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El suicidio es uno de los misterios más densos de la humanidad. ¿Por qué alguien elige apresurar su despedida de este planeta para volar a lo desconocido?
Algunos opinan que es un acto muy valiente; otros creen lo contrario, que es una decisión para no enfrentar los desafíos de la vida. El suicidio también puede ser una imposición como recuerda la filosofía la muerte del maestro Sócrates. Clavarse un puñal o tomar un veneno puede ser un pacto, como el de los más famosos amantes: Romeo y su Julieta. Un ritual de protesta profunda, como la decisión del escritor Mishima, magníficamente descrito por Marguerite Yourcenar. O puede reflejar una derrota como el harakiri japonés.
Nadie se atreva a juzgar a un suicida ni a su entorno. Son las preguntas del absoluto.
Sin embargo, el suicidio colectivo suele estar relacionado con crisis sociales profundas. Se dice que las poblaciones originarias de este continente murieron en los primeros años de la brutal conquista ibérica no tanto por las armas o por sus divisiones internas, sino por el desgano vital.
¿Para qué vivir en un mundo que había dejado de ser la creación de los dioses? La historia de la humanidad está llena de tristes ejemplos.
En el mundo moderno, uno de los casos más impresionantes fue el suicidio colectivo de un centenar de jóvenes influidos por drogas y sermones en la secta de Jim Jones en la Guyana. Hace poco, adolescentes yazidíes optaron por lanzarse desde las rocas para evitar caer en manos enemigas.
Curiosamente hay más suicidios en ciudades impolutas suecas que en los empobrecidos barrios de Caracas, Managua o La Habana.
En el caso boliviano, desde el 2010, el Gobierno del Movimiento al Socialismo determinó el suicidio lento pero impecable e irreversible de los habitantes de Bolivia y de las futuras generaciones, desforestando la selva del norte y quemando los bosques del este, hasta el Chaco. Nos suicidan.
Abrir la carretera en el núcleo del Tipnis fue mucho peor que solamente cumplir con un acuerdo con el entonces presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, o ampliar el territorio para la penetración de los cultivadores del circuito coca cocaína.
La continua afectación del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure fue el inicio de la política diseñada por el (no) militar defensor de la patria Juan Ramón Quintana y un amplio lobby de intereses externos. Fue el comienzo de la destrucción sistemática, sin pausa y sin control, de la riqueza de los recursos naturales nacionales.
El futuro asilado sin que nadie lo persiguiera se ocupó en varias oportunidades de relacionar la defensa de la Amazonia con la amenaza del imperio, mientras destruía la armonía ancestral en Beni y Pando.
Fue en época del presidente Germán Busch cuando se firmaron los primeros protocolos de protección a parques nacionales. Los héroes del Chaco conocían al país profundo y comprendían la importancia de los distintos pisos ecológicos que tenía Bolivia. En los años cincuenta, comenzaron a aparecer textos de estudiosos nacionales y extranjeros para difundir esas experiencias que antes eran apenas intuiciones. Max Césped, Martín Cárdenas, Jhon Murra, son algunos nombres que deberían leer los gobernantes.
Al contrario, el MAS, en la más grave de todas sus imposturas, ha violentado a la Madre Tierra en cada uno de sus espacios más preciados. La ha violado y mancillado en extremos irreversibles. La persecución a guardaparques, la entrega de los servicios en los territorios protegidos a militantes ignorantes de la temática, las autorizaciones a cultivadores de coca ilegal, son asuntos que deberían preocupar más a la opinión pública.
Paralelamente, el (no) Estado Plurinacional entregó la explotación de oro a chinos y a bolivianos interesados en el pronto enriquecimiento sin ningún compromiso para respetar mínimas normas y la propia Constitución de 2009.
La mayoría de los menores en poblaciones indígenas amazónicas presentan rastros de mercurio en su cuerpo, incluso en sus cabellos. El Gobierno nacional no atiende a los estudios sobre el tema, ni siquiera a voceros de gobiernos europeos y de entidades internacionales que están alarmados.
Pocos medios llegan hasta las orillas del país. El 90 por ciento de periódicos, radios y canales está ocupado en reproducir declaraciones de políticos alrededor de la plaza Murillo.
Mientras, el MAS nos suicida y suicida a nuestros hijos y nietos.