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De la anomia galopante del plurinacional 

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De una simple revisión de la prensa o las RRSS de los últimos tiempos y sin necesidad de tener una memoria de elefante, no le será difícil advertir amable lector que en el plurinacional, vivimos de escándalo en escándalo: hace unas pocas, fue el asesinato judicial del Sr. Aramayo; luego los policías con autos chutos y robados pillados en flagrancia por los medios chilenos y los dislates del Comandante de la verde olivo; los guerreros azules capitaneados por un Ministro de estado; la recién pasada los sinvergüenzas dirigentes “estudiantiles” dinosaurios y esta que está empezando seguro surgirá otro y así sucesivamente, escándalo tras escándalo. El nuevo “de mode” tapa al de la anterior semana y así hasta el infinito… vamos de mal en peor.

Empero, fuera sostengo muy simple, centrar nuestra atención y por supuesto indignación, en cada uno de ellos pese a su inocultable exuberancia, debiendo mirarse no sólo el árbol (pese a sus frondosas ramas), sino el bosque. No se trata de alguno que otro escándalo causado por alguna oveja negra (o azul) que es la excepción a la regla, sino sensiblemente parece tratarse de una suerte de política de estado, del plurinacional, caracterizado a estas alturas del desmadre precisamente por el reino de la kakistocracia (excepciones, aplican, por supuesto) del griego κάκιστος (kàkistos), el peor y κράτος (kratos); es decir una administración conformada por los más ineptos (los más incompetentes, los menos calificados y los más cínicos),​ de un determinado grupo social.

No otra cosa significa que como se dice coloquialmente, donde pones el dedo salta el pus. No sólo de los directamente implicados, sino de la manifiesta sinvergüenzura con la que sus adláteres pretenden “justificar” sus tropelías, usualmente interpretando el himno del yo no fui o no sabía o que los de antes también, etc; incluyendo las de los altos cargos que inmediatamente ponen en marcha aquello de que la pita ser rompe por su parte más débil o a través de los fusibles destinados a achicharrase, anunciando que se “investigara caiga quien caiga”, “cero encubrimiento” y demás estrategias envolventes. No es que tal estado vomitivo del arte sea nuevo, pero sin duda, los últimos años, el sistemático desmadre va in crescendo. Pareciera que ha prácticamente permeado todo el tejido social y no sólo a quienes medran del poder.

Y aunque las causas obedecen a muchos factores aquí imposibles de desarrollar suficientemente, uno de los principales sin duda alguna radica en el populismo del que están infectados los últimos gobiernos, especialmente aquellos que han perdurado los años recientes. Una de las víctimas favoritas de esos desgobiernos son las instituciones o la institucionalidad, puesto que estos entendimientos han sido creados precisamente para evitar que la voluntad de algún caudillo, tirano o lo que se llame, prevalezca por sobre la Ley. Por oposición, se anhela un gobierno de leyes y no de hombres, que por muy populares, hasta sabios o infalibles como suelen ser propagandeados por sus atawathos, en tanto seres humanos, son siempre seres muy limitados, peor cuando deliran creyéndose insubstituibles, superiores o hasta asimilados a alguna deidad. Ni que decir si apenas superaron la escuela básica, aunque no necesariamente, un Doctorado asegura resultados.

Así las cosas, como reza parte de la presentación de “Cómo mueren las democracias” (Levistski y Ziblatt) hoy la democracia y su otra cara que es el estado sujeto al imperio del Derecho, ya no termina con un bang (un golpe militar o una revolución), sino con un leve quejido: el lento y progresivo desmantelamiento de instituciones esenciales, como el sistema de administración de justicia, la prensa libre y las propias instituciones públicas: ¿O es que piensan que por ejemplo el Tribunal Constitucional es el guardián de la Constitución? ¿Qué la Defensoría del Pueblo defiende al ciudadano, frente al abusivo poder de la administración? ¿Qué el Ministerio Público procede con objetividad o los Tribunales con independencia? ¿Qué la Policía otorga confianza al ciudadano y no le infunde temor y hasta asco? Sensiblemente, ese es el estado del arte y, esa es una de las causas principales de los escandaletes sistemáticos que compiten en nivel de repugnancia ciudadana cada semana. Esos productos del populismo, le están estallando en la cara a sus impulsores y a la ciudadanía toda, por muchos pretextos que se intenten para ocultarlos bajo la alfombra…hasta el próximo que vendrá. Estamos enfermos y sufrimos los inocultables síntomas de un: “Populismo basado en un concepto místico del estado grande, la necesidad del enemigo del pueblo en cada uno de los discursos populistas, la promesa del cielo en la tierra, la presencia de una verdad oficial y el infaltable culto popular al exaltado líder carismático” Antonella MARTY

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo

 


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