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Tomo la imagen del huevo de la serpiente de la famosa película dirigida por Ingmar Bergman en los setentas. Y el tema no es lejano, pese a que ese film se sitúa en los veintes del siglo anterior y en la Alemania que daría lugar al surgimiento del nazismo. En la vecina Italia, en esa década, ya era el fascismo el protagonista en la arena política.
El huevo de la serpiente tiene la peculiaridad de que su envoltura es casi transparente, por ello puede verse la formación del nuevo ser. Son conocidas desde la antigüedad la simbología múltiple de la serpiente, que como todo símbolo poderoso es ambivalente. Hoy, es mayormente unánime la condena a las formas del totalitarismo, a las del pasado, pero nos cuesta reconocer signos inequívocamente asociados a ese fenómeno. No es solamente el uso de la violencia; es una muy específica, es la de masas y suele estar promovida y respaldada por fuerzas oficiales, que en otras condiciones más bien las perseguirían porque compiten al monopolio de la fuerza pública.
Esta complicidad, o por lo menos omisión de obligaciones, requiere de condiciones políticas y sociales específicas. Así, un gobierno que enarbola su condición de excepcionalidad, por revolución, por compromiso con los más pobres, por nacionalismo ofendido por extranjeros, etc. El discurso justificatorio de tal singularidad es fuertemente repetido, es la ideología en su más simplona versión de unos “buenos”, los suyos; versus “los otros”, merecedores de todos los epítetos para destacar su condición de enemigos, de indignos de cualquier consideración, menos derechos. En el fondo, se cuestiona su calidad de ciudadanos y ciudadanas.
Hasta aquí la descripción hecha nos sigue remitiendo a las formas totalitarias típicas de esa temible primera mitad del siglo XX europeo, que en Euroasia se prolongó algo más. Pero si empezamos a rellenar algunos de esos rasgos con algunos hechos y referentes recientes en el país y la región, la cosa no resulta para nada lejana. Para el tipo de violencia, pensemos en Las Londras, episodio de fuerza de algunos avasalladores que ultrajaron a periodistas y algunos representantes policiales y transcurridas más de tres semanas no hay ningún detenido, del dizque “altercado” en la caracterización de alto jefe policial. Las recientes protestas que consiguieron la abrogación de esa ley de título severo sobre “ganancias ilícitas” y de inocultable propósito para tratar a la ciudadanía como culpable hasta que demuestre lo contrario, y con la sola sospecha recibir sanciones, tuvo evidentes elementos de coordinación con las fuerzas policiales en la represión, sea en Santa Cruz, en Potosí o la marcha de La Paz, donde la primera autoridad de esta capital es agredida mientras un diputado oficialista lo denuncia en conferencia de prensa a él, al agredido, por el horrendo crimen de portar un barbijo con la tricolor nacional.
Desde 1982 jamás un presidente ha descalificado tan reiterada y obsesivamente al resto de las fuerzas políticas. Solo puede compararse a lo que hacen los gobernantes actuales de Venezuela y Nicaragua, y en Cuba se viene haciendo desde hace más de medio siglo. “Proceso de cambio”, “pueblos indígena originarios” son las muletillas ensalzadas; mientras que “derecha” “neoliberales”, “golpistas” y “q´aras” son los habituales rótulos para aquellos que osan no adherir a las filas oficialistas.
Hemos puesto interrogantes en el título, no por optimistas, sino porque en contraparte hay una importante movilización ciudadana, que en este más reciente episodio ha logrado converger con fuerzas de raigambre más popular que se han sentido amenazadas su patrimonio construido en el ámbito informal, resultado del así llamado “modelo económico” impulsado por el MAS. En un anterior episodio, los cocaleros de los Yungas, consiguieron también frenar el avasallamiento de funcionales a los productores de coca del Chapare, como se sabe bastión del fugado caudillo, jefe supremo del MAS. El punto aquí, es que el oficialismo no tiene necesariamente las de ganar: desde el desconocimiento del 21F y del fraude del 2019, hay un muy amplio segmento de la ciudadanía boliviana, incluyendo sectores populares, otrora adeptos al masismo, que se alejaron de él. Ojalá las fuerzas democráticas puedan articular mejor esa resistencia para que el huevo deje de crecer.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo