Una democracia imposible
En las democracias consolidadas no existen grupos que intenten cambiar por la fuerza, a gobiernos elegidos por la mayoría. Lo intentaron los lunáticos que tomaron el Capitolio para defender a Trump de una supuesta conspiración de pedófilos, pero terminaron todos presos, más por chiflados que por teóricos de una nueva doctrina. Los resultados de las elecciones pospandemia arrojaron resultados que permiten avizorar cómo será el futuro de la democracia en la que conviviremos. En Chile, Perú, Ecuador, Colombia, triunfaron los que no parecían tener ninguna posibilidad. Los partidos de gobierno sufrieron derrotas brutales. La volatilidad de la gente y su tendencia a ir en contra de lo establecido, dejó en minoría a los tres presidentes, que asumieron sus funciones. Veremos lo que pasa con Petro.
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En nuestra ignorancia preinternet todo era simple. El mundo se dividía entre buenos y malos, liberales y comunistas. Para unos, el Ejército Rojo había liberado parte de Europa y del mundo, había nacido un hombre nuevo, desaparecían las aberraciones capitalistas como la propiedad privada, la homosexualidad, la prostitución, las relaciones sexuales prematrimoniales. China se convirtió en un inmenso convento sin Dios, habitada por devotos, listos para ir a un paraíso en el que no creían.
Otros buenos suponían que toda la humanidad quería ser norteamericana. Un acto tan torpe como la invasión de Irak, se justificó porque decían que los iraquíes la querían para dejar el islam y convertirse en demócratas o republicanos. Pronto los norteamericanos fugarán, como lo hicieron de Vietnam y Afganistán, con colaboracionistas colgados de sus aviones, sin entender por qué fueron a un país al que nadie les llamó.
Mitos arcaicos siguen vigentes entre los más anticuados. Algunos políticos no comprenden los problemas de sus países, porque los suponen armados por Castro y Chávez, dos muertos que nada tienen que ver con los conflictos de la sociedad de internet.
Hasta que las ideologías volaron en pedazos, se aceptaban explicaciones universales de la política. Ahora quedaron unos fragmentos que no explican nada, mezclados con supersticiones de plástico que aparecen y desaparecen todos los días en las pantallas.
Hasta que las ideologías volaron en pedazos, había explicaciones universales de la política
Muchos políticos tienen un doble discurso que enfrenta sus actitudes y las ideas que dicen defender. En teoría, dicen que creen en una democracia que funciona con ciertas normas. En cada país se eligen periódicamente mandatarios que tienen la oportunidad de aplicar sus propuestas; quienes pierden deben mantener el orden democrático y trabajar para convertirse en mayoría. Los gobernantes tienen la obligación de respetar a la oposición, darle las garantías para que pueda competir y no hacer tantos disparates que justifiquen la resistencia civil.
El respeto a las normas nos permite convivir en lo que Morris West llamó un “zoológico humano”. Espontáneamente no formamos grupos de más de cien ejemplares. Cuando nos amontonamos, podemos exterminarnos mutuamente, si no establecemos reglas del juego que nos permitan coexistir. Imaginemos lo que pasaría si concentramos a cuatro millones de chimpancés en un territorio como el de la Ciudad de Buenos Aires. Sin la fe en algunas normas, todos se matarían entre sí.
No corren ese riesgo los chiitas, que creen que un Dios les proporcionó principios, que interpreta el Ayatola Khamenei, asesorado por el Mahdi Oculto, un profeta escondido en las montañas desde hace mil años, acompañado por Jesús de Nazareth. Si el Creador dice que hay que mandar terroristas a Sudamérica para matar a los que no gritan “Alá es grande”, hay que hacerlo. Lo mismo ocurre con los dioses de otras autocracias.
La democracia, que nació en Occidente, felizmente cuenta con pocos profetas que además, duran poco. Los gobiernos deben hacer lo que dicta una voluntad popular, que siempre cambia sus puntos de vista, lo que permite plantear nuevos horizontes.
La teoría está clara, pero como dijo Einstein, los hechos son los hechos y la realidad son las percepciones. En el mundo de lo subjetivo las supersticiones y el oportunismo someten a los principios.
En las democracias consolidadas no existen grupos que intenten cambiar por la fuerza, a gobiernos elegidos por la mayoría. Lo intentaron los lunáticos que tomaron el Capitolio para defender a Trump de una supuesta conspiración de pedófilos, pero terminaron todos presos, más por chiflados que por teóricos de una nueva doctrina.
O creemos en principios o usamos la democracia solo para ayudar a los amigos
Los resultados de las elecciones pospandemia arrojaron resultados que permiten avizorar cómo será el futuro de la democracia en la que conviviremos. En Chile, Perú, Ecuador, Colombia, triunfaron los que no parecían tener ninguna posibilidad. Los partidos de gobierno sufrieron derrotas brutales. En todos los casos, los presidentes tienen el apoyo de bloques parlamentarios minoritarios.
La volatilidad de la gente y su tendencia a ir en contra de lo establecido, dejó en minoría a los tres presidentes que asumieron sus funciones. Veremos lo que pasa con Petro.
Hace poco dediqué un ejemplar de nuestro último libro, La nueva sociedad, a uno de los recién elegidos, diciéndole “espero que el “Señor presidente” no mate a la persona apreciable que tus electores conocieron en la campaña”. Me pareció un mensaje útil. El síndrome de Hubrys llevó al fracaso a casi todos los presidentes que he conocido.
Acabó la época de los autócratas. La gente reacciona en contra de líderes que se creen inspirados por alienígenas para hacer “lo que hay que hacer”, dejan de ser ellos mismos, y se convierten en un presidente al que admiran.
Los mandatarios necesitan una dosis de humildad, conocer la realidad y elaborar una estrategia de comunicación que les permita conseguir el apoyo de la mayoría de la gente y/o la formación de un bloque sólido en el Parlamento que apoye sus iniciativas. Sin eso, no hay gobernabilidad.
Pero hay un enorme nivel de oportunismo y falta de principios. Algunos creen en la democracia solo cuando los favorece y se dedican a desestabilizar a los presidentes legítimos que no les gustan.
Es tonta la pregunta de por qué Boric no ha transformado Chile en tres meses. Es un presidente que empieza, ha propuesto metas nuevas, hay que ver cómo las desarrolla en los próximos cuatro años. Está bien que lo critiquen cuando a los opositores crean que comete equivocaciones, pero es un disparate intentar desestabilizarlo.
Lo mismo debería valer para todos los gobiernos surgidos de las urnas, sean el de Castillo, el de Lasso o el de Petro. O creemos en principios o usamos el concepto de democracia solo con el fin de ayudar a los amigos.
Algunos se dedican a desestabilizar a los presidentes que no les gustan
El levantamiento indígena que se produjo en contra del gobierno de Guillermo Lasso en Ecuador ayuda a aclarar algunos conceptos. Según el censo, los indígenas son poco más del 7% de la población del país. En las últimas elecciones tuvieron un buen candidato que se proyectó al resto de la sociedad, Yaku Pérez, quien obtuvo el 19% de los votos. Más de lo que suelen obtener históricamente los candidatos indígenas.
El partido Pachakutik está liderado por Leónidas Iza, un dirigente comunista indigenista, inspirado en Mariátegui y en ideas cataristas. Es ingeniero, preparado, ha sido leal a sus puntos de vista, opuestos radicalmente al liberalismo y a Lasso. Por alguna fantasía inexplicable, algunos creyeron que era el mejor aliado para construir en el Parlamento una mayoría que respalde a un gobierno liberal. Iza nunca mintió, ni se dijo fondomonetarista, los que creyeron este relato lo inventaron.
El gobierno de Lasso tampoco mintió. Impulsó algunas reformas coherentes con su visión de la economía, completamente opuesta a las del movimiento indígena. Sus adversarios no encontraron ningún escándalo de corrupción. Aparte de la vacunación, que condujo con éxito, resultó bastante ineficiente, pero eso es algo a lo que la población se acostumbró desde el anterior gobierno.
Los resultados económicos serían maravillosos para los economistas argentinos que están cansados del circo kirchnerista: Ecuador nunca tuvo mejores reservas, hay superávit fiscal, las cifras macroeconómicas son maravillosas. Pasó algo parecido con las cifras de los gobiernos de Piñera en Chile y de Duque en Colombia que terminaron en explosiones sociales de magnitud, que les hicieron perder el poder.
Los hechos macroeconómicos existen, pero la realidad de la gente no son cuadros de Excel, sino insomnios, ambiciones, temores y percepciones. Aunque los economistas puedan demostrar que solo un 3% de los ecuatorianos está afectado por los nuevos impuestos, más del 80% dice que se siente afectada. ¿Qué es lo real? ¿Los informes del Banco de la Nación que aplaude el Fondo Monetario o la bronca de la mayoría? Los primeros sirven para escribir papers, la segunda puede derribar al gobierno.
La vieja política murió con el covid
La aceptación del gobierno, la imagen del presidente, su credibilidad, están en en el límite mínimo. Mientras eso sea así, no hay posibilidad que se aprueben leyes en el Congreso, que las cosas se compongan, ni que lleguen inversiones. Si no soluciona este problema, el gobierno seguirá chapoteando como un pato herido que muere en cualquier rato.
Hay una contradicción entre democracia y derecho a la protesta. El gobierno de Lasso fue elegido democráticamente, está haciendo lo que anunció. ¿Es legítimo que unos tantos opositores le pidan que se vaya?
El país tiene, básicamente, dos regiones: Costa y Sierra. Los grupos indígenas están en la sierra centro y norte, cerca de la capital. Tienen fuerza para invadir o matar de hambre a algunas ciudades serranas, si las fuerzas del orden les dejan. ¿Es ese su papel?
¿Es legítimo que envenenen el agua potable de la ciudad de Ambato, porque sus habitantes no son indios? ¿Cabe que asalten y maten a soldados de los convoyes militares que protegen el suministro de combustible y alimentos a las ciudades?
Es posible que algunos de los desmanes no estén organizados por dirigentes como Iza, pero ocurren en el marco de su levantamiento. El detalle que un desmán no está aprobado por la dirigencia y es un exceso provocado por “infiltrados” no tiene importancia. Existe.
La discusión de fondo es: si un grupo quiere que baje el precio de la nafta 15 centavos, ¿puede por eso matar, asaltar, fomentar el caos, para chantajear al gobierno?
Si el gobierno de Lasso es tan malo que merece irse, hay vías constitucionales para lograr su remoción. Lo plantearon los correístas en el Congreso y fueron derrotados. ¿Pero si no tienen los votos, pueden matar a ciudadanos pacíficos y envenenar ciudades?
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo