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Ha muerto Harold Olmos Mercado. Celebremos su vida porque tuvo una trayectoria impecable como lo es el legado que deja en el periodismo boliviano, entre sus amigos y colegas y en su familia.
Harold fue un maestro en el gremio. Transitó por la historia de Bolivia, como testigo viviente desde los años 60 en la redacción de Presencia y en agencias internacionales de noticias; transmitió cada hecho, por entonces de constantes convulsiones, con pulcro respeto a sus lectores y a sus interlocutores. Por eso todos lo respetaban.
Un hombre de profundas convicciones. De esos raros que hacen lo que piensan y, naturalmente, piensan lo que dicen. En tiempos en que la CIA era temida por sus acciones, no siempre “santas” en América Latina, Harold prestó las oficinas de la Associated Press, de la que era corresponsal, para una conferencia de prensa del MIR en la clandestinidad. Histórica porque allí se hizo el anuncio de que el MIR se unía a Hernán Siles Suazo para disputarle la conducción del país al poder civil/militar, y hacerlo mediante elecciones. Fue, en cierto modo, el acta de nacimiento de la UDP.
En los golpes de estado, cuando los periodistas no teníamos sala de prensa y el encuentro era bajo un arbolito de la puerta de Palacio, sus oficinas eran el refugio de muchos de nosotros. Él y otro grande, también desaparecido ya, René Villegas de Reuter, eran la referencia obligada de orientación, fuentes confiables y lugar de encuentro para las tertulias de la prensa acreditada a la cambiante realidad política más que a una fuente en concreto.
En las redacciones de las agencias noticias su nombre era referencia de ética, profesionalismo y excelencia. Cumplió tareas de editor jefe para América Latina y ocupó la titularidad en las sedes más importantes como Brasilia, Rio o Caracas. Doy fe de su prestigio porque, en tiempos de exilio, llegué a varias de esas redacciones con su recomendación en mano y fui recibida con los brazos abiertos. Él sembró eso y mucho más.
Tuve el privilegio de cubrir junto a él varios hechos internacionales y, en todos ellos, su presencia jerarquizaba el hecho. Fue reportero de calle hasta el final de su carrera, decía que el periodista debe ver con sus propios ojos aquello que informará y, con esa convicción por ejemplo, asistió a todas y cada una de las audiencias del caso terrorismo para contarle al país, en un libro de 900 páginas, todo lo que allí sucedía y dar a sus lectores elementos irrefutables de que el caso era un caso armado con fines inconfesables. Con certeza, en unos años, ese será el documento más importante para entender cómo, por qué, para qué y quiénes armaron el caso donde se ajustició a tres personas y se alteró el curso del liderazgo cruceño.
Viajé con él por 12 días, por Ecuador, junto a un asesino de más de 100 niños para identificar los lugares donde dejó sus cuerpos violentados. Por las noches, nos llegaba la angustia de la jornada tormentosa que habíamos pasado, pero él nos decía que el objetivo nuestro era dar paz a las familias agredidas por semejante sicópata. El reportaje fue publicado en el New York Times y, probablemente, algo pesó para que los jueces ecuatorianos condenaran al asesino a más de 300 años de cárcel.
Podría escribir varias carillas con experiencias como esa, entrevistas, investigaciones, conversaciones.. Lima, Caracas, Rio, Brasilia, Quito, Cartagena, Bogotá fueron algunas de las ciudades por las que anduvimos mirando con ojos abiertos las distintas realidades; “describe lo que ves” me decía, luego habrá oportunidad de que escribamos lo que sentimos. Fue un testigo de la historia, de nuestra historia y su visión es el legado del que la nuestra y futuras generaciones, podrán echar mano para entender por qué suceden las cosas y hacia dónde nos llevan.
Celebro su vida, sus enseñanzas, su amistad entrañable, su solidaridad a toda prueba, su estar siempre donde debe estar. Es un grande que parte dejando un gran vacío entre nosotros pero un legado incomparable para el periodismo boliviano.