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Están todos ajenos a la realidad. Sin excepción alguna. Y lo están porque no tienen un conocimiento mínimo de algo o, sencillamente, no están previniendo aquello que puede suceder, por omisión o negligencia. Los discursos políticos son algaradas. Y sus operadores, fantoches todos, no están ni a un milímetro de las responsabilidades que se requieren en estos momentos complejos.
Esta “ajenidad” es absoluta y está más ligada al comportamiento de un adolescente que a una persona adulta y con criterio formado. Estamos rodeados de políticos imberbes que tienen a una buena parte de la sociedad – en especial a los programas de televisión – acostumbrados a pataleos y berrinches propias de barbilampiños. Y eso que muchos están pasados en años, lo que preocupa aún más, ya que, pese al paso de la edad, siguen ufanos de su ignorancia.
En términos políticos, podría afirmarse que buena parte de nuestra dirigencia hoy desconoce –o no prioriza como debería– los temas que más preocupan a los ciudadanos de a pie. Hay un marcado divorcio abrumador entre los dirigentes y la sociedad. La gente está asustada, cansada y ya no acepta promesas, porque advierte – como nunca y con mucha razón – que jamás se concretarán.
Son todos parlanchines enredados en un torbellino de conductas inmaduras que golpean la estabilidad social, las bases de la democracia y la confianza entre pares y dispares; base fundamental para el fortalecimiento del tejido social de un país.
Han caído – los políticos, claro está – en esta “ajenidad” propia de personas con una marcada minusvalía mental. Sin el ejercicio maduro de la política, no podremos organizarnos para salir medianamente adelante. Sin la madurez política, estamos condenados al estropicio. A tener relojes que se leen al revés. De fumanchus y jilatas anacrónicos. Esta inmadurez es el dique insalvable para llegar a ser una sociedad moderna, cosmopolita, diversa, pujante, libre y sin taras.
Quiero ser enfático en esto: La política demanda la conducta de un adulto, no de un adolescente. La gestión política afecta a todos los estamentos de la sociedad, de la economía, de la institucionalidad, de las leyes, de la convivencia social y; lo más fundamental, a la salud misma de la propia democracia. Mientras sigamos “aguantando” a políticos adolescentes cuarentones y cincuentones que no se hacen cargo de sus errores o intentan un mínimo esfuerzo para rectificar sus conductas, estaremos cada vez más jodidos. Hoy más que nunca los bolivianos demandan altura de miras. Responsabilidad. Juicio y equilibrio. No todo este barullo de mentecatos mediatizados.
El principal inconveniente no radica en las luchas intestinas de unos y otros, en todo caso, sino más bien en el hecho de que la forma está desplazando el fondo. Y si hay una dirigencia política indiferente respecto de los problemas de la gente es porque subsisten sectores – mal llamados movimientos sociales – que se valen de esa anomia para negociar en su propio beneficio en desmedro permanente del bien común.
Bolivia no termina de caer – al fondo del abismo – porque vivimos en una sociedad corporativista, no democrática – en el amplio sentido de la palabra – donde todos funcionan con una lógica propia: mientras el Gobierno no los fastidie y les permita enriquecerse y la sociedad acepte que ello ocurra, la cosa funciona. Mal, pero funciona. Emprender el doloroso camino de hallar una salida para los problemas es romper ese statu quo y ya se sabe lo que ocurre cuando los privilegiados- policías, militares, jueces, fiscales, dirigentes políticos, sindicalistas, gremialistas, contrabandistas, chuteros, expresidentes, actuales presidentes – vislumbran que pueden perder sus privilegios.
Somos un país decadente. Donde todos los políticos han fracasado. Parafraseando a un gran escritor peruano: Somos un país enfermo que no se muere nunca, que siempre puede estar peor. Es una tragedia, porque los países, a diferencia de las personas, no terminan de fallecer: agonizan eternamente.
Un claro ejemplo de esto es el narco que nos envenena a diario. Ha perforado toda la estructura del estado y de la economía nacional. Se burla del gobierno masista. Se ríe a carcajadas porque se sabe segura. Protegida. No existe una lucha denodada contra el narcotráfico. Lo que hay es sociedades y alianzas interinstitucionales. Ellos lo saben. Y nosotros como sociedad, también.
Es momento de reflexionar. De comprometerse desde el lugar que a cada uno nos ocupa. Nadie se salva solo. Nadie cambia algo solo. Nadie crece o genera oportunidades solo. Es el concierto de voluntades maduras y reflexivas, las que hacen el cambio. No la actitud de un imberbe.