La URSS nunca existió
La humanidad es más poderosa y frágil que nunca. Si aparece un virus en Sudáfrica, se clausura Broadway en 15 días. Si los Putin de la vida extienden la guerra al ciberespacio, puede desaparecer internet y acabar el desarrollo científico. En indispensable fomentar la meritocracia en un mundo en el que muchos políticos son más poderosos e ignorantes que nunca. La invasión a Vietnam se acabó cuando los medios de comunicación difundieron los horrores de My Lay y de la guerra. Las imágenes de la brutalidad rusa tendrán un costo electoral que no imaginan algunos políticos. La mayoría odia los abusos de Goliat.
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Pidió a las fuerzas armadas ucranias que derribaran a Volodimir Zelenski, un presidente elegido en comicios libres, con la honestidad como bandera, uno de los exponentes más interesantes de la nueva política en el mundo. Se equivocan los que lo califican de “cómico”, porque tuvo ese origen pero ha demostrado ser un estadista. Es cierto que Artigas fue ladrón de ganado, pero sería injusto decir que solo fue eso. Pasó a la historia porque encabezó la independencia de la Banda Oriental.
Como otros líderes autoritarios, Putin es un personaje incapaz de reconocer al otro. Masha Gessen, en su libro El hombre sin rostro: el sorprendente ascenso de Vladimir Putin, lo describe como alguien frío, tímido, un niño grande con botón nuclear. Tuvo una infancia desgraciada, creció con una pareja de ancianos que lo criaron, pero no pudieron proporcionarle una figura paterna. Esto lo hizo inseguro, retraído, narcisista, se admira desmesuradamente a sí mismo, tiene dificultades para relacionarse con otros seres humanos. Solo aparece relajado, tranquilo, cuando se toma fotos con animales.
Según Erich Schmidt-Eenboom, Putin es un macho alfa solitario, que golpeaba a su mujer, hasta que se divorció en los 80. Desde entonces no la ha visto ni a ella ni a sus hijas Mariya y Ekaterina. El estudioso afirma que “el sexo y la vida sexual le son totalmente ajenos”.
Rusia nunca fue democrática ni ha compartido sus valores con Occidente.
Para los autoritarios como él, sus caprichos son el criterio de verdad. Se parece a su admiradora de El Calafate, que consigue ilegalmente escuchas para denunciar que el gobierno anterior hacía escuchas ilegales y se horroriza porque un ex funcionario tal vez usó la palabra Gestapo, cuando su partido es el que más protegió a los criminales de guerra nazis al terminar la contienda.
Los autoritarios rocambolescos son semejantes: en el Washington Post se encuentra una colección con miles de mentiras pronunciadas por Trump, el presidente más mentiroso de la historia norteamericana. Existen colecciones de frases de Maduro, Bolsonaro, Evo, Correa, Ortega, que no se sabe si son mentiras o solo expresiones de su ignorancia.
Las culturas. Los líderes totalitarios justifican sus crímenes y delirios de grandeza diciendo que sirven a la revolución, a un dios o a otra ficción que encubre su angustiada biografía. Algunos tratan de explicar todo por variables económicas, pero para entender lo que acontece hay que analizar la cultura y la necesidad de reconocimiento. Cuando los Estados Unidos destruyeron Afganistán para matar a un terrorista que vivía en el país de al lado, no lo hicieron por razones económicas, sino por locuras ideológicas.
Francis Fukuyama escribió en 1992 El fin de la historia y el último hombre, que trata estos temas y ha cobrado vigencia con la invasión de Rusia a Ucrania. Durante el siglo XX nos obsesionamos con el enfrentamiento de la Unión Soviética con Estados Unidos, del capitalismo con el comunismo, de la igualdad con la democracia. Nos dividimos entre revolucionarios y reaccionarios, entre los que aplaudían al Ejército Rojo que liberaba a Europa oriental y los habitantes de países ocupados por los rusos que se sentían invadidos. Desgraciadamente, hoy sabemos que todo fue una ficción: la URSS no existió.
En 1917 la Revolución Bolchevique despertó la solidaridad de muchos que creyeron que con ella surgía “la tierra que será un paraíso para toda la humanidad”. A los pocos años, intelectuales como Arthur Koestler, Bertrand Russell, George Orwell y otros pusieron distancia con un proceso que traicionó a sus ideales a partir de la muerte de Lenin y los procesos de Moscú, cuando asumió el poder Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, conocido como Stalin (hombre de acero), que gobernó hasta su muerte. Nacido en Gori, Georgia, Stalin fue un zar ruso que en 1944 reemplazó a la Internacional Comunista, el himno soviético, con un himno nacional que lo mencionaba por su nombre.
Fue él quien puso las bases de la actual guerra y de futuros conflictos, instalando a cientos de miles de rusos en países controlados por la URSS.
Fukuyama anticipó el choque de culturas que venía. No se puede entender la invasión a Ucrania sin tomar en cuenta que Rusia nunca fue democrática ni ha compartido sus valores con Occidente.
Es un país eslavo gobernado por una dinastía instalada por varegos, que duró hasta que Iván el Terrible se proclamó zar. Su brutal crueldad fue la de un devoto aconsejado por sacerdotes que ideaban las torturas. Semejante a lo que ocurrió con la cultura medieval de Occidente, como consta en el Malleus malleficarun escrito por dos dominicos.
Miles de rusos murieron porque Iván ordenó la expatriación de pueblos a sitios alejados. El zar conquistó Siberia, Kazán, Astracán, chocó con los tártaros de Crimea, desplazó a sus habitantes por todo el territorio ruso. La deportación masiva y la limpieza étnica fueron desde entonces un elemento constitutivo de la cultura rusa.
En la década de 1930 lanzó los planes quinquenales que expropiaban las tierras de los campesinos para industrializar Rusia. El resultado fue un genocidio en el que murieron de hambre decenas de millones de personas, 4 millones solo en Ucrania. El Holdomor o genocidio ucranio plantó una espina de odio contra los rusos en los habitantes de Ucrania.
Fue Stalin quien puso las bases de la actual guerra y de futuros conflictos, instalando a cientos de miles de rusos en países controlados por la URSS.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, se desató el plan estalinista de rusificación. Desplazó a cientos de miles de rusos para que se instalaran en territorios de otros países, incluida Alemania y su nativa Georgia. Actualmente, los rusos que llegaron a esos territorios quieren unificarlos con Rusia, los países que los alojan dicen que son suyos y que si los rusos que los habitan no quieren pertenecer al país anfitrión, es mejor que se vayan.
En 2008 Rusia invadió Georgia para apoyar a las repúblicas separatistas de Osetia del Sur y Abjasia, y la OTAN no la defendió. Actualmente tienen un estatus ambiguo de independencia.
En 2014 Rusia ocupó militarmente Crimea, una península del Mar Negro que en realidad nunca fue ucraniana, pero pertenecía formalmente a ese país. Incorporada a Rusia en el siglo XIX con la Guerra de Crimea, estuvo habitada por tártaros hasta 1945, cuando Stalin los deportó a Uzbekistán y pobló la provincia con miles de rusos. Es absurdo pedir que Rusia “devuelva Crimea”.
El problema actual estalló en las provincias ucranianas de Donetsk y Lugansk, fronterizas con Rusia, habitadas por rusos llevados allá por Stalin. Son rusos instalados en Ucrania, que quieren pertenecer a Rusia, que está en su límite oriental, sin que sea posible distinguir la frontera ni la población de ambos lados. El ejército ruso se mueve en esos territorios desde hace rato, camuflado con milicias que respaldan la independencia.
El 21 de febrero, Rusia reconoció legalmente la independencia de las repúblicas disidentes. Desde el inicio de la invasión, Putin ha expresado su deseo de ir más allá de las zonas del conflicto y tomar Ucrania, para imponer un gobierno títere como el que mantienen los Estados Unidos en Irak. Algunos países que en la Guerra Fría fueron víctimas de la invasión y ocupación rusa, en cuanto se disolvió la URSS quisieron pertenecer a la OTAN, no para detener a un comunismo que había desaparecido, sino para defenderse de la centenaria agresión rusa. En esto nada tienen que ver Marx, Lenin o Trotski. La tradición de crueldad y el autoritarismo de Putin, el zar con corbata, viene desde Iván el Terrible y pasa por Stalin.
La política del futuro. La pandemia y esta guerra han demostrado la obsolescencia del liderazgo político del siglo pasado. Si no hubiese sido tan enorme la ignorancia y el fanatismo de presidentes como Trump, Bolsonaro, Fernández, Maduro u Ortega, no habría muerto tanta gente.
En esta crisis, el mundo puede volar en pedazos por los delirios de un espía de la KGB sin ideología, que cree que Rusia necesita un cinturón terrestre de seguridad, que incluya a Ucrania, y tal vez a Polonia, Finlandia, Suecia y los Estados bálticos. Seguramente sueña con la unificación de Kaliningrado, el territorio usurpado a Alemania, con Rusia.
Putin no añora al comunismo, sino al imperialismo ruso.
Quiere obtener una expansión territorial, como revancha a lo que supone que fue una humillación sufrida por la URSS al terminar la Guerra Fría. Ha dicho varias veces: “El que no lamenta la desaparición de la URSS no tiene corazón. Aquel que desea su restauración no tiene cabeza”.
Putin no añora al comunismo, sino al imperialismo ruso. Desprecia a Lenin, porque fue de izquierda, lo acusa de haber inventado Ucrania, y admira a Stalin, el zar que sojuzgó más pueblos. De hecho, empatizó inmediatamente con otro militar, el presidente-capitán del ejército de Brasil que lo visitó, personaje que seguramente no distingue entre Prusia y Rusia. Dijo que privilegiaba esa relación en América, despreciando a algunos felpudos argentinos que se le ofrecieron y que miró con desprecio.
Hay algo más grave. Con tanto mandatario ignorante, con tanto poder, que necesita un curso acerca de la tercera revolución industrial para dummies, existe el peligro de que se produzca una guerra que nos haga retroceder varios siglos.
La humanidad es más poderosa y frágil que nunca. Si aparece un virus en Sudáfrica, se clausura Broadway en 15 días. Si los Putin de la vida extienden la guerra al ciberespacio, puede desaparecer internet y acabar el desarrollo científico. Es indispensable fomentar la meritocracia en un mundo en el que muchos políticos son más poderosos e ignorantes que nunca.
La invasión a Vietnam se acabó cuando los medios de comunicación difundieron los horrores de My Lay y de la guerra. Las imágenes de la brutalidad rusa tendrán un costo electoral que no imaginan algunos políticos. La mayoría odia los abusos de Goliat.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo