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La cuarta ola de covid-19 es inminente. Los números así lo demuestran en todo el mundo y, como era de esperarse, Bolivia no es la excepción. Sin embargo, a estas alturas de la pandemia y con vacunas a la mano, el problema dejó hace mucho de ser causado únicamente por las “maldades” del virus; hoy, el problema es casi en su totalidad meramente político. En Bolivia, solamente alrededor de la mitad de la población está vacunada contra el covid-19 y todas las semanas se tiran a la basura dosis sin aplicar. Ciertamente existen diversos factores que contribuyen a este fenómeno, como en todo lo que ocurre en el mundo social, pero los principales son la desinformación y una alienación social justificada por la libertad individual.
La humanidad ha llegado a un nuevo momento de su historia en que los conceptos de libertad colectiva e individual deben replantearse, de modo que se adapten mejor a los nuevos a tiempos. Durante la expansión de las democracias liberales en el siglo XX, el debate sobre la libertad se centró en el individuo, obteniendo grandes logros para la humanidad, como ser la Carta Internacional de los Derechos Humanos, el fin de diversas dictaduras y la expansión sistemática de los derechos fundamentales a nivel global, aunque aún falte mucho por hacer. Poco a poco, los Estados han ido abandonando su rol transgresor en el proyecto de vida de los individuos y, donde todavía no es así, al menos se tiene cada vez más claro el porqué se lucha.
No obstante, estamos comprobando cuán problemático puede ser este planteamiento si llevado al extremo, porque, al fin y al cabo, los individuos no viven solos, sino en sociedad. Entiéndase que los derechos individuales, en el mismo sentido que el Estado, cuando no transgreden la libertad de otros individuos o, en todo caso, del colectivo, son y deben seguir siendo facultades incontestables e inalterables. Sin embargo, la pandemia de covid-19 nos está mostrando el perjuicio que pueden causar ciertas libertades individuales, para ser más concretos: la libertad de vacunación. La humanidad está estancada por la desinformación y el egoísmo de una minoría reacia a colaborar para erradicar esta enfermedad. Bajo estas circunstancias, es con justa razón que se molestan quienes se han vacunado para protegerse a sí mismos o incluso por solidaridad para con los demás –a quienes podrían poner en riesgo–, pues no pueden recuperar su libertad plena, a pesar de haber hecho su parte.
Obviamente, ese argumento se apoya en una abstracción que considera solamente una parte de la verdad. Finalmente, una dosis de vacuna se aplica a un individuo y, en ese sentido, él o ella
deberían poder decidir lo que entra o no a su cuerpo. Como vemos, tenemos un dilema moral entre libertad individual y colectiva que necesita ser resuelto con urgencia para retomar las libertades que gozábamos antes de la pandemia. En otras palabras, quien no quiere vacunarse está en todo su derecho, pero eso no se contrapone a que –como humanidad– no podemos seguir por este camino, porque nuevas cuarentenas o cierres de establecimientos de diversa índole nunca más pueden estar en discusión, si pretendemos vivir en un mundo justo para todos: para los que piensan en los demás y los que sólo piensan en sí mismos.
¿Cómo están haciendo algunos países para eludir este dilema moral y proteger mejor a su población frente a las nuevas olas de infección? Simple: campañas de información masivas y obligatoriedad de vacunación para visitar eventos y establecimientos de amplio contacto social. En otras palabras, el recorte en términos de libertad para los no-vacunados es el mínimo posible dadas las circunstancias y, de hecho, la perspectiva cambia bastante si se considera la reducción de contacto social como “nueva normalidad” y se intenta apreciar el levantamiento de medidas
como una especie de agradecimiento hacia quienes han actuado de manera solidaria para con los demás individuos que componen su sociedad. Los no-vacunados no son obligados a hacerlo, pero reciben el incentivo de recuperar la libertad plena que nos fue arrebatada a todos; no por el virus, pero sí por nuestro sentido común de supervivencia como especie humana.
Volviendo al contexto boliviano: ¿Por qué el gobierno no está invirtiendo más en campañas de información acerca de la vacuna? Si el nivel de vacunación es tan bajo, ésta debería ser la primera medida a tomar para prevenir nuevas olas de infección. Asimismo, se debe continuar con el testeo masivo y asequible para poder aislar rápidamente a quienes resulten infectados, a modo de reducir el índice y la velocidad de transmisión por cada paciente positivo.
¿Queremos reactivar la economía y a la vez protegernos de un colapso sanitario? Fácil. A boliches, restaurantes, fiestas de graduación, matrimonios, gimnasios, etc. sólo deberían poder ingresar personas vacunadas. No hay necesidad de cerrar una semana y a la semana siguiente titubear por presiones de grupos de intereses, abriendo también espacios para actos de corrupción. Además, para eventos privados a partir de un número x de participantes, se le debería otorgar el derecho a la policía de revisar de manera aleatoria los carnets de vacunación de los participantes y establecer multas considerables para quienes incumplan. El incentivo de poder volver a una vida completamente libre, más campañas informativas consistentes, pueden convertirse en grandes aliados para mejorar los índices de vacunación en Bolivia y reducir el impacto sanitario y económico de la ola actual y de las que probablemente aún vendrán. Quien
quiera tener una vida social activa y en plena libertad, deberá estar dispuesto a proteger tanto la salud como la libertad de su prójimo.
En política, los dilemas morales no sólo se resuelven siendo inmorales de una u otra manera; a veces lo único que se necesita es un poco de creatividad y voluntad de aprender fijándose en las acciones de los demás Estados; en las que funcionan y, por supuesto, también en las que fracasan.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo