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Con la cosecha de maíz de Ucrania en peligro por la guerra, los agricultores europeos recurren a los alimentos transgénicos.
Se podrá argumentar que la estrategia Farm to Fork apenas estaba en su primera fase de implementación al iniciar los ataques de Rusia a Ucrania y que por ello no pudieron estar listos ante este hecho inesperado.
Muchos productores, desde el 2020 han manifestado su apoyo a contribuir en construir una mejor estrategia, ya que los estudios individuales presentados por parte de los verdes, no logran demostrar los beneficios completos para el mismo productor, por lo que ellos ven que hay un riesgo en la reducción significativa en la producción de alimentos de la Unión Europea (UE) y los ingresos de los agricultores, lo que confirma sus peores temores sobre el impacto de la estrategia en el sector.
El eurodiputado Jeremy Desear, que además es agricultor, destaca como la construcción de esta estrategia, toma a la producción agrícola y sus operadores, como enemigos sin dejar de meter todo en un solo saco de “agronegocio”, llevando las ideas románticas de que se puede producir mucho alimento sin agroinsumos (fertilizantes, fitosanitarios y otros). Reconoce también que el tema de la agricultura ecológica debe dejar de lado los dogmas que esta maneja.
Personalmente observo como la UE, mediante esta estrategia, busca entre otros temas, imponer a sus ciudadanos la reducción del consumo de carne y lácteos, al ser estos considerados los grandes culpables del dióxido de carbono y de ser el “negociado” de los agroindustriales, al ser el sector que más subsidios recibe. Hay que considerar, que la UE no produce todo el alimento que requieren para mantener el ganado demandado.
¿Qué sucedería si otros países no produjeran con biotecnología algunos de sus cultivos? ¿De dónde podría comprar alimento la UE en estos momentos? Varios países en África, han puesto un freno a los activistas que vienen de otros continentes y han desarrollado su propia biotecnología. Hoy van sumando aprobaciones de eventos genéticamente modificados (OGM) e incluso, países como Kenia, dejan en claro que no reglamentarán el uso de la edición genética como si fuera un OGM, abriendo las puertas a la posibilidad de desarrollar sus propias variedades adaptadas a las necesidades locales.
La semana pasada, la Comisión Europea autorizó nuevamente tres cultivos genéticamente modificados: una soya, una colza y un algodón. Estos podrán ser usados como alimento o forraje para animales. Todos cumplen con la normativa de seguridad y las inspecciones de la autoridad de inocuidad alimentaria EFSA.
El reporte del 8 de abril del índice de precios de los alimentos, presentado por la ONU, indica que los precios mundiales de los alimentos han alcanzado “un nuevo máximo histórico” y esto evidentemente repercutirá sobre todo en las naciones más pobres.
Para la producción de amoníaco y urea, fertilizantes ampliamente utilizados, se requieren buenas cantidades de gas natural. Yara Internacional, una de las principales compañías de fertilizantes europeas, recortó su producción para hacer frente al aumento de costos de la energía. Vaya dilema en el que nos encontramos.
Pero si en vez de oponerse al uso amplio de la biotecnología, la UE hubiera invertido más en desarrollar otros bioinsumos, podrían estar utilizando microorganismos como inóculo en cultivos, que ayuden a fijar mejor los nutrientes necesarios para la planta. Podrían ya haber desarrollado cultivos editados genéticamente, como lo viene haciendo Japón, Estados Unidos, Argentina o Brasil.
Allí está la clave. La producción de alimentos puede mejorar si se da paso a que la ciencia y la tecnología puedan contribuir a hacerla más eficiente y con menos desperdicio. Mientras primen las ideologías o las ideas románticas de lo que debería ser el agro, enfrentaremos más conflictos para producir alimentos.