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Confieso que desde 2019 me siento cada vez más exhausto, cansado y agotado.
Exhausto porque la incertidumbre política ha salpicado a otras áreas y ha hecho que entremos en una “montaña rusa” de emociones, de polarización y de reafirmación de que los intereses políticos están lejanos al bien común como al bienestar individual.
Cansado porque tuvimos una crisis sanitaria que nos paralizó, nos quitó amigos y conocidos, nos robó empleos y empresas, nos redujo los ingresos y nos mostró la alta fragilidad de la vida humana en la colectividad del siglo XXI. Y cuando estábamos saliendo comenzó la del dengue y hay algunos casos de fiebre amarilla.
Agotado porque los recursos económicos son cada vez más escasos, la situación futura se ve incierta y no veo esfuerzos genuinos y resultados efectivos en estos años por retomar el dinamismo económico, sino consignas ideológicas (sin importar cuáles) en vez de soluciones efectivas para el ciudadano de a pie.
Me preocupa que esta sensación la percibo no sólo en mi y mi familia, sino en varias personas con las cuales hablo. Además, que las estadísticas de distintas fuentes confiables muestran que es una sensación generalizada en millones de personas sin importar su lugar de residencia, su orientación ideológica o su posición.
Mi refugio y consuelo ha sido la espiritualidad.
Mis raíces cristianas fueron forjadas en la comunidad franciscana de Potosí en mi niñez, reforzadas en el movimiento carismático en mi juventud, profundizadas en la Alianza Cristiana Misionera de Chile (Santiago) y Bolivia (Miraflores y luego Calacoto en La Paz) y ahora acogidas en la Iglesia Cristo Rey de Santa Cruz, una comunidad de fe que nació al interior del colegio de similar denominación y hoy se forja como una iglesia.
Frente a la desesperanza de las malas noticias diarias, de los afanes cotidianos que han aumentado y de las restricciones cada vez mayores en diferentes ámbitos, opté por dirigirme al Creador, tanto personalmente como en grupo. Cada día me uno virtualmente en oración con algunas hermanas de mi Iglesia que piden cada mañana y tarde por la situación nacional, el liderazgo de la iglesia y las personas en dificultad.
A mí me corresponde usualmente pedir por las autoridades de todos los niveles para que tomen las decisiones correctas. Pedimos por el presidente, vicepresidente, ministros y líderes políticos de todas las tendencias. Oramos por el gobernador, vicegobernador, asambleistas y líderes regionales. Clamamos por los alcaldes y concejales de la región metropolitana.
A nivel nacional nos preocupa una situación de ingobernabilidad y de creciente incertidumbre económica que nos pone nerviosos por lo que podría implicar para los empleos e ingresos. En lo departamental pedimos para que exista claridad de objetivos y de estrategias en el liderazgo regional. Y en lo municipal para que la situación de habitabilidad y dignidad mejore en especial por la situación sanitaria.
Lo hacemos porque seguimos el mandato que se encuentra en las escrituras sagradas, específicamente en la carta que escribió San Pablo a su colaborador Timoteo donde dijo al inicio del segundo capítulo “Ante todo recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias a Dios por toda la humanidad. Se debe orar por los que gobiernan y por todas las autoridades, para que podamos gozar de una vida tranquila y pacífica, con toda piedad y dignidad.” (Dios Habla Hoy).
Y ahora que es Semana Santa, reparo lo que sigue a continuación y que le da sentido a esta recordación: “Esto es bueno y agrada a Dios nuestro Salvador, pues él quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad. Porque no hay más que un Dios, y un solo hombre que sea el mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús. Porque él se entregó a la muerte como rescate por la salvación de todos y como testimonio dado por él a su debido tiempo.”
Sé que los temores por la situación actual son pasajeros porque existe esa esperanza eterna, esa fuente de consuelo y paz.