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De viejas y nuevas roscas

Hernan Terrazas

Periodista

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No hay nada que hacer que en Bolivia el uso del término rosca siempre tiene una connotación de poder. La tuvo a mediados del siglo pasado cuando en Bolivia se vivió una todavía polémica batalla contra los famosos barones del Estaño, tres empresarios mineros exitosos cuyo legado de prosperidad quedó disperso en todas partes, pero menos en Bolivia.

País paradójico, en Bolivia se asoció el apellido de don Simón Patiño, con despojo, saqueo, explotación y muerte, pero son pocos las aproximaciones a la vida de este empresario en las que se destaquen las virtudes que sin duda tuvo para desarrollar negocios desde sus modestos días de obsesivo explorador en los andes bolivianos hasta el tiempo del apogeo europeo.

Algo se sabe también de los otros barones, Moritz Hochschild y Carlos Aramayo, integrantes junto a Patiño del triángulo que marcó a fuego la historia del desarrollo minero boliviano en las primeras décadas del siglo XX.

Por ese afán de ajustar siempre cuentas con la historia y reinventar el país cada cierto tiempo, es difícil seguir un rastro medianamente objetivo de lo que fue el aporte de estos personajes al país. De lo malo se sabe abundantemente, pero de lo bueno – si lo hubo – es poco lo que se destaca.

Algunos curiosos buscan vestigios de los viejos tiempos en Catavi o en las inmediaciones de Uyuni, dos poblados emblemáticos de la historia de la minería boliviana. En Catavi todavía puede observarse, aunque seguramente ya no por mucho tiempo, algo de lo que fue la infraestructura de la famosa Patiño Mines.  Por desgracia, de todo aquello queda muy poco en pie y las ruinas son apenas señales de lo que fue la magnitud de ese emprendimiento.

Bolivia, país minero durante cientos de años, ni siquiera tiene un Museo de la Minería. El hermoso edificio de la COMIBOL en La Paz, que en realidad fue construido para albergar las oficinas principales de la Patiño Mines y que pudiera haber destinado años más tarde para albergar un espacio en el  que las nuevas generaciones reconstruyeran la gesta minera, quedó atrapado en las redes de la burocracia y hoy es un descuidado ministerio.

Es duro decirlo, pero no nos gusta recordar y cuando lo hacemos alguien siempre se cruza con el lente de época que le conviene y entonces todo vuelve ser una historia de héroes y villanos, una serie de telones sucesivos, detrás de los cuales los hechos quedan siempre disimulados. Así fue y parece que todavía así será.

Con los años, hemos transitado entre “roscas” de uno u otro color y la referencia ha sido utilizada reiteradamente para aludir a los grupos o esquemas políticos que se han turnado en el gobierno del país. Bajo esa lógica, lo propios sepultureros de la antigua rosca minera conformaron años después una rosca de poder. Lo hicieron los militares con muchos civiles “rosqueros atrás” y hasta los partidos tradicionales terminaron por formar roscas o pactos de poder para durar en el ejercicio del mismo.

La fórmula utilizada por todos en los períodos de ruptura fue similar: denunciar a la rosca del pasado inmediato como responsable de todos los males y, en la medida de lo posible, inaugurar un nuevo discurso de afirmación y diferenciación histórica, que permita comenzar una  y otra vez la “reconstrucción” o, peor, la “refundación”.

El poder quiere hacer lo que quiere con la historia, como si pudiera sustraerse al tiempo y dejar de ser víctima de la historia él mismo, pero el veredicto llega usualmente de la mano de quien comienza un nuevo ciclo o el viejo círculo del que tarde o temprano todos son presas.

A la “rosca” del MAS parece haberle llegado también la hora. No solo por la acumulación de derrotas políticas que ha experimentado en solo 12 meses, sino porque su modelo de sobrevivencia ya pasa por el ejercicio de la violencia en contra del otro y por alejarse cada vez más de un comportamiento ceñido a los valores y principios democráticos.

Si algo hizo bien durante su ya larga gestión el MAS, comienza ahora a diluirse porque, tras quince años prácticamente continuos de poder, recluta desde el ámbito popular a sus propios detractores. Si antes se refería a los partidos como la “rosca” neoliberal, ahora recibe el mismo adjetivo pero desde la vieja guardia de las organizaciones sociales más importantes del país.

En un reciente comunicado suscrito por Jaime Solares (COB), Roberto de la Cruz (COR), Félix Santos y Roberto Coraite (Csutcb), Cansio Rojas (Conamaq), Eddy Condori y Ángel Willca (Fejuve El Alto), los ex dirigentes advierten que están preparados para enfrentar a la “vieja rosca” del MAS y  anticipan que se organizan para  enfrentar al “comunismo” , porque “no tiene cabida en Bolivia”, un país en el que hasta el mundo andino “quiere vivir en la prosperidad con su propiedad privada”.

Entre las ruinas de antes y de hoy, la política sigue su curiosa marcha en Bolivia y el MAS comienza a formar parte de esa historia que escriben a su modo los que se quedan. Así como no hay memoria que nos permita valorar con objetividad y algo de neutralidad el paso de los barones del estaño por su tiempo, a este paso tampoco quedará un filtro “amable” para evaluar a Evo Morales y su partido.

La memoria interesada guarda más sombras que luces de Patiño, acaso porque la rosca de ese tiempo, más allá de sus habilidades empresariales, quiso transformar  al estado en un apéndice, en una suerte de administrador de sus intereses y entonces también apagó sus luces, y dejó a la posteridad la posibilidad de construir un discurso levantado sobre sus ruinas.

Casi un siglo después,  la sombra ya cubrió las anécdotas y los hechos de un mandato de promesas de cambio y quedan en evidencia solo los síntomas de la decadencia de un liderazgo enfermo de poder . El tiempo corroe los símbolos y los discursos ya dejan de tener significado. Se avecina el fin de otra rosca.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Hernan Terrazas

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