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Milei y su efecto continental

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Disruptivo, histriónico, egocéntrico, intolerante, innovador, transformador, agresivo, técnico, son algunos de los adjetivos que pueden describir a Javier Milei. Hay muchos más, incluso algunos menos evidentes y largamente más influyentes tanto en el presente como en el futuro de Latinoamérica.

El proceso de transformación desde ser un tertuliano de programas políticos, de entretenimiento y hasta de chismes televisivos argentinos, hacia un presidente que se encuentra en estos momentos en boca de todos los analistas mundiales fue, además de vertiginoso, asombroso e inesperado.

Nuestro continente tiene, desde hace décadas, movimientos pendulares entre distintas corrientes políticas dependientes sobre todo de políticos mediocres y generalmente sospechados de corruptos que determinan la aparición de alternativas opuestas a las anteriores. El signo más estable es el caudillismo y el populismo de sus políticas de gobierno.

En los últimos años, digamos, una o dos generaciones, con excepciones puntuales, las expresiones colectivistas y estatistas son las que han florecido, gobernado y decaído con gran dolor de nuestros pueblos, aun resisten, en su mayoría subsistiendo a base de déficits crecientes, inflación por sobre emisión monetaria, dependencia popular de la asistencia gubernamental y el consiguiente desincentivo al progreso individual y a la inversión privada. Pero van a contramano de la historia y sobre todo del presente.

El tinte populista de Milei es un signo de los tiempos, redes sociales, jóvenes multiconectados, trolls, e inteligencia artificial, hace pensar que cada vez es más difícil competir en política sin dedicarle parte (o mucho), del esfuerzo al show y a los mensajes altisonantes. Honestamente, creo que la motosierra, los mensajes descalificadores, el “León”, las “fuerzas del cielo”, conversar con las mascotas, etc. etc., a mí, me alarman y me asustan. No obstante, hay muchos signos positivos.

La atracción que ha generado Milei y el proceso argentino en todo el mundo, es brutal y asombrosa. Latinoamérica debe aprovecharlo. No solo por el foco mediático, sino, porque las medidas que Argentina está tomando, son en general correctas, lógicas y absolutamente transferibles a otras realidades del continente.

Hay infinidad de desafíos, en Argentina y otros países del entorno hay familias que no han trabajado nunca, que no consideran el trabajo como una necesidad para la subsistencia y el progreso. El mérito está enfocado en el respeto a la estructura piramidal de las prebendas y ayudas estatales, atadas al voto cautivo y la participación en actividades de protestas, bloqueos y piquetes. La educación ha dejado de ser el motor del movimiento social ascendente, es más, el movimiento social ascendente, prácticamente ha dejado de existir por estas latitudes. Los jóvenes, sanamente ambiciosos, deciden migrar o incorporarse a este macabro sistema, donde el objetivo de máxima es incorporarse a la maquinaria laboral del estado. Hoy, en Argentina, ese concepto está en jaque, afortunadamente. Se está achicando el estado, tanto en plantilla de personal como en reparticiones públicas redundantes, de ideología y sobre

todo improductivas y deficitarias. Todo esto genera malestar en quienes han hecho del sistema estatista una forma y un medio de vida. Lógico, su bienestar tambalea, les toca a ellos, hace décadas que tambalea el bienestar de los privados. No obstante, creo que este modelo enfocado más en la producción privada, en el desarrollo individual y en la igualdad entre las personas, va a generar espacio de crecimiento para todos, incluso para los que han vivido, y siguen viviendo, del estado generando poco o nada al bien común. Obviamente hay excepciones, admirables maestros en condiciones indignas enseñando en locaciones remotas, médicos que hacen “magia” para preservar la salud de una población marginal creciente, cientificos que “compiten” contra colegas europeos y de otros lares con equipamiento casi medieval, y podría seguir nombrando excepciones. Pero esta batalla no va de casos particulares, va de generar condiciones de equidad ante la ley de toda la población, de estimular el esfuerzo, de promover la iniciativa privada, de premiar el mérito, de castigar la corrupción y, en definitiva, incorporarnos al mundo desarrollado que, lejos del discurso socialista que atrasa 150 años, es el que ha probado ser más igualitario y exitoso.

Es indudable que necesitamos más libertad, menos impuestos, menos dependencia del estado, mejor control de las cuentas públicas, políticas educativas que preparen a nuestros jóvenes para los desafíos actuales, seguridad personal y jurídica que generen un ambiente propicio para que locales e internacionales vean a nuestro fantástico continente como un destino oportuno y tentador para invertir y prosperar.

De San Martin y Bolívar para aquí, hemos visto que Latinoamérica se mueve en bloque, somos países jóvenes, con diversidad en composición étnica y con diferencias en los porcentajes y los orígenes de nuestras poblaciones. Pero nos contagiamos entre nosotros, nos queremos, nos peleamos, pero somos uno. El éxito de Milei, y obviamente de Argentina, indudablemente contagiara al resto de los países de la región. Que así sea.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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