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Un país imposible

Jorge Kafka

Politólogo

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De manera recurrente se piensa que Bolivia es un “país imposible” debido a que no pudo ser homogéneo racial y culturalmente, menos aún territorial y socialmente. Más aún, Zavaleta Mercado pensaba que este país es incognoscible y que mientras no se resuelva el “hiato histórico” entre el indio y el señor, no se resolvería la cuestión nacional, separación que hoy en día se esgrime discursivamente en la antípoda entre indígenas y blancos – mestizos.

            El poderoso pensamiento de Zavaleta se ancló sin embargo en los sinuosos caminos que asumió lo nacional popular en Bolivia en el siglo XX. Hoy en día, tras el derrumbe del Estado del 52 y la difuminación del ideologuema del nacionalismo revolucionario se han abierto otros horizontes de visibilidad para entender la situación actual del país.

            Lo indígena, al menos en teoría, ha invertido la relación de poder y se asume en una posición de dominio sobre los antiguos señores. Son, en lo formal, quienes han construido un Estado colectivista a su imagen y semejanza y buscan saldar una vendetta histórica contra las élites tradicionales por los siglos de humillación que padecieron sus ancestros. En suma, son los adalides de la revolución cultural y su soporte material y simbólico.

            La fuerza moral de los pueblos indígenas, sin embargo, se ha visto debilitada por una forma señorial de ejercer el poder de la cual los líderes indígenas se encuentran alejados en la práctica. A nombre de los indígenas una “casta política”, de la parte occidental del país, ha usurpado el poder político con el ánimo de no cederlo ante ninguna circunstancia.

            La forma de atornillarse al poder reproduce la “lógica señorial” contra la que supuestamente se habían enfrentado. Con ella se reproduce reiterativamente la idea de la centralización de las decisiones, el manejo patrimonial del aparato público y las formas prebendales y clientelares de lograr apoyo político y social que marcaron la historia de este país desde la colonia hasta el presente.

            Más aún, esta forma señorial de ver el mundo y el poder se reproduce como una maldición en la mente y corazón de la casta política, nueva y antigua. La pulsión de lanzarse sobre el aparato público como si fuera un “botín” de guerra la padecen quienes ocupan cargos jerárquicos y no jerárquicos en los diferentes niveles de la administración gubernamental.

            Empero, la lógica señorial no se constriñe únicamente a alcanzar los bienes materiales sino a una mentalidad de dominación igualmente funesta. El que ocupa el centro de las decisiones no solo busca satisfacer sus deseos en términos físicos, sino que busca someter a quienes circunstancialmente se encuentran como dominados, con ello se reproduce otra lógica: la de reproducir la opresión. Los oprimidos de antes se convierten en los opresores de hoy, quienes luchan sin cuartel por mostrar esa nueva superioridad:  la nueva arrogancia.

            Los nuevos señores no se encuentran únicamente en el gobierno central, se encuentran diseminados en lo extenso del sistema político y la sociedad en su conjunto. Se reproducen una y otra vez en las universidades, escuelas, juntas vecinales, sindicatos, organizaciones sociales, partidos políticos dejando de lado toda forma de restricción legal y moral. Como una suerte de enfermedad del poder, hoy la casta política y la sociedad muestran que hemos ingresado en una vorágine de lucha y competencia por espacios y cargos para satisfacer apetitos particulares.

            Vistas las cosas de esa manera, la diversidad, la diferencia y la heterogeneidad no son el problema central para la construcción de la nación en Bolivia. Son, por el contrario, el sustrato de la construcción de una nación siempre amenazada por el faccionalismo, la división y el ansía de asaltar las arcas públicas. La mediocridad de la casta política y su lógica señorial de ejercer el poder a lo largo de la historia nos han condenado como país a una manera cicatera de ser en el mundo. Triste desenlace de un país imposible.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Jorge Kafka

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