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A la fecha no existe información oficial sobre el desempeño de la actividad y el gasto al primer trimestre, estadísticas que ya debieron ser publicadas.
Frente a este retraso el Centro Boliviano de Economía (CEBEC), del cual soy parte, ha construido indicadores parciales (no oficiales) con énfasis en el desempeño de los rubros y sectores.
En general, la evaluación es desalentadora porque la producción en diversas cadenas no se ha recuperado aún de la pandemia, en especial las que son intensivos en empleo como la construcción y el turismo.
Estos indicadores muestran al primer trimestre del año algunas señales modestas de recuperación en algunos sectores, pero todavía por debajo de lo que se necesita para mejorar los ingresos y los empleos de calidad.
Estos indicios son moderadamente alentadores porque contrastan con el virtual estancamiento que tuvo la actividad global en los 15 meses previos a enero de 2022, según se desprende del análisis de las cifras oficiales removiendo las oscilaciones normales al interior del año (estacionalidad). De hecho, el crecimiento del PIB en el último trimestre del año pasado fue 0,1% y el consumo privado cayó 0,2%.
Además, los ingresos de las familias son más bajos que antes de la pandemia. Según los datos de las encuestas de hogares, en 2019 en promedio cada hogar recibía mensualmente Bs4.240, que bajó a Bs3.980 en 2020; pero que en 2021 se recuperó a Bs4.090, todavía por debajo de 2019, fenómeno que es más evidente en la informalidad, donde está la mayor parte de la población y hay más vulnerabilidad.
Es cierto que la ocupación se ha recuperado, pero no así el empleo. Tenemos más personas que están sobreviviendo o como autoempleados o en pequeños emprendimientos familiares. La caída de ingresos ha hecho que más personas de las familias entren a trabajar en actividades mal remuneradas y de baja calidad.
Lo cierto es que el trabajo digno todavía está lejos de los niveles prepandemia con una crisis sostenida en los pequeños y medianos emprendimientos familiares. Desde 2015 se han perdido más de cien mil fuentes de empleo en las empresas formales pequeñas y medianas. Es obvio que, si nos comparamos con 2020, el desempleo ha disminuido, pero si nos comparamos con 2019 y años anteriores, el empleo digno es menor.
La caída de los ingresos familiares merece atención porque más personas sobreviven en la informalidad con remuneraciones más bajas; y eso es desgastante para los hogares porque implica más trabajo y menos paga, lo cual podría alienta la tensión social.
Más allá de las diferencias legítimas en democracia, se requieren consensos mínimos por el bien de la población. Un análisis de CEBEC identificó una relación directa entre las condiciones económicas y políticas de las últimas tres décadas.
Un buen entorno político favorece a la actividad económica; a la vez que condiciones económicas buenas promueven la tranquilidad política y social. Estoy convencido de que se tiene que proveer a la ciudadanía un buen ambiente económico y político para trabajar, emprender y, sobre todo, progresar.
Una señal que creo relevante es mayor diálogo público y privado. El gobierno se reunió a fines de abril con los empresarios para discutir una agenda abierta. Es paradójico que se haya requerido 18 meses para tener la primera reunión que no duró ni media jornada.
Independientemente de los afectos que existan entre ambos sectores, se debe reconocer el rol de cada uno. En el caso de la empresa privada formal implica más del 60% del empleo decente del país, aquel que tiene derecho a una jubilación, acceso a caja y seguridad industrial.
También es un jugador clave en la generación de valor para el país. Como ejemplo, CEBEC calcula que las empresas afiliadas a CAINCO generarían en torno a 40% del PIB del país. Junto con las otras asociaciones implican más de la mitad del PIB.
Entonces la pregunta obvia es por qué no se ha creado una agenda compartida para la transformación productiva y un futuro distinto.
¡Diálogo ya!