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Morales en el 2024

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Un año de abierta y desgastante conflagración política con el gobierno de Luis Arce y David Choquehuanca —plagado de conversos por conveniencia— le ayudó a comprender y precisar cuál es el factor que puede dejarlo, de un momento a otro, sin posibilidades reales de cumplir su obsesión de volver al poder, tal como lo había planificado en su confortable refugio de Buenos Aires.

Este año hubo de todo en el combate cuerpo a cuerpo entre el evismo y el arcismo —denuncias de corrupción, acusaciones de traición al instrumento político, acciones para quedarse con la sigla del MAS, señalamientos sobre el origen del descalabro económico, degradaciones, delaciones…—, pero una línea de ataque desde el arcismo fue transversal y persistente en la guerra sin cuartel.

Mientras el caudillo utilizaba a sus parlamentarios leales, las ondas de Radio Kawsachun Coca, sus redes sociales y las conferencias de prensa para pedir primero el cambio de ciertos ministros del gabinete de Arce y luego para arremeter con denuncias de grueso calibre, en el bando contrario, y antes de que él se diera cuenta —según su propia confesión—, se había activado un plan para truncar su objetivo político: ser nuevamente presidente del país, pese al fraude electoral de 2019.

Ni en sus peores pesadillas imaginó que Arce, Choquehuanca, Eduardo Del Castillo y otros exhermanos/excompañeros habían urdido una estrategia no solamente para dejarlo al margen de cualquier aspiración electoral, sino acabar con su carrera política y sindical de casi cuatro décadas. Terminó por comprender que la apuesta que habían hecho en su contra era al todo o nada.

Pensó que adelantándose al “enemigo” interno con el Congreso de Lauca Ñ, parte de su trinchera territorial, podría blindarse y encarar cualquier futura embestida política que intentara, por ejemplo, relacionarlo con el tráfico internacional de drogas, tal como ocurrió en otrora, cuando ejerció simultáneamente la dirigencia cocalera, el liderazgo político y la diputación en representación del trópico de Cochabamba.

Pero, la estrategia que estaba desarrollando el bando rival era distinta a las que había enfrentado y derrotado antes. Durante días, semanas, meses, todo un año la fuerza antidrogas intervino y destruyó decenas de fábricas de cocaína en el Chapare. La cantidad de droga decomisada apenas sirve para completar un vuelo de narcoavioneta y el número de aprehendidos es mínimo en relación a la cantidad de los operativos realizados. No importa. El objetivo era dejar establecido que la cocaína que se produce en Bolivia o transita por el país tiene como núcleo maligno al Chapare.

De ahí que no debería resultar complejo para la opinión pública nacional e internacional entender que el trópico de Cochabamba esté Enel meollo del narcotráfico y su principal dirigente cocalero y líder político no supiera nada sobre la existencia de laboratorios, de la droga producida o refinada en esas factorías y de sus paisanos participando en la actividad ilícita.

A modo de medir su reacción, en el último mes de 2023 aparecieron denuncias sobre narcotráfico contra otra figura del trópico cochabambino —productor y dirigente cocalero también, además de senador hasta 2025—. Más allá de los desmentidos públicos del aludido y el protocolo mediático para repeler las denuncias, se convirtió en el nuevo e infaltable protagonista del programa dominical de radio del caudillo, una manera de protegerse ante cualquier intento de detención producto de las denuncias que lo relacionan al narco.

Parece que este extenuante año de guerra política le sirvió para comprender que los tiros letales contra su carrera política y sindical vienen del plan para implicarlo con el tráfico de cocaína, un negocio ilícito de dimensiones globales cuyo destino de consumo dejó de ser solamente Estados Unidos y Europa, y se expandió hacia Asia y África, buscando copar cualquier territorio que suponga ganancias multimillonarias a través de la adicción a las drogas producidas en Sudamérica.

En su penúltimo programa radial del año, habló de reuniones entre el Ministro de Gobierno y la Embajada estadounidense en La Paz antes de la captura de Maximiliano Dávila, su último director de la fuerza antidrogas, y los posteriores ofrecimientos que le hicieron personeros del Gobierno para que lo acuse a cambio de salir libre de la cárcel de San Pedro y no ser extraditado.

Fiel a su rol de víctima permanente, denunció otra vez tener información privilegiada de que el actual comandante del Ejército boliviano se ha fijado el objetivo de eliminarlo físicamente si es candidato a la Presidencia nuevamente. Un mensaje directo a sus bases a nivel nacional y del Chapare, seguramente invadidas por el desconcierto tras la seguidilla de operativos antidrogas.

Se viene el 2024, un año en el que el evismo puede verse obligado a convocar a un nuevo congreso ordinario del MAS, sabiendo que puede dejar al exjefazo sin sigla partidaria ni candidatura presidencial; librar nuevos y más duros combates cuerpo a cuerpo con el arcismo; y recibir los tiros finales en la cabeza de la élite partidaria con el tema del narcotráfico. En 2024 se pondrá a prueba el instinto de Evo Morales, un verdadero animal político, y la capacidad del evismo para vencer el plan del arcismo.


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