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Cuando la política se parece a la tragicomedia

José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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Si el fraude de 2019 no hubiera sido suficiente para saltar lo que había de “democracia aparente” —Poderes cooptados, corrupción, derroche, voluntarismo discrecional, populismo clientelar, coacción de oposición— ni la pandemia de 2020 hubiera aplastado la economía popular —afectada desde los años anteriores por las crecientes deudas externa e interna, la hipertrofia burocrática del Estado, la reducción acelerada de las RIN, la disminución de las exportaciones y la contracción del PIB— y desnudado una sanidad pública cual cenicienta en muchas décadas pero más criminal por no habérsela potenciado con los ingresos extraordinarios de la Década Dorada —ajenos a nuestro arbitrio—, todo en medio de una Transición forzada por la crisis política del MAS y las cobardías de la ch’ampa guerra de la misma “oposición democrática” —y agravada por improvisación de las nuevas autoridades, delitos de corruptos enquistados y graves deficiencias del período—, entonces el sueño de muchísimos bolivianos que, imbuidos por paliar la confrontación y recuperar la economía —con la mitomanía del “mago” Arce Catacora y su falso “milagro económico—, votaron el 20 de octubre de 2020 por un candidato del MAS presuntamente conciliador, tecnócrata “con sensibilidad” y, sobre todo, sin Evo, necesariamente devendría en franca frustración. El resultado real: sin mejor economía —más allá de los discursos— y con confrontación, mucha confrontación.

Bajo el claro mandato político de sanificar el fraude y facilitar el retorno al Poder de Morales Ayma y su entorno, Arce, a quien se le consideró un tecnócrata ahora convertido en agitador de barricada con el mantra en martingala: “¡golpe, golpe!” repetido hasta la saciedad y en todo momento por el presidente —delegado o suplente quizás para, como Cámpora para Perón, permitir el regreso del Jefazo—, intentando infructuosamente borrar en la mente de propios y ajenos el fraude de 2019.

Para ello, además, encarceló como trofeo a quien asumió constitucionalmente la Transición con la viabilidad de los entonces parlamentarios y la anuencia de los magistrados “constitucionales” elegidos por el MAS, quienes ahora reniegan de ello e intentan negar sus públicos actos entonces. Era el inicio de la coacción a las disonancias.

La suma de fracasos es larga y amplia: En el tema “golpe”, hasta el momento han sido diez, al menos, los intentos de sanificación, el último un show en la OEA que quiso ser mediático con presuntos expertos de Venezuela y norteamericanos de un centro vinculado a Correa y al chavismo madurismo —que antes trataron de camuflarse como expertos del MIT—, evento con el apoyo del vapuleado kirchnerismo y del gobierno de López Obrador en México  que pugna por liderar el populismo latinoamericano a través del Grupo de Puebla.

En vacunas, el gobierno apostó comprar las del “amigo” ruso y denunciar “crimen de lesa humanidad de las grandes potencias” por “acapararlas” pero cuando Rusia cortó exportaciones por su propia crisis de salud, se compraron urgente de China —también hubo donadas— y, luego, se recibieron amplias donaciones del “enemigo ideológico”. (El sana sana público en la relación con los EEUU es porque la crisis económica obliga al país —después del fracaso de la colocación de los bonos soberanos— a pedir préstamos a los organismos crediticios internacionales —fueron tan criticados los de la Transición—, donde los EEUU tienen el poder de viabilizar o bloquear.)

Fracasada la nonata Reforma Judicial, el Poder pasó leyes fragmentando el abrogado Código Penal. Las movilizaciones en gran parte del país de amplios sectores no partidizados, principalmente la burguesía popular —uno de los grupos que más se afectarían y que apostó por el triunfo a Arce—, deberían hacer meditar sin parcheados al Poder.

El entendimiento entre las opuestas visiones país y su coexistencia sin destruirnos todos es una urgencia que las NNUU ha priorizado y que —gobierno y oposiciones— ha quedado en sordina. ¿Tragicomedia o apocalipsis?

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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