OpiniónSociedad

Con el corazón en la mano

Maggy Talavera

Comunicadora y periodista

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Vengo con el corazón en la mano a compartir con ustedes tres historias que parten el alma. Y va en secuencia. Lunes al mediodía. Recibo una llamada de la profesora Raquel, de la escuelita para niños con cáncer que funciona en el Oncológico. Su voz sueña desesperada. Me dice: “Maggy, necesitamos ayuda, urgente… hay una madre al borde del suicidio.”

La profe hablaba de Edita, una mujer que viene luchando cinco años para librar del cáncer a su niño que hoy tiene 12 años. Cuando ya todo parecía ir yendo bien, porque Joel está por quedar libre del cáncer, Edita recibe el diagnóstico que nunca hubiera querido oír: ella misma está con cáncer de mama. Casi en simultáneo recibe otro mazazo: está a punto de ser desalojada del lote que cuida y en el que vive.

Si no fuera por las circunstancias de su vida, Edita debería celebrar el salir de ese lugar, ubicado en Villa Flor, distrito 13 de Santa Cruz de la Sierra, más o menos donde el diablo perdió el poncho. No tanto por los casi cinco kilómetros que la separan de lo que se ha convertido ya en su segundo hogar, el Hospital Oncológico, sino por las condiciones miserables en la que viven ella y Joel: sin agua potable, sin energía eléctrica, sin techo y cama decente. No tiene baño. Ni cocina. Ni comida asegurada.

Pero es lo único que le resta como un lugar donde estar. Por eso su desesperación ante la posibilidad de ser desalojada del lugar por una abogada que se dice propietaria del mismo. Grita y van en su auxilio sus amigos de drama Gerania, también paciente de cáncer, y Mguelito, un joven que es uno de los más fieles voluntarios, tras padecer el drama de un hermano menor diagnosticado con cáncer.

Gerania, Miguelito y la profe hacen una sola fuerza, me llaman y voy. Y vamos al encuentro de Edita, a la que abrazamos, sosegamos y alejamos de cualquier cuerda que amenace a su frágil cuello. Logramos un bálsamo: un parlamentario ayudará a cubrir el alquiler de un lugar digno y más próximo al Oncológico.

No pasan 24 horas cuando recibo otra llamada. Esta vez, de Antonio que acaba de llegar de la comunidad de San Pablo, asentada en la Tierra Comunitaria de Origen en Guarayos, acompañando a Osfin, un avasallado denunciado como avasallador por los avasalladores que amenzan quitarle la tierra heredada de sus antepasados. Parece un trabalenguas, pero es mucho más que eso. Antonio y Osfin gritan sus propios llamados de auxilio. El drama no es menor que el de Edita. Solo es distinto.

¡Qué dolor, los dueños de la tierra siendo demandados en la justicia como avasalladores, nada menos que por delincuentes que gozan del aval y protección de un sistema judicial que premia a los ladrones y asesinos! Otra vez, a buscar ayuda

Ni bien termino de escuchar a Osfin y Antonio, me topo con un drama distinto. Un adolescente curtido por el sol, el viento, el maltrato, se acerca y nos pide plata. Le digo “no, mijito, no le voy a dar plata… lo invitamos a almorzar”. Claro que acepta, desea pollo y pide un plato más para su primo. En la espera voy haciéndole preguntas mientras lo abrazo… me dice que se llama Nilo, que huyó de un hogar donde llegó luego de ser abandonado en alguna canastita. Va contando su drama, sin manifestar emociones. Le pregunto si no tiene sueños. Me mira, calla y luego lanza otra pregunta a modo de respuesta: “¿Sueño?”

Me quedo sin palabras. Solo tengo ganas de llorar, pero me contengo. Lo abrazo hasta que del mesón gritan nuestro número de orden, vamos a recoger el pedido y lo acompaño al encuentro del primo que terminan siendo otros tres adolescentes durmiendo en una acera de la calle 21 de Mayo, cubiertos por una lona que los convierte en seres invisibles. “Gracias doñita”, dice uno mientras disputa con los otros adolescentes las presas de pollos y porciones de papas fritas.

Les acaricio los cabellos, los besos y doy media vuelta, al encuentro de Osfin y Antonio que me aguardan en silencio. De repente sus dramas parecen nada al lado de la mirada vacía de Nilo y la ausencia de futuro. Al lado de una realidad cruel que se campea por la plaza principal de Santa Cruz de la Sierra, esa por la que pasea su soberbia el poder municipal, la indiferencia del poder departamental, el olvido del poder legislativo y una anestesiada vecindad que parece haberse acostumbrado a ver tantos niños en la calle.

Tres al hilo, da para decir. Tres dramas en menos de 24 horas vistos casi al azar y bajo circunstancias tan particulares, que me llevan otra vez a ese estado de indignación, rabia, impotencia y dolor porque nada de lo poco hecho hace pensar que se han resuelto esos dramas. Más rabia aun porque gran parte de los dramas se suceden en las mismísimas narices de los responsables de evitarlos. Lejos de ello, ¡se roban la plata y malgastan su tiempo en disputas absurdas y juegos de poder!

Mientras tanto, como canta Mercedes Sosa junto a Calle 13, en este exacto momento hay un niño en la calle. Y otro y su madre luchando contra e cáncer, en desventaja. Y más de uno siendo desalojado de su casa, de su tierra, de su ser.


*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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