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No es el fin de los tiempos… aunque a veces lo parezca

«Cuando un amigo se va / queda un tizón encendido / que no se puede apagar / ni con las aguas de un río».

José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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Alberto Cortez me ha dado las palabras para describir el cierre de un amigo. Porque eso era Página Siete: un buen amigo, un medio amigo, no el único medio amigo —otros hay sin dudas: El Deber, Correo del Sur, eju! (medios éstos que muchas veces me han cobijado) o El Día desde donde hoy escribo— pero sí donde tenía más amigos de muchos años, en sus columnas y en su redacción.

Página Siete no era un diario opositor —aunque para un oficialista así lo sintiera y lo temiera—: era un medio independiente y, parodiando la frase que se atribuye al expresidente mexicano Luis Echeverría Álvarez, de Página Siete pudo decirse «no era de izquierdas ni de derechas sino todo lo contrario» porque ése es el secreto de un medio independiente —como los que antes mencioné y seguro podría mencionar algunos otros (ya pocos lamentablemente)—: no ser partidario (tienen todo el derecho quienes lo sean por convicciones pero no por ingresos) sino político, en el más correcto sentido semántico de polis: comunidad y de politeia: ciudadanía. Porque ejercer el derecho de ser político, de expresar sus opiniones propias —y, a la vez, de muchos— siempre es algo que irrita a quienes no quisieran oír verdades.

Página Siete no cerró porque era un diario de élite, de clases medias aburguesadas y neoliberales, de empresarios ni de políticos desplazados, como apareció en una nota publicada en El País madrileño: cerró porque era un medio libre, que leían muchos —para disgusto de quienes no lo querían— porque era un periódico transversal: lo era en lo vertical —desde el obrero, el estudiante, la ama de casa y el gremialista hasta el empresario y el académico (y el militar también)— y lo era en lo horizontal porque expresaba las inquietudes y pensamientos de muchos, de la mayoría muchas veces silenciosa y silenciada. Ése es el real “secreto del éxito” de un medio masivo que Página Siete y otros, ahora y antes —recuerdo Presencia—, han aplicado…un “secreto” muy fácil de entender aunque para algunos muy difícil de aplicar.

Es muy maniqueo y fútil aplicarle a un medio masivo el concepto de liderazgo de masas ni de disponedor y deponedor de gobiernos porque cualquier medio —si es independiente sobre todo pero uno dependiente tampoco— no tiene ni la voluntad —sólo llegaría a los convencidos, como Pravda lo hacía— ni la estructura partidaria ni los medios para hacerlo —y aun si los tuviera no se lograría, basta preguntarle antes a Cambio o, más cerca, Ahora el Pueblo. Sobre todo porque, en el medio desaparecido, sus páginas pluralistas —con las que, en información y columnas, discrepé algunas veces— nunca estaban reducidas para bien de unos supuestos —para los corifeos del Poder— consignatarios inexistentes.

Página Siete cerró, simplemente, porque al Poder no le convenía que existiera… y en Bolivia eso no es novedad: basta recordar como el MNR en su primera época cerró La Razón original y Los Tiempos y años después El Diario en 1970 y 2013. Hay muchas formas de cerrar un medio: a la fuerza (como en los 50), a través de las deudas o cortándole la publicidad oficial —mayoritaria donde el Estado es el Gran Hermano y el Primer Empresario— (Dinatale y Gallo describen esa guillotina con minuciosidad en Luz, cámara… ¡gobiernen!) o coaccionando la inversión privada (la publicitaria y la posible nueva societaria también). Así desde el Poder incluso se puede —sin sonrojo visible— luego decir que «desde el primer momento se solidarizó con el medio de comunicación».

Y es muy entendible que para el Poder “era el momento urgido”: oposiciones fragmentadas y desestructuradas, muchas veces enfrentadas entre sí y dentro de ellas y sin que se creen como perspectivas potenciales para el mediano plazo; la economía con el Estado como el Hans Brinker de la leyenda neerlandesa: tapando las continuadas fugas del dique; un oficialismo bicéfalo y cainita que —a pesar del reciente sana sana habanero (al menos para imprescindibles poses ante las cámaras) y muy urgente ahora que el esfuerzo demoledor social realizado desde 2019 (camuflado falazmente dentro de justas protestas sociales) “hace aguas” en Ecuador, en Chile, en Bolivia, en Colombia y en Perú, mientras Argentina marca su cambio y Lula no logra achuntarla— forcejea y pugna cada vez más por tener el espacio para 2025.

Retomando la canción de Cortez con la que habría esta columna, siempre sé que, al igual que «queda un tizón encendido / que no se puede apagar / ni con las aguas de un río», otro buen amigo siempre habrá.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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