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Todos hacen política con sus actos, pero no necesariamente como estrategia ideológica. Es decir, mientras, desde el llano, la mayoría actúa por instinto o necesidad en demanda de algo, un reducido número de personas, desde el gobierno, propone estratégicamente los pasos a seguir. Por ejemplo, de acuerdo al historiador cubano Rafael Rojas (2021), el jefe del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Rogelio Polanco, fue el individuo que el presidente Díaz-Canel designó para que conceptualice los sucesos del 12 de julio. En este sentido, se refirió a los sucesos generados por las movilizaciones ciudadanas como “golpe continuado o revolución de colores”, dirigido por los enemigos de la revolución.
En el caso boliviano, ha sucedido algo muy parecido, la hipótesis del golpe de Estado ha sido ideologizada, y es la gran justificación para acometer atropellos al estado de derecho e interpelar a todos los actores políticos opositores como si constituyeran un campo homogéneo de golpistas y racistas. Un relato ideológico que tiene como propósitos políticos, por parte del gobierno central, la hegemonía política nacional y la postulación a la presidencia de Morales en las próximas elecciones generales como un sujeto político liberado de toda culpa.
A decir de Göran Therborn (2005), “la función de la ideología en la vida humana consiste básicamente en la constitución y modelación de la forma en que los seres humanos viven sus vidas como actores conscientes y reflexivos en un mundo estructurado y significativo. La ideología funciona como un discurso que se dirige o –como dice Althusser- interpela a los seres humanos en cuanto sujetos”.
Es evidente que los gobiernos de Cuba y Bolivia trabajan con una determinada estrategia ideológica para neutralizar a los opositores y controlar a los militantes. Una forma legítima de pensar y hacer política. Quien no entienda ello, está desorientado o extraviado en el campo político.
En el heterogéneo campo político opositor boliviano, algunos actores políticos y sociales aspirantes al ejercicio del poder, ignoran la función de las ideologías; simplemente juegan a construir un liderazgo personalista y organizaciones políticas sin arraigo ideológico-popular, limitados a constituir un club de amigos y grupos sociales afines. La ideología como estrategia para construir un nuevo sentido común y valores simbólicos que representen significados alternativos a los predominantes, no está es su agenda política.
La ideología y la política van de la mano, por tanto, los aspirantes al poder que no tomen seriamente en cuenta ello, estarán condenados al fracaso electoral permanente.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo