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¿Por qué ser parte de un partido político?

Los partidos políticos son fundamentales para la democracia. Su papel de puente entre ciudadanos y el Estado es clave para adelantar transformaciones sociales.

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Por Laura Toro Arenas1

Si bien lo sustancial de un partido político parece ser que efectivamente a través de él los ciudadanos pueden postularse como candidatos a cargos de elección popular en un sistema democrático, es claro que este rasgo no es el único que lo hace una forma de organización especial.

A través de los partidos también se definen los términos de una serie de principios respecto del mundo político y la organización de la sociedad. De estos se espera que traerán la forma más justa y conveniente de bienestar.

En teoría, el esquema es profundamente funcional, en tanto los ciudadanos que también quieren incidir en los temas que son de su interés —y tienen diversas visiones sobre el mundo político y la organización de la sociedad, la justicia y el bienestar— buscarán entre los partidos políticos que compiten por el poder aquellos afines a su propia visión del deber ser de la sociedad y la política. Así podrán optimizar la incidencia política que buscaban.

Es claro que esta lógica es problemática para los individuos apáticos en temas de política o incluso temas colectivos (Held, 2001; Rosanvallon, 2007; Conelly y Field, 1944).

No obstante, más interesante aun es que esta lógica es problemática incluso para los individuos con un auténtico interés en el mundo político y fuertes convicciones en lo que refiere a la concepción de justicia y bienestar que quisieran ver en su sociedad.

Este tipo de ciudadanos parecen verse inclinados a preferir el vínculo con organizaciones comunitarias u ONG a modo de voluntarios, e incluso están dispuestos a realizar movilizaciones políticas circunstancialmente a favor de alguna causa o personaje político desde dichas organizaciones, en vez de tener acercamientos a los partidos políticos.

Pérdida de confianza

En el Informe 2021 del Latinobarómetro se señala que las ONG reciben la confianza del 38 % de los ciudadanos de la región. En ocho de estos países solo el 10 % o menos confía en los partidos políticos; y en otros ocho, tal confianza se sitúa entre el 11 % y 24 %. Uruguay es el único país de la región en que los partidos tienen la confianza de una de cada tres personas (33%).

Esto es curioso en la medida que los partidos políticos contemporáneos son muy exitosos en términos de su capacidad de realizar transacciones eficientes con el Estado y otros sectores sociales (Mair, 2008; Katz, 2006). En este sentido, si hay una institución que podría fácilmente adelantar transformaciones sociales a mediana y gran escala, se trata de los partidos políticos. Esto aplica por lo menos, en el marco de su capacidad de negociar exitosa y legítimamente con el Estado, sectores productivos y elites de una sociedad.

¿Sin confianza?

No obstante, el ciudadano interesado por la cosa pública no parece encontrar razones de peso para vincularse a este tipo de institución.

De este modo, los partidos en toda la región están perdiendo potenciales adeptos altamente activos, como consecuencia de su incapacidad de ser competitivos en relación con lo que ofrecen ONG, redes de cooperación ciudadana y demás instituciones contemporáneas.

¿Qué falta?

Pero, al mismo tiempo, también los ciudadanos interesados en estos temas están perdiendo la posibilidad de mejorar el impacto que están teniendo sus acciones e interesé en incidir social y políticamente. La pregunta entonces radica en ¿qué es eso que ofrecen otras instituciones que los partidos políticos no ofrecen, y que, de ser competitivos en ello, podría revitalizar su relación con la ciudadanía interesada?

Una hipótesis es que es claro que hay una trasformación antropológica esencial en la contemporaneidad, donde los individuos interesados en asuntos de política no lo hacen desde una perspectiva colectivista, sino asumiendo una forma de sensibilidad política distinta, la cual está atravesada por el relato personal. Eso implica que las problemáticas sociales cobran relevancia para el individuo en la medida que los convierte en elementos constitutivos de su narrativa identitaria (Debord, 2003; Conlledo, 2017).

El éxito de las organizaciones tipo ONG y estructuras de redes ciudadanas desde internet radica en que logran articular las causas sociales con causas personales.

Participación ciudadana

Existe una demanda de estos potenciales adeptos —ciudadanos incrédulos de los partidos— y esta es la de poder contribuir directamente a la mejoría de la sociedad desde distintas causas, usando figuras que van desde el voluntariado hasta la construcción de iniciativas sociales conjuntas.

Si el partido político lograra ofrecerle, a este tipo de auditorio, un escenario real para materializar estas expectativas, los partidos políticos estarían realizando un ejercicio de proselitismo que podría ayudarles a recuperar el lugar que deberían tener en la democracia, como el canalizador de demandas ciudadanas, así como obtener circunstancialmente un tipo de adhesión relacionada con una auténtica creencia en un set de valores y principios.

No obstante, en un principio no parece que haya un lugar dentro de la constitución de los partidos políticos para este tipo de individuo interesado. Además, existe cierta burocracia y red de relaciones que hace más difícil acceder a un partido político que a una organización privada para un ciudadano interesado en la incidencia social. Los partidos políticos, además, tienen una fijación en el tema electoral que hace que los otros escenarios de involucramiento cívico queden relegados.

Además, si bien las sociedades contemporáneas tienen una naturaleza individualista, no se trata de sujetos desprovistos de fuertes narrativas frente a temas generales de justicia social, economía y esquemas de bienestar.

Interés social

Podría afirmarse que la identidad de los sujetos depende incluso con más fuerza de cómo se definen en relación con asuntos sociales concretos, antes de exclusiva preocupación del Estado, tales como el ambiente, los debates de género, el trato a grupos vulnerados, la gestión de adultos mayores, entre otros. Temas que, parece, podrían gestionarse mejor desde los partidos políticos, pero que el grueso de personas interesadas en ellos prefieren no hacerlo desde ahí, sino desde otro tipo de instituciones. Los partidos políticos contemporáneos están en capacidad de revertir esta lógica y utilizarla a su favor.

Cooperación para encontrar soluciones

Finalmente, la pregunta inicial termina generado otro tipo de cuestionamiento: ¿qué tipo de personas están interesadas en vincularse a un partido político bajo el modelo actual? Si el objetivo es generar cierto tipo de incidencia social y política, ¿por qué alguien entraría a un partido político con todas sus implicaciones, y no participaría meramente de otro tipo de organización menos restrictiva y cuyo accionar sea directo y le represente réditos inmediatos? La respuesta seguramente radica en que los partidos políticos suelen ser llamativos para otro tipo de individuos, personas interesadas en optimizar su capacidad de transar con el Estado, no en relación con grandes asuntos programáticos ni discusiones ideológicos de fondo, sino por la posibilidad de gestión que ello representa.

Negociación

Es posible que, al priorizar su capacidad de negociar con el Estado, los partidos políticos estén generando adhesiones justamente de ciudadanos cuyo interés fundamental es también optimizar su capacidad de transar con el Estado y otros actores sociales por el poder que ello representa, con relativa independencia del cuerpo ideológico o simbólico que ello implica. Esta apuesta es peligrosa en tanto termina poniendo a los partidos políticos en riesgo de convertirse en redes clientelares, con poca influencia simbólica y mucha influencia operativa.

Parece ser entonces que los partidos políticos buscan mejorar su relación con la ciudadanía y fortalecer su corazón ideológico. Sin embargo, no cuentan con estrategias para atraer al tipo de adepto que podría solucionar ambos problemas.

Referencias

Connelly, G., y Field, H. (1944). The non-voter. Who he is, what he thinks. The Public Opinion Quarterly, 8(2), 175-187.

Conlledo, P. P. (2017). Do young citizens’ expectations shape engagement activation with the public sector? Proposing a model to link expectations, engagement and tangible growth. Comunicación y Sociedad, 30(3), 201-214.

Corporación Latinobarómetro. (2021). Informe 2021 Latinobarómetro. Opinión pública latinoamericana.

Debord, G. (2003). La sociedad del espectáculo1967. Valencia: Pre-textos.

Held, D. (2001). Modelos de democracia. Madrid: Alianza.

Katz, R. S., y Mair, P. (2018). Democracy and the cartelization of political parties. Oxford University Press.

Mair, P. (2008). Political parties and party systems. En P. Graziano y M. P. Vink (eds). Europeanization (pp. 154-166). Londres: Palgrave Macmillan.

Rosanvallon, P. (2007). La contrademocracia: La política en la era de la desconfianza. Buenos Aires: Manantial.

 

1Magister en filosofía y políticas públicas (London School of Economics and Political Science). Politóloga (Universidad EAFIT, Colombia).

*Este artículo fue publicado originalmente en dialogopolitico.org el 28 de junio de 2022

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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