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La modernidad nos trae muchas nuevas palabras para otras “etiquetadas” desde muchísimo atrás, neolingua (o neolengua) orweliana eclosionada en el terreno feraz del posmodernismo a través de las pantallas de nuestros gadgets –artilugios tecnológicos con el poder de potencialmente dependizarnos–. Así, antes llamábamos “cochinas mentiras” a las fake news y “asquerosas tergiversaciones” a la posverdad (y no entraré en el dizque “lenguaje políticamente correcto” o “neolenguaje inclusivo” que de absurdo e in-correcto se precia).
Para entender un poco la posverdad (post-truth) que el Diccionario Oxford seleccionó en 2016 como “la palabra del año”, casándola con Trump y Farange (Brexit), dos cultores de la mentira goebbelianamente repetida (“Europa nos roba” de Farange y el trumpiano “Los demócratas nos roban las elecciones”). Sobre post-truth, el Oxford define: “Relacionar o denotar circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a las emociones y las creencias personales”, mientras el DRAE pontifica: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales” y agrega destacando: “Los demagogos son maestros de la posverdad”.
Nacida como concepto con Steve Tesich (A government of lies [“Un gobierno de mentiras”], The Nation, 1/6/1992) para describir el síndrome de Vietnam que afectaba a la sociedad norteamericana inmersa en las mentiras cual verdades de Dirty (el “Sucio”) Nixon y su dirty tricks (“juegos sucios”) desde el aparato del poder, Tesich la explicó como cuándo “la verdad deja de importar y la democracia (…) se parece más a un régimen totalitario”.
Una introducción conceptual muy larga pero necesaria para argumentar nuestro hoy boliviano: Arce regresó con el MAS (sin Evo) en 2020 con una política que se asumía pos-Evo y dos posiciones –mandatos para gobernar cuando fue elegido–: recuperar la economía y reconciliar al país. No fue así.
Tras todos los discursos, gráficos y cifras argüidos por el exministro de Economía para “demostrar” un “exitoso crecimiento” postransición proyectado del 4,4% (no quiere saber ni por asomo del 5% proyectado del Banco Mundial porque eso aventa los fantasmas del doble aguinaldo), éste no llega a ser un rebote real al de 2019 –del 2,2%– tras la caída del 8,9% en 2020; simples suma/resta dan -8,9% + 4,4% = -4,5%, que es lo que falta para el 0,0% (o -6,7% para volver al crecimiento del PIB en 2019). Aunque defendido por su fidelis corpus de subalternos-corifeos, la aritmética simple –pos-AGL– vuelve a ser 1-1=0. Primer mandato incumplido (en la lucha contra la pandemia se han hecho esfuerzos permanentes aunque lastrados por mucha ideologización y confrontación).
El segundo –reconciliación– fue ignorado desde la asunción. Con el mantra machacado de “golpe de Estado” –“pus”verdad justificando Morales, aunque ya éste desvanecido progresivamente desde adentro de su mismo MAS– y la represión de disidencias, Arce ha ido crecientemente a la confrontación, aunque la debilidad intrínseca de su poder –¿prestado?– le ha obligado a recules frente al plus de electores (sobre todo burguesía popular) que le votaron y ahora les afecta. Y quien parecía conciliador –el declamador de Gandhi a Morales en 2012: “¡(…) nunca te olvides de mí!”–, olvidó en su arenga a propios contra ajenos que en los versos se decía: “perdonar es un signo de grandeza y que la venganza es una señal de bajeza”.
De colofón, las oposiciones en la ALP se estremecen por nuevos tránsfugas –dizque “golpe parlamentario”–, pero olvidan que un año de reactividad sin proactividad más “la falta de disciplina partidaria y de una estructura como agrupación” –coincido con Angulo (diputado MAS)– conllevan anomia. Bancadas sin liderazgos significantes –más allá de justificar a sus líderes–, armadas a la rápida –dos veces transfugadas– y peleadas entre sí: esos truenos traen estas tempestades.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo