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Tan lejos y tan cerca de Haití

Lupe Cajias

Periodista e historiadora

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En estos últimos días aparecen nuevas noticias sobre Haití, todas con el encabezado de “urgente”. Hace meses/ años/ décadas que ese país caribeño se cae a pedazos. Son muchos dramas acumulados, pero nada se parece a la hambruna actual con tres millones de niños con desnutrición crónica y con riesgo de muerte inmediata, según informó Unicef en su portal oficial.

Mientras, el Gobierno -incluyendo los principales edificios- están en manos de pandillas juveniles que amenazan, luchan, mueren y asesinan todos los días. La antigua asamblea legislativa está en ruinas y nadie sabe si algún día volverá a funcionar.

Naciones Unidas ha convocado en estas semanas a reuniones de emergencia para encontrar alguna salida para ese país isleño que no tiene presidente, ministros o servicios de limpieza desde que un grupo de sicarios colombianos ajustició al mandatario. No hay certeza de cuáles fueron los intereses y las motivaciones, pero lo evidente es que la respuesta internacional fue tímida y tardía.

Unas agencias solicitan financiación humanitaria y alimentos, aunque nadie asegura que esos bienes llegarán a las familias o a los chicos que mueren deshidratados cada día. Otros expertos convocan al embargo de armas y a preparar juicios contra quienes alientan la violencia cotidiana.

El secretario General de la ONU, António Guterres, confía en los países caribeños para respaldar el despliegue de una fuerza internacional para reconstruir las instituciones y con ello mejorar la seguridad de los habitantes de Haití.

Ese país comparte la misma isla con República Dominicana pero un muro invisible separa los dos mundos: el tipo de mestizaje, la cultura, el idioma, la religión. Después de la dictadura de Rafael Trujillo, los dominicanos aprovecharon poco a poco las oportunidades para la convivencia democrática. En cambio, después de la dinastía de los Duvalier, los haitianos no encontraron una estructura más sólida para pasar a la gobernabilidad.

A pesar de ser los primeros en rebelarse contra el imperialismo hace más de 200 años (el francés en este caso), pronto sufrieron la venganza y posteriormente la presión de Estados Unidos. Haití no conoció una época de estabilidad y careció de líderes que superen la herencia clientelar y corrupta. Sus indicadores socioeconómicos y de desarrollo humano siempre ocuparon el último lugar en el continente.

Las cifras bolivianas acompañaron esa cola durante muchos años y se solía juntar a los dos países americanos como los rezagados del desarrollo. Esa competencia opaca se rompió cuando Bolivia construyó desde 1982 hasta 2009 una democracia tolerante y participativa.

Los índices de analfabetismo, acceso a la educación superior, acceso a la salud pública, descentralización del poder político, participación popular cerraron en el siglo XX con una Bolivia lejos de Suiza, pero también lejos de Haití. La continuidad, aún con sobresaltos de programas como el SUMI, los bonos, la ampliación y modernización de servicios como las telecomunicaciones o el recojo de basura hasta el 2016 también ayudaron a brindar más oportunidades de vida y con calidad a miles de bolivianos, sobre todo del área rural.

En cambio, el desconocimiento del resultado de un referendo para evitar candidaturas inconstitucionales, el manejo del Poder Judicial para burlar esa derrota, la contaminación partidista del poder electoral, la politización de la lucha contra la corrupción, la creciente falta de transparencia en los distintos asuntos del Estado, contribuyeron a acercar al (no) Estado Plurinacional a Haití.

En octubre y noviembre de 2019, grupos armados afines al partido de gobierno (Movimiento al Socialismo) convocaron en vivo y por las redes a una guerra civil. La valiente acción de la Iglesia católica y de sus instituciones, de representantes diplomáticos europeos y de algunos de los propios actores políticos impidieron el desastre.
Hasta la fecha, nada de ello se ha investigado; ni siquiera se nombra en los procesos abiertos contra opositores.

Más bien, aumentan peligrosamente los grupos, enmascarados o a cara descubierta, armados, que avasallan tierras cultivadas, haciendas ganaderas, terrenos urbanos, acequias. Ha crecido el contrabando violento, el sicariato ligado al narcotráfico, las bandas rivales, las muertes violentas, la explotación ilegal y a veces mafiosa en la explotación de recursos naturales como el oro, la presencia de criminales extranjeros.

Así empezó el despeñadero de la otrora hermosa Somalia, que actualmente sobrevive por inercia. Los pocos periodistas o personeros de las ONGs relatan historias escalofriantes.

Así empezó Haití, burlando una y otra vez las posibilidades de construir una democracia con el respeto a las diferentes fuerzas y a los diferentes candidatos.

Ahora, nadie se atreve a administrar, ni siquiera las pequeñas alcaldías. Ya no hay barrios seguros en Puerto Príncipe, las pandillas pueden entrar a matar a vecinos de edificios solamente porque quieren gastar balas.

Ninguna de las dictaduras continentales da bienestar a su población, todo lo contrario, sea Cuba, Venezuela, Nicaragua. Ninguna intervención externa revierte la situación. Cuando no se respetan las reglas de la democracia, el final es siempre un abismo.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Lupe Cajias

Periodista e historiadora

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