos eficaz comparada a la de sus competidores, como MERCOSUR, bloque subregional que al asimilar los aportes de la ciencia, la investigación aplicada, la tecnología y las buenas prácticas agrícolas, se ha convertido no solo en un jugador global de primer orden, sino, a futuro, en la esperanza para alimentar a la Humanidad, lógica de la cual Bolivia podría ser parte.

Resulta una obviedad decir que si bien el proteccionismo agrícola de la Unión Europea impidió un mayor comercio con sus 27 miembros, tal situación no detuvo el avance de una producción agrícola cada vez más eficiente en el planeta, por la sencilla razón que, día que pasa, la población mundial aumenta en más de 200.000 seres humanos que -de forma neta- se suman a 8.000 millones de personas que ya existen y se deben alimentar.

“Con dinero, hasta la pobreza es llevadera”, dice el adagio, y un poco de esto es lo que ha podido sostener las políticas de protección del bloque europeo, por ejemplo, cuando al no autorizar cultivos con semillas genéticamente mejoradas a través de la biotecnología, condena a sus productores al ostracismo y a sus ciudadanos a comprar alimentos caros, gracias al alto poder adquisitivo que tienen.

Pero… ¿qué pasa cuando el importar alimentos convencionales sube de precio o si éstos escasean y el “producir natural” cuesta más? Entonces no hay protección que valga y la gente se molesta, ya sea por la escalada de precios o por la falta de productos en el mercado, lo que, en buenos términos, implica inseguridad alimentaria, haciendo impopular a más de un gobierno.

Bueno pues, algo de esto está pasando en la Unión Europea por causa de la invasión de Rusia a Ucrania que ha trastocado la provisión de trigo, maíz y soya, principalmente, desde hace casi ya un año. Y, ahora… ¿qué? Ni el discurso “verde” y mucho menos la idílica “producción natural” pueden dar en este momento una respuesta adecuada a este intríngulis, de tal forma que la sistemática oposición a la aceptación del uso de semillas genéticamente mejoradas está en entredicho.

Atrás quedaron los argumentos anticientíficos objetando la inocuidad de los alimentos genéticamente mejorados, y atrás van quedando los epítetos de “alimentos Frankenstein” o “semillas Terminator” con los que atemorizaron a la población quienes fantasiosamente construyeron posverdades antitransgénicos por sus intereses ideológicos, comerciales o personales, sin que a la hora nona, aparezcan los alimentos naturales baratitos…

“La guerra de Ucrania con los altos costos de la energía que ha ocasionado, sumado al impacto del cambio climático y de las altas temperaturas, obliga ahora a Europa a modificar su política, y desechar sus prejuicios culturales sobre las semillas genéticamente modificadas (GM). Los Ministros de Agricultura de 27 países europeos exigieron en septiembre del año pasado a la Comisión Europea (CE) con sede en Bruselas la desregulación de GM con vista a su utilización en gran escala, lo que sucedería en el primer trimestre de 2023” (“La Unión Europea se vuelca a las semillas genéticamente modificadas”, CLARÍN Rural, 21.01.2023).

Así, una vez más queda demostrado que la necesidad tiene cara de hereje…

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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