OpiniónEconomía

¿Por qué no nos entendemos?

Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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Hace 30 años una de cada cinco personas en Bolivia no podía leer este artículo de opinión porque no sabía leer y escribir. Actualmente una de cada 20 no lo hace y esa es una muy buena noticia.

Lo propio con los años de educación: en 1992 la población mayor de edad tenía en promedio 6 años de estudio y ahora subió a 10 años, garantizando la educación primaria y una parte de la secundaria.

Pero no es suficiente para decir que la educación ha mejorado.

Los años promedio de escolaridad en Bolivia y Tailandia han sido casi similares en 1950 y en 2010. Pero el primer año Bolivia tenía el doble de ingreso por habitante que Tailandia y hoy ha la situación se ha invertido: tenemos la mitad de ingreso que el país asiático.

Respecto a la calidad de educación, no tenemos una idea concreta en cuanto a su avance porque la última vez que nos medimos fue en 1997. Ese año la medición indicaba que la comprensión lectora en nuestro país era la más baja de Sudamérica.

Por tanto, estamos erradicando el analfabetismo cuantitativamente, pero tendríamos una proporción grande analfabetos funcionales, aquellos que pueden leer, aunque no entienden lo que están leyendo.

Como profesor universitario desde hace más de 18 años, estoy al tanto que nuestros bachilleres no tienen “en promedio” una buena capacidad lectora y escritora, independientemente del colegio de origen, la región geográfica o la casa superior de estudios donde estén.

Esta falta de competencias textuales podría explica por qué los “retornos a la educación” son bajos en nuestro país. Varios estudios académicos coinciden que el ingreso adicional por estudiar un año más bajó de 10% a apenas 4%. Es decir, con un año más de educación mi ingreso sube apenas en promedio 4%.

En una investigación que publiqué el año pasado titulada “Años perdidos: informalidad y retornos a la educación”, encontré evidencia que esta baja “rentabilidad social” de la educación podría estar relacionada con la informalidad.

En un texto que de veras disfruto “La aventura del trabajo intelectual” escrita hace décadas por el filólogo Armando Zubizarreta, el autor señalaba que la universidad no debía formar profesionales o “personas que aplican el conocimiento existente a las necesidades prácticas de la sociedad.”

Tampoco debía producir científicos o personas “que, con la convicción de que el conocimiento teórico es un primer paso necesario de la praxis [o práctica] se dedican a la tarea de crear nuevo conocimiento.”

En lugar de eso debían crear personas cultas. Decía Zubizarreta: “Culta es la persona que es consciente de que la cultura en que vivimos tiene sus raíces el esfuerzo de hombres en el pasado, en la historia”

Añade que, “Culta es la persona que es consciente de que somos parte de la naturaleza y que conoce la concepción que de ella ofrecen quienes se dedican a su estudio”. Y que “Culta es la persona que se siente responsable de la sociedad humana y conoce las estructuras y dinámica de ésta, descritas por quienes la estudian.” O que “Persona culta es aquella que comprende el valor y significado de las más importantes expresiones artísticas y filosóficas.”

Sintetiza que “la persona culta se identifica como el ser humano libre, responsable y solidario con los demás, que participa en la aventura de ser hombre por ser hombre, en la cultura.”

No se puede ser culto sin tener las competencias básicas de leer entendiendo y escribir argumentando.

El profesor de Oxford Paul Collier apunta a que la lectura fue clave para generar empatía a nivel social en la Inglaterra victoriana, elevando la categoría humana y dejando atrás el pasado bárbaro de ejecuciones públicas y duelos como medio de resolución de controversias.

Las especialistas en lingüística y filología Patricia Alandia y María Pía Franco ahora nos regalan la tercera edición de “Competencias textuales”, un texto que no debería ser sólo para sus alumnos sino para todos quienes entran a la universidad, porque si no su paso será como decía Luis Alberto Sánchez, rector de la Universidad San Marcos de Lima, “un autobús donde uno sube, pero no sabe dónde llega.”

Al ver el primer diagrama del libro citado, creo que no nos entendemos porque no sabemos cómo comunicarnos. No sabemos escuchar, leer, argumentar, escribir y hablar.

Nuestro país tiene problemas estructurales que necesitan una comprensión integral. Y para ello necesitamos competencias textuales, como también cuantitativas y de pensamiento crítico.

El libro tiene un apartado sobre argumentación con elementos básicos de falacias o errores de pensamiento, de aquellas que abundan en la discusión diaria de nuestros líderes y autoridades y de la opinión pública en general.

Entendería que no tenemos las habilidades básicas para entablar una buena conversación y, peor aún, una discusión seria de los problemas que de verás importan.

La parte primordial para resolver un problema es comprenderlo. Y sin las competencias textuales es casi imposible resolver y peor solucionar.

Las competencias textuales son tan útiles para vivir que aún en la dimensión espiritual su práctica no sólo es recomendada, sino que es instruida.

Por lo que el Apóstol San Pablo le recomendaba a su fiel compañero Timoteo diciendo: “ocúpate en la lectura {de las Escrituras,} la exhortación y la enseñanza.”

Enhorabuena para las autoras y quienes lo usarán como texto de estudio y referencia.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pablo Mendieta Ossio

Economista en el campo de políticas públicas

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