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En las impresionantes movilizaciones de octubre y noviembre del 2019, cuando presenciamos la persistencia insobornable de jóvenes de ambos sexos, cierto que acompañados con gente de otras generaciones, pero el aire juvenil era inconfundible. Y se mantuvo cuando las cosas se pusieron tensas y, ya cuando los fugados se sintieron a salvo, también violentas.
Cierto, hubo una transición, menos azarosa de lo que deseaban los fraudulentos y, en las condiciones de emergencia, bastante apegada al espíritu constitucional que en el presidencialismo, que no admite acefalía en tanto haya poderes constituidos. No hay reglamento procedimental que pueda cambiar eso. Y hay ostensible cinismo cuando se reclama eso, sin que hasta ahora conozcamos no digo sanción alguna, ni siquiera se investiga judicialmente a la más grosera vulneración que conocemos en estos casi 40 años de democracia, la del desconocimiento del 21F, que no tiene paralelo en la historia mundial del orden republicano: ese fue un crimen de lesa democracia y sus responsables y artífices están de acusadores, contra quienes salvaron esa peligrosa crisis que pudo devenir en violencia de proporciones.
He hecho carrera profesional criticando a la clase política boliviana, y nadie diría que mi tesis doctoral que es sobre la cultura política de las élites entre 1982 y 2005 es complaciente con ese segmento tan decisivo en la vida institucional de toda sociedad. En ese periodo, conocido como de “democracia pactada” a ningún presidente se le ocurrió reelegirse estando en el cargo. No lo permitía la Constitución y se la respetó. Muy distinto del que vino después que transgredió la disposición primera y el Art. 168 de la Constitución vigente para su tercer mandato y luego forzó un intento por el cuarto periodo, saltándose el 21F y con fraude puesto en marcha, frustrado por la rebelión ciudadana.
Hoy escuchamos voces del oficialismo, en poses de contenida indignación, reclamando justicia y reparación, mientras los ejecutores de la represión judicializada van desarrollando juicios sin ningún respeto al debido proceso y la presunción de inocencia. No siempre les va bien. Tuto Quiroga los apabulló con declaración apegada a los hechos, conocidos en líneas generales por la opinión pública cuando ocurrían, y corroborados en su momento por instituciones y personas de mucha mayor credibilidad que los oficialistas aludidos. Igual pasó con el Dr. Larrea, ante otra arbitraria acusación y detención fue prontamente suspendida cuando la movilización de los médicos con familiares de otros sectores agraviados se hacía inminente.
Y así viene pasando este segundo año de gobierno de Arce Catacora, el delfín del jefe del MAS. Con operadores de la represión ante una oposición dispersa y desalentada. Que solo atina a defenderse cuando la posibilidad de apresamiento se hace muy cercana. Y los fiscales miden sus posibilidades de salirse con la suya, por ahora no se atreven con Fernando Camacho, a quien lo quieren fuera de Santa Cruz, para lograr su atropello. Estos operadores no tienen las atribuciones para ser verdugos. Y con todo lo deficiente que ha sido largamente la administración de la justicia, de lo que he vivido y conozco por historia, solo el tiempo de Melgarejo me parece comparable, que graficaba su irrespeto al texto constitucional –que siempre pone límites a los poderosos- guardándose en sus bolsillos en teatral ostentación despótica: “le metía nomás”.
En los años de democracia contemporánea habían algunos casos sonados de abuso de poder desde el ejecutivo, claro que sí. Nunca en la dimensión y frecuencia como los que vivimos ahora. Y escribo estas líneas para reiterar la convicción de una generación que vivió auténticas dictaduras, con hechos de brutalidad y por ello amamos la libertad y el respeto al disenso. Y les pido –aunque quisiera hacerlo a nombre de miles de conciudadanos que se jugaron la vida por ello- que no asuman que “esto siempre ha sido así”. Tener como fatalidad semejante afirmación es faltar al legado de los mejores hombres y mujeres que ha dado esta vapuleada patria. Tengamos el valor de vivir a la altura de esa herencia.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo