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¿Qué esperaba señor Ministro?

Casto Martín Montero Kuscevic

Profesor de Economía, Jiaotong-Liverpool University

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El ministro de Desarrollo Rural y Tierras Remmy Gonzáles afirmó con sorpresa que se había dado cuenta que los precios altos de la soya hicieron que el empresario agrícola decida sembrar soya en lugar de maíz. Además, se mostró molesto e indignado porque hay gente que “vende a los precios que les da la gana en el momento que se presentan este tipo de coyunturas” (en referencia a la escasez de maíz).

Existen varios errores e imprecisiones en lo dicho por el señor Gonzáles, pero antes es necesario que el ministro entienda que los precios son un increíble mecanismo de transmisión de información que los agentes económicos emplean para coordinar, organizar y distribuir la producción. Una vez entendido esto es fácil ver los disparates del ministro.

Primero, si el precio de un producto aumenta, está mandando información de que se incrementó la demanda por ese bien, que disminuyó su oferta, o ambas. En cualquier caso, si se incrementa el precio de la soya la señal es clara: se debe aumentar su producción; por lo que resulta risible que el ministro anuncie que desde el ministerio se dieron cuenta de algo que la más básica teoría económica da por sentado y que los productores saben muy bien en su día a día: los precios determinan qué factores se deben explotar y qué bienes se deben producir.

Segundo, ¿cuándo espera el ministro que el precio suba si no es durante periodos de mayor escasez? Del mismo modo, durante períodos de relativa abundancia el precio tiende a bajar. Esto es algo que podemos apreciar de forma muy clara en el mercado con las frutas de temporada o con el pescado durante Semana Santa. De hecho, si los precios durante un período de mayor escasez se mantuviesen constantes, lo único que haría sería profundizar la escasez.

Lógicamente, el aumento del precio significa que el bien en cuestión solamente podrá ser adquirido por aquellos que estén dispuestos a pagar más, esto hace que disminuya la cantidad demandada y eventualmente aumente la cantidad ofrecida. ¿Existen alternativas al incremento de precio? Por supuesto, pero son más costosas e ineficientes. Por ejemplo, se podría establecer cupos de venta, y que a cada consumidor le corresponda una idéntica cantidad independientemente de su necesidad (lo que hace actualmente EMAPA), otra alternativa es vender a los consumidores dependiendo del orden de llegada, lo que originaría largas filas y pérdida de tiempo (como en las cajas de salud o cuando no hay combustible), o se podría vender la producción solamente a los amigos del burócrata de turno.

Finalmente, es una falacia la afirmación del ministro de que “el vendedor puede vender al precio que le da la gana”. El productor, incluso si es un monopolista no puede aumentar el precio indefinidamente ya que está restringido por las preferencias y valoraciones de los consumidores.

Por supuesto que existen otros temas a tomar en cuenta como la arremetida contra el agro, la toma de tierras, la prohibición a las exportaciones y todas las políticas de los últimos 16 años que han incidido en la disminución de la oferta. El ministro se hubiese evitado la molestia e indignación si los funcionarios del ministerio de economía le hubiesen explicado algo tan básico como la función de los precios… o tal vez hubiese sido peor.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Casto Martín Montero Kuscevic

Profesor de Economía, Jiaotong-Liverpool University

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