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Aunque el uso de las tecnologías digitales pareciera reciente, la primera patente data de hace más de 100 años. Por ejemplo, Alan Turing descifró el código Enigma, a través de algoritmos, y contribuyó según historiadores a nada menos que acortar la Segunda Guerra Mundial dos años. La diferencia es que ahora un mensaje de la misma longitud podría ser descifrado cien veces más rápido, gracias al avance exponencial de la capacidad y velocidad de procesamiento de la tecnología digital.
Esto, sumado a las circunstancias producto de la pandemia, han provocado que la transformación digital se convierta en un factor vital en el desarrollo económico de las empresas, ciudades e incluso en los países que adopten.
Otro elemento de la época es las nuevas expectativas sociales, existe un nuevo consumidor con mayor poder adquisitivo (en general ha habido un incremento de la riqueza en el mundo) y es un consumidor más y mejor formado e informado. Por lo tanto, tenemos una ciudadanía más empoderada que espera mucho más de sus gobiernos y de las empresas con las que se vincula, que ya no cree a ciegas en propagandas y que a través de las redes sociales puede consultar o denunciar sobre cierto producto o servicio. Además, la generación milenial se ha convertido en el centro de la familia y por ende en el centro de atención de la sociedad; vivimos por y para ellos. Son los nuevos protagonistas y reclaman un trato como una estrella, absolutamente personalizado y con altas expectativas.
A raíz de estas condiciones, han ido surgiendo emprendimientos (startups) que han generado disrupciones en el mercado, rompiendo el paradigma que el crecimiento de un negocio depende de sus recursos y partiendo del principio que los recursos son abundantes, y que además no necesitan ser dueños de activos tangibles para desarrollar su negocio, lo que ha generado que dichas empresas crezcan exponencialmente. Google, Uber, Airbnb, Spotify, Amazon son algunos de los ejemplos de este nuevo tipo de organizaciones empresariales, que basan su crecimiento en la combinación de la creatividad y el uso de tecnología digital.
A partir de la pandemia y sus restricciones, la mayoría de los negocios han tenido que volcar su mirada a la digitalización, como una manera para sobrevivir a tiempos de crisis. Si bien la digitalización utiliza herramientas tecnológicas para generar mejoras en los procesos actuales de una empresa, es la expresión primaria de la transformación digital. La transformación digital incremental, aprovecha nuevas tecnologías para ofrecer nuevos productos o servicios manteniendo el “core” del negocio. La transformación digital disruptiva, es la expresión más profunda y amplia de la transformación digital, ya que explora posibilidades más allá del modelo de negocio actual, traspasando las fronteras de su industria para reinventar el modelo de negocio.
La transformación digital puede servir para mejorar sustancialmente la vida de las personas, lo único que se requiere visión y voluntad política (institucional) para asumir el rol del motor de esta transformación. De manera natural podrían jugar ese rol las autoridades políticas nacionales, departamentales o locales; aunque lamentablemente su tiempo está ocupado en otras cosas. No se han dado cuenta que la transformación digital ofrece una oportunidad para avanzar hacia la solución de muchos de nuestros sus desafíos por su gran potencial de mayor transparencia, servicios mejores, más rápidos y accesibles desde cualquier lugar y en cualquier momento, disminuye la posibilidad de la corrupción al eliminar el contacto con los funcionarios públicos y estandarizar los procedimiento y digitalizarlos, logrando por ende mayor eficiencia, eficacia y economía de las instituciones públicas.
Para que esto sea posible, dos elementos claves son: centrar los procesos en la experiencia del cliente/usuario y el cambio de cultura “organizacional” en la ciudad, institución o empresa.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo