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Por Manuel Sánchez González1
El reciente incremento de la inflación en el mundo constituye un fenómeno global porque exhibe características internacionales comunes.
Casi todas las naciones han experimentado una elevación en el ritmo de crecimiento anual de los precios; entre los países, el acrecentamiento inflacionario ha ocurrido de forma más o menos simultánea, con mayor claridad desde abril de 2021; y, en general, las respectivas inflaciones han alcanzado niveles no vistos en mucho tiempo.
Como ocurre con una inflación prologada en cualquier latitud, las presiones sobre los precios a nivel mundial han reflejado, en última instancia, un dinamismo de la demanda por bienes y servicios que ha sobrepasado la capacidad de la oferta.
La reanimación de la demanda ha estado detrás de la recuperación económica general, posterior a la recesión de 2020, apoyada, en gran medida, por políticas monetarias y fiscales extraordinariamente expansivas, principalmente de las economías desarrolladas.
Por su parte, la oferta mundial ha estado restringida por las secuelas de la pandemia del COVID-19, en especial, por los trastornos en las cadenas de suministro y el lento regreso de los trabajadores a la fuerza laboral en algunas naciones industrializadas.
Un síntoma del desbalance ha sido el abrupto incremento de los precios internacionales de las materias primas y de los alimentos, el cual se ha exacerbado con las alteraciones económicas derivadas de la invasión de Rusia en Ucrania.
Si bien el alza de la inflación ha sido un fenómeno global, ello no implica que haya sido igual en todos lados. Cada nación ha enfrentado una evolución inflacionaria propia, la cual, entre otros aspectos, ha dependido de su estructura de consumo y sus políticas económicas. Las características particulares de la inflación plantean retos específicos para su control.
Con respecto a la intensidad inflacionaria, sobresalen algunos contrastes. Incurriendo en una sobresimplificación, es posible distinguir tres grandes grupos de países.
En un extremo, se encuentran las naciones con las más elevadas inflaciones, la mayoría de las cuales ya eran las más altas antes de la pandemia. A este colectivo pertenecen Argentina, Turquía, Yemen, Zimbabue, Sudán y Venezuela, cuyas inflaciones van de aproximadamente 60 a varios cientos por ciento.
Estas economías comparten la peculiaridad de padecer un desorden considerable en el manejo gubernamental que, en algunos casos, se combina con convulsión social. Los desafíos para controlar la inflación rebasan el actual fenómeno global e implican una corrección de fondo de sus políticas internas.
En el extremo opuesto, se sitúan los países que, a pesar de cierto aumento, aún registran inflaciones inferiores a tres por ciento, los cuales incluyen a China, Japón, otras naciones asiáticas, Suiza, Bolivia y Ecuador. Los factores que contribuyen a explicar esta contención inflacionaria son tan heterogéneos como diferentes sus economías.
Los posibles diferenciadores nacionales incorporan el carácter focalizado de las cuarentenas por la pandemia y la gradualidad de su liberación en los países asiáticos, la fortaleza monetaria y la baja ponderación de los energéticos en el consumo de Suiza, así como la fijación de precios de los energéticos y la reducida apertura comercial de Bolivia y Ecuador.
Por supuesto, no todos estos elementos son sostenibles ni aseguran la moderación futura de la inflación. Tal vez por ello sea que algunas economías asiáticas, a pesar del dinamismo benigno de los precios, han iniciado un ciclo de apretamiento monetario.
Finalmente, el colectivo más numeroso abarca el resto de los países, cuya inflación ha ascendido notablemente y, en su mayoría, contrasta con una relativa estabilidad previa. También aquí prevalecen las disparidades en el nivel y la composición de las inflaciones.
Con datos a marzo de 2022, entre las mayores economías avanzadas, las más altas tasas inflacionarias, excluyendo energía y alimentos, se observaron en EE.UU., Reino Unido y Canadá, mientras que en Italia y Francia éstas no excedieron 2,0 por ciento. La diferencia parece radicar en el mayor papel de los estímulos fiscales en los primeros países respecto de los de la zona del euro, lo que ha impulsado sus demandas agregadas.
Dentro de la OCDE, destacaron por una inflación, excluyendo energía y alimentos, superior al promedio, algunas naciones de Europa del este y Chile, mientras que México se ubicó ligeramente por debajo de esa referencia.
El carácter global de la inflación no hace menos dañino ese fenómeno en México. La significativa fracción de la inflación relacionada con las condiciones internas del país hace indispensable una respuesta firme de la política monetaria.
1es exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (Fondo de Cultura Económica, 2006).
*Este artículo fue publicado originalmente en elcato.org el 26 de mayo de 2022
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo