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Durante estos más de 16 años de populismo, la cultura fue decididamente saboteada. Y lo fue por un burdo intento de sustituir la cultura nacional por una indígena, plurinacional. Quisieron emular a la Gran Revolución Cultural Proletaria – mejor conocida como la Revolución Cultural China liderada por Mao Tse Tung y la banda de los cuatro -, conformada por dirigentes de alto nivel del Partido Comunista Chino. Corría el año 1966 y Mao buscó destruir cualquier tipo de cultura occidental reestructurando la ciencia, la educación, la moral y las artes, a partir de las ideas maoístas.
Esa revolución se caracterizó fundamentalmente por una dura represión, así como por una severa educación a los intelectuales chinos, considerados como burgueses privilegiados que daban prioridad a sus objetivos particulares por encima de los intereses del partido. Durante ese proceso de “lavado de cerebros” la educación jugó un papel muy importante, por considerarla como el vehículo ideal para derribar cualquier barrera que impida la llegada de la doctrina comunista a todos los estratos. El gran desafío fue situar a toda la sociedad en una sola masa homogénea que permitiera eliminar los privilegios de clase y alcanzar un carácter absolutamente comunista, desechando individualismos, identidades culturales, para sustituirla por una sociedad rasa, plana y homogénea.
Esa Revolución Cultural buscaba dar fin a los llamados “cuatro viejos”: las costumbres, la mentalidad de contrastes, la diversidad cultural y contra los hábitos de la época de las dinastías, los cuales debían ser superados para llevar a la sociedad a un plano redgido por régimen chino maoísta. Pensar diferente era penado con fusilamiento. Ser, era castigado con cárcel. Se debía “no ser”.
Y, claro, Mao Tse Tung se situó como una figura de culto e idolatría sin parangón y que, por medio de sus postulados ideológicos, actuaba como una la “luz” que iluminaba el sendero de la reeducación China. El famoso libro rojo junto con las demás obras que expresaban el carácter del comunismo, se volvieron lecturas obligatorias en la educación.
El masismo, hundido en su retórica hueca, quiso, de manera soberbia, seguir estos pasos y aún persiste en defender su revolución cultural, pluirinacional y que hasta la fecha sólo creó profundas distorsiones y desviaciones regionales y éticas; el masismo no reparó en gastos, y formó un verdadero “ejército” rentado de guardianes del relato, construcción de imagen sobrevalorada de Evo Morales, del indigenismo como ultimo resabio de moralidad boliviana y quiso “marcar” en la llamada generación Evo, una mirada plana y unidireccional de la realidad, completamente obtusa e ideologizada.
La sustitución de símbolos patrios, del escudo de Bolivia por uno politizado y partidizado; el intento de imponer una visión deformada ha tensionado la maravillosa fuente de diversidad cultural, regional y departamental. La riqueza de nuestro país es, precisamente, su diversidad, por lo que cualquier intento de homogeneización es sólo un burdo conato hacia cada uno de los bolivianos y hacia sus usos y costumbres culturales.
En este camino pedregoso ¿quién defiende la cultura? Aquella que representa de manera digna lo dispar, lo variado; aquella que genera criticidad social, que provoca reflexión, pensamiento disruptivo; aquella que promueve valores y desnuda nuestras miserias como también nuestras fortalezas como sociedad.
En todo este tiempo de azules, ¿se ha encarado, un debate honesto y con basamentos intelectuales genuinos sobre el papel importantísimo que juega la cultura en Bolivia? El museo de orinoca es sólo una muestra del insulto a la cultura popular y está teñido de eslóganes que encubren “curros”, distorsiones y privilegios. ¿Se está haciendo algo para evitar que la bandera política de “la cultura” se convierta en una coartada para tapar manejos opacos y discrecionales de presupuestos exorbitantes?
Las preguntas son inevitables: ¿qué le ha hecho más daño a la cultura?, ¿la burocratización militante, convertida en una aspiradora de fondos? ¿O el debate que ahora se propicia sobre la administración y la transparencia del uso de los recursos públicos para actividades culturales ideologizadas bajo el burdo manto azul?
¿Qué es defender “la cultura”? ¿Es defender la libertad y la diversidad o es defender los subsidios y los refugios de la militancia? ¿Es defender valores o defender acomodos partidarios?
La “estatización” cultural ha terminado por crear una mentalidad burda. No se piensa en seducir a los espectadores sino en agradar al funcionarios públicos y mandatarios que otorgan el financiamiento. Se produce, así, una cultura politizada y endogámica. Una tristeza absoluta y que al igual que la sociedad china maoista, se está perdiendo uno de los patrimonios más grandes de un país: su cultura diversa, dispar y regional.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo