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Si uno observa con cierto detenimiento los acontecimientos que se produjeron desde el 2016 hasta la renuncia de Evo Morales, en 2019, la imagen que se logra es que mientras el MAS secuestraba el Estado para su propio usufructo y corrupción, y se ahogaba en sus propios errores; de forma paralela. la sociedad civil construía un vasto conjunto de mecanismos de participación civil, que surgían a través de los medios, las redes y la opinión pública. Sin liderazgo, absolutamente al margen de los partidos y lejos de cualquier ideología o doctrina que fundamentara su acción.
Una infinidad de grupos de vecinos, amigos, conocidos, colegas, etcétera. Construían complejas redes de comunicación virtual, un escenario imposible de controlar mediante la fuerza bruta propia del Estado real. Era como si todo el Estado oficial fallara una y otra vez, frente a la emergencia de lo que algunos politólogos contemporáneos han llamado una polis paralela; es decir, en su acepción más simple, un Estado sublimado capaz de poner en jaque al Estado real, en este caso, autoritario.
Eso fue posible porque a medida que los regímenes evolucionaron del uso de la fuerza bruta a la vigilancia digital y la cooptación institucional, la sociedad civil, por su parte, se desplazó de la protesta callejera masiva a las redes descentralizadas, inmateriales, veloces y versátiles. El copamiento de los espacios físicos fue, en la experiencia reciente, el corolario de la acción virtual.
La experiencia del siglo XX mostró, además, que la manera de enfrentar a las terribles dictaduras que se establecieron podía adoptar acciones “políticas” inéditas hasta entonces. Podía ejecutarse con la puesta en escena de un capital moral, como hicieron las Madres de Plaza de Mayo, en la Argentina. Por la acumulación de grandes contingentes humanos al unísono, como el Movimiento Solidaridad de Lech Walesa en Polonia, o como la eficiencia de la comunicación virtual como en la Primavera Árabe.
Estas estrategias sugieren que el impulso humano por la asociación y la autodeterminación política es profundamente resiliente y que las formas de lucha democrática en la modernidad tardía pueden adoptar formas inéditas e impensables. También es cierto que la manera en que los estados autoritarios, particularmente los populistas, enfrentan estas nuevas estrategias de la sociedad civil se han transformado y, en algunos casos, han mostrado una enorme capacidad adaptativa que evade el enfrentamiento directo. Éstos están generando una suerte de “autoritarismo consultivo”, en el que cada acción contraria a la democracia emerge como el producto de la voluntad consensuada, voluntad que en algunos casos deviene como respuesta ingenua y de buena fe por parte de la ciudadanía.
El producto final es casi siempre la apropiación de la protesta por parte del gobierno de turno. Los ejemplos dramáticos actuales son sin duda Venezuela y Cuba.
Pensar en la posibilidad de la aparición de una polis paralela o pensar en las formas que ha adquirido la lucha política a través de la virtualidad, la Inteligencia Artificial, el desarrollo de los modelos estadístico-matemáticos prospectivos etcétera, parecen indicarnos que la manera en que se gestiona la política hoy en día tiene poco que ver con la manera en que lo hacíamos en el siglo XX. Esto per se supone un desafío enorme para las nuevas generaciones que, a más de su inexperiencia, tendrán siempre adversarios virtualmente invisibles.