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Hace una semana resumí apretadamente algunos ejemplos de la disposición de los ciudadanos bolivianos, sobre todo en los espacios urbanos, para resistir, combatir y derrotar iniciativas autoritarias, arbitrarias y/o con matices dictatoriales. La segunda parte de esa reflexión es relacionar esa capacidad de organización espontánea, mayormente pacífica y valiente, con los liderazgos políticos y sociales.
Aunque existe un dicho popular que asegura que cada pueblo se merece el gobierno (y la oposición) que tiene, hay que volver a preguntar: “¿Se merece la población boliviana los líderes que tiene desde hace dos décadas?
Los habitantes de este territorio tienen derecho a ser guiados y a votar por personas que respondan a las expectativas y reflejen el coraje y la alegría de las familias que salen una y otra vez a las calles. No los pagados, los embriagados, los que reciben fichas y un sándwich, sino aquellos que mantienen la utopía de ser más libres.
Sin embargo, la contraparte de dirigentes o candidatos de partidos políticos estuvo y está lejos de dar la respuesta oportuna y necesaria. La gran movilización del 2016, que obviamente tenía una mirada más lejana que solo censurar el enriquecimiento de la Zapata y los empresarios chinos, no tuvo un resultado coherente.
Los candidatos (y los voceros) de los diferentes partidos no lograron un plan alternativo y fortalecido para contrastar con el poderoso esquema del oficialismo. No existen partidos bolivianos que consigan la red internacional (ideológica, académica, mediática) que tiene el Movimiento al Socialismo en todo el mundo. No existe la propuesta completa de un modelo alternativo.
La huida de Evo Morales y del grupo palaciego fue aprovechada por un puñado de políticos absolutamente ajenos a lo que fueron los 21 días de movilizaciones a lo ancho y largo del país y en capitales europeas y americanas. Al contrario, Jeanine Áñez no será juzgada por la historia por un inexistente golpe de Estado, sino por su ambición personal que traicionó la movida ciudadana del 19 y su presidencia por azar.
Miembros del partido Demócratas que no habían alcanzado ni el 4% de los votos (incluidas las irregularidades de las elecciones) capturaron ministerios, direcciones y puestos claves en la burocracia central con escaso conocimiento del manejo del Estado. Aparte, los flamantes funcionarios tardaban más en posesionarse que en invitar a sus amigos y en inventar esquemas para su propio beneficio. El raudo saqueo de ENTEL es solo un ejemplo.
En 2020, se confirmó la tendencia de los “evitos” para imitar al “jefazo”. Áñez quiso candidatear junto a Samuel Doria Medina. Es el más nefasto ejemplo, pero no el único que ilustra la decadencia de quienes critican las prácticas del MAS.
Las torpes preguntas de los multitudinarios cabildos en Santa Cruz (y los coros sin razonamiento) también muestran la escasa visión de los dirigentes. Se equivocan quienes piensan que el respaldo a una entidad y a una causa es un apoyo personal. Resoluciones que reflejan ignorancia de la historia nacional, del rol que cumplió cada territorio, cada sector económico y social, cada segmento a lo largo de doscientos años.
Así, la primera condición de los futuros líderes y candidatos debe ser el respeto a las reglas de la democracia y también conocer Bolivia. No más discursos de quienes nunca entraron al Cerro Rico ni cruzaron un río amazónico, ni sudaron en el Chaco. No más líderes que no lean los textos de historia de los historiadores competentes. No más gente que no lea periódicos, sobre todo las páginas de opinión. No más personas que quieran dar soluciones y ni siquiera aprenden la agenda internacional.