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Por Marcelo Duclos1
“¡7 %!”. Esa fue la bandera de ayer de un antikirchnerismo que a veces parece ser tan básico que termina justificando la permanencia del oscurantismo kirchnerista en el poder. Sí, la inflación en Argentina es un escándalo, está entre las más altas del mundo, pero si no se aborda la problemática de una forma un poco más seria, el problema seguirá persistiendo.
Al hacer del 7 % un problema en sí mismo, la oposición tendrá serios inconvenientes con el relevamiento de septiembre si el Instituto de Estadísticas y Censos informa una cifra menor. Y lo cierto es que es posible que así sea. Sin embargo, aunque el próximo mes se registre una merma, ninguna de las problemáticas de fondo estarán en vías de solucionarse.
Antes de la llegada de Sergio Massa y Gabriel Rubinstein al Ministerio de Economía, sobre todo en el interinato de Silvina Batakis, era obvio que el índice de inflación no podía traer consigo una buena noticia para el gobierno. La fórmula de control de precios y emisión monetaria descontrolada es garantía del desastre. Eso se ha terminado en Argentina, lo que no quiere decir que en la actualidad hay algo más virtuoso o sustentable.
Massa, a pesar de su amoral política, no es estúpido. El amigo de Carlos Maslatón, que se inició en la política en la juventud de la liberal Ucedé, conoce a la perfección los principios de economía básica. Sin embargo, su plan económico, siendo extremadamente generosos, podemos llamarlo de «estabilización». Una estabilidad de un sistema fracasado, fallido y que hay que repensarlo desde cero.
El nuevo «superministro», a diferencia de las reformas que tuvieron lugar en la década del noventa, no ha desplegado ningún programa que presente ninguna solución para ninguno de los problemas que tiene la Argentina. Ha dado la orden al Banco Central (que ya cuenta con funcionarios suyos en la mesa) de reducir la impresión indiscriminada y se ha dedicado a engrosar (tímidamente) las reservas con “puchitos” que ingresan producto de su “dólar soja”. Mientras tanto, el titular de la cartera de Economía viajaba por Estados Unidos diciéndole al FMI que le tire un centro y a eventuales inversores del sector energético que él no es un salvaje como los economistas de CFK. Claro que al haber recibido hace solamente semanas a la Batakis, con los atuendos de feria hippie y sus ideas insólitas (como que los argentinos que vacacionan en el exterior son responsables del desempleo), hay una notable mejoría.
El plan “aguantar” de Massa es eso: macrismo peronista. Cambiar emisión por financiamiento (que eventualmente habrá que pagar), retoques cosméticos que no llegan a ser reformas y administración de mejores noticias en contraposición a lo que había antes. El «plan de morondanga» de Juntos por el Cambio, que tituló Melconian tan precisamente, se terminó con el resultado adverso de las primarias de 2019. Es que los logros del macrismo en materia económica eran eso: un castillo hecho de naipes. Increíblemente Massa se ha dedicado a hacer lo mismo y sus allegados off the record brindan las mismas excusas que los exfuncionarios macristas: “No hay espacio para hacer nada más por Cristina”. Los que estaban antes decían que no querían hacer enojar al monstruo, que por entonces era la oposición, y los de ahora que no se pueden pelear con la dueña del poder de la coalición gobernante. Sea como sea, el plan de morondanga fracasó y lo mismo pasará con Massa si no se decide por un recetario más ambicioso y profundo.
Sin embargo, los retoques que ya implementó Massa darán sus humildes frutos próximamente. Puede que sea el mes que viene o el próximo. Pero si la oposición argentina se abraza a consignas superfluas como el “7 %” de inflación (probablemente porque ellos tampoco estén convencidos de implementar un plan superador), se quedará sin argumentos cuando el número sea 6 % o 5 %. Ojalá, si eso llega a ocurrir, el país no se engañe como lo hizo en los cuatro años de Macri, que hasta el día de hoy impunemente, sigue recordando que con él “había empezado a bajar la inflación”.