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Alejandro Navas: “Hay que defender la libertad de la universidad frente a las presiones del Estado”

Alejandro Navas analizó los desafíos de la educación y de la universidad en el siglo XXI.

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Navas es doctor en filosofía por la Universidad de Navarra, donde ha sido decano de la Facultad de Comunicación y director del Departamento de Comunicación Pública. Es profesor de sociología y pensamiento sociológico, y autor de numerosas publicaciones e investigaciones.

“Pasa algo raro con la universidad: es una institución antiquísima de 8 siglos y funciona en los mismos edificios, con un régimen estructural similar de facultades, decanos y catedráticos, con inquietudes y problemas similares. Ha habido siempre estudiantes revoltosos y agitadores. Uno lee las crónicas de sus reivindicaciones y son iguales hace 1, 5 u 8 siglos. A la vez, la universidad se vincula con innovación, ciencia, saber e investigación, la universidad puntera. Es una paradoja con la que vivimos”, señaló.

Navas dijo que un reto general en todo el mundo educativo, también en secundaria y primaria, es “la tensión entre cantidad y calidad. Es bueno que la educación llegue a todo el mundo: universal, obligatoria y gratuita. Que mucha gente acceda a una formación superior. Pero con frecuencia tenemos un exceso de egresados y titulados, y hay dificultad para que esa gente encuentre un trabajo acorde a su preparación. Se crea una especie de proletariado intelectual y académico. Faltan en Europa y América técnicos, trabajadores y oficios, hay un desequilibrio, un exceso de oferta educativa. La universidad se ha masificado y con muchos miles de alumnos cuesta mantener la calidad y formar al profesorado. Cuando la cantidad crece mucho la calidad se resiente”.

“Durante siglos, la universidad supo mantener una cierta autonomía, ligada a la autonomía de la iglesia dentro de las sociedades. Es una institución de origen eclesiástico, que surge en torno a las escuelas catedralicias. Durante siglos eran el papa y los obispos los que regulaban la vida universitaria. En la modernidad, cuando crece el Estado tiende a apropiarse, a nacionalizar el régimen universitario. El Estado hoy es burocrático, impersonal, todo lo regula y a todo llega, determina currículos y planes de estudios, aprueba universidades y facultades. Es el régimen napoleónico, que impera en Francia, España y por herencia en América Latina. La burocracia crece y nos acribilla a controles, papeles y permisos. Eso contradice el talante de la autonomía. Hacer ciencia e investigar supone libertad y el Estado antepone sus intereses pragmáticos, políticos e ideológicos”, remarcó.

El filósofo y sociólogo consideró que “hay una tensión siempre presente entre la burocracia estatal y el afán de autonomía de las universidades. Cuando el Estado se apropia del régimen universitario es el que financia y en el mundo latino se difunde la idea de que ir a la universidad es un derecho, un servicio público por el que no se paga o se paga muy poco, una cantidad simbólica. Esto no se da en el mundo anglosajón, donde hay una tradición de autonomía y libertad. Es notable que las mejores universidades de Europa, como Oxford, Cambridge o Zürich, o las clásicas norteamericanas, no son del Estado. La autonomía es esencial para que haya eficacia, una labor educativa profunda y una gestión de recursos racional. Hay que ver cómo nos defendemos de la presión de la burocracia estatal”.

“Sería erróneo pretender que la universidad esté en lo último del avance tecnológico e industrial. Su función es formar cabezas, dar criterio. Lo propio de la universidad en el ámbito de las humanidades y las ciencias sociales es que la gente aprenda a pensar, hablar y escribir bien. Eso presupone leer. Es la base de todo ulterior desarrollo e innovación. Hay una tendencia a acortar los estudios universitarios, en parte por presión del Estado. Pero la gente llega a la universidad con una formación muy endeble de la secundaria y la primaria, donde ahora hay menos exigencia, menos esfuerzo y los aprobados se regalan. La educación universalizada ha perdido calidad en la base. Hoy en la universidad hay que dedicar un tiempo no pequeño a suplir las lagunas de la secundaria y la primaria. Y en cuatro años no se puede remediar esa formación deficitaria. Cuando era decano, pusimos en primer año una asignatura que se llamaba fundamentos culturales: básicamente literatura, para que leyeran a Homero, Shakespeare o Cervantes, que no habían leído en los colegios. Con posgrados, maestrías y doctorados ya se puede ya focalizar la atención en ser punteros. En las carreras hay que dar una formación intelectual básica”, precisó.

Navas recordó que “antes, quienes educaban eran la familia, la escuela y la iglesia. Hoy la familia educa cuando la hay, muchas familias están desestructuradas. La iglesia llega a menos gente y en las escuelas hay de todo. Hay educadores nuevos, como las redes sociales y las pantallas. Eso no lo controla nadie. Se calcula en occidente que un alumno que acaba el bachillerato ha pasado 10.000 horas en aula y 13.000 horas en la pantalla. La pantalla puede utilizarse de manera inteligente, está condensado todo el saber humano, la biblioteca del Congreso norteamericano en un pen drive, todo a disposición. Pero, ¿cuánta gente usa la pantalla con criterio? Un crítico literario alemán dijo que la TV hace a los listos más listos y a los tontos más tontos. Eso se aplica hoy a las pantallas. Los estudiantes no se concentran, están distraídos, no tienen hábito de lectura. Les cuesta mucho leer un texto, tienen un lenguaje empobrecido y les cuesta el pensamiento abstracto. Son defectos pavorosos y masivos”.

“La clave para tener éxito es sacarle todo el partido al presente, es crucial para llegar lejos, junto a la dedicación perseverante para dominar una disciplina. Con la permanente distracción cuesta mucho fijar la atención. En mi universidad hemos puesto en marcha seminarios para entrenar la atención. Hoy la gente llega a la universidad sin esa mochila de buenos hábitos”, señaló.

Navas también indicó que la raíz de varios problemas está en “la revuelta de los 60 contra la educación autoritaria. Había que ser enemigos de la memorización y del esfuerzo. Había que aprender jugando y ser enemigos de las virtudes secundarias, como la puntualidad, el orden, la aplicación, la limpieza y el respeto. Eso llevó a decenios de caos e indisciplina, pero muchos países están de vuelta, como Inglaterra. Para tener pensamiento crítico primero hay que saber. Se requiere conocimiento. La crítica presupone conocer la realidad, el estudio y la memoria. Los países sensatos han sabido rectificar la deriva para volver a contenidos de siempre”.

“Hay muchos estudios sobre cómo se puede estimular la innovación. Pero en definitiva la creatividad es un 10% de inspiración y un 90% de transpiración, de trabajo. Lo primero es dominar el saber en ese ámbito. Cuando uno conoce el estado de la cuestión puede intentar nuevos caminos. La innovación presupone mucho estudio y experiencia compartida. Lo que mejor estimula la innovación es un clima de confianza en el equipo, el laboratorio, la empresa o el gobierno, que no haya miedo a hacer el ridículo o a equivocarse. En el mundo hispánico el fracaso se estigmatiza y en Norteamérica se aprende del fracaso. Si se crea ese clima es muy fácil que haya innovación”, agregó.


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