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La licuadora, la motosierra… la Revolución Milei avanza

Tres meses, noventa días no más (no cien días aún) y la Revolución Milei avanza.

José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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Sé que para algunos seré un exagerado. Como para muchos antes de las PASO —sobre todo en la misma Argentina— fue motivo de estruendosa carcajada y burla que alguien dijera que “el Loco que grita en la tele” iba a llegar a la final electoral. Y luego ese “alguien” dijo la víspera del 10 de diciembre que ese día —o los siguientes— las manifestaciones lo voltearían. O que el ametrallamiento de medidas —recortes, devaluación… DNU, ley Ómnibus (o “ley tren” como un político la llamó)…— sublevarían al país. Peor cuando retiró del Congreso —desde Roma con Francisco dijo “retiro” pero nunca “descarto”— la Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos (la Ómnibus) las carcajadas inundaron La Boca.

Sindicatos —siempre felices con el kirchnerismo, que con “Obras Sociales” promovía el enriquecimiento de los paniaguados dirigentes—; medios —los kirchneristas, los prokirchneristas, los “independientes” y también muchos “serios” que no le perdonaron a Milei que les quitara a todos la pauta oficial (subvenciones prebendales manejadas más o menos disimuladamente, en realidad), de la que algunos no más vivían—; artistas —de los buenos algunos pero muchos de los mediocres, todos acostumbrados a las subvenciones para sobrevivir porque su arte no “levantaba”—, y los de la “casta”, entre congresistas —los mismos que se subieron el 30% de salario ahora (a ver hasta cuándo lo pueden mantener)—, gobernadores y políticos, le han estado augurando permanente y rotundo fracaso. Ninguno aprendió la lección que dio Francisco.

Milei o es un suertudo o es un iluminado que hace gambetas a lo Messi, y no peco de exagerado; demos un recuento. Ganó con casi el 56% de los votos y, en medio de los mayores ajustes fiscales y sociales —muy restrictivos para los bolsillos de todos los argentinos—, las encuestas a fines de febrero le daban el 52% de imagen (aunque el apoyo a las medidas era menor y la imagen positiva había caído desde el 59% en diciembre, la expectativa de que “la situación iba a mejorar” era positiva en porcentaje, contando sobre todo con el apoyo de hombres y jóvenes); claro que el manejo de esos datos hacen los medios de la progresía (Página12, recalcitrantemente progre y uno de los que más debió perder subvención, lo presentaba el 08 de marzo “en una franca caída libre”, “interpretando” datos encuestales).

La verdad es que diciembre cerró con los fuertes ajustes urgentes del nuevo Gobierno y el 25,5% de inflación (parte de eso heredada, como lo es el 211,4% interanual) pero en enero la inflación bajó al 20,6% (la interanual, con la herencia anterior, estuvo en el 254,2%) y en febrero la inflación en Buenos Aires ciudad —la nacional se sabrá la semana próxima— desaceleró al 14,1% (dentro de lo augurado por el Ministro de Economía), dejando pronosticar lo que se le ha etiquetado como un descenso escalonado. ¿Será posible ese descenso escalonado hasta llegar a mediados de año a una inflación de un único (significativamente bajo) dígito?, sobre todo porque en lo próximo se esperan anunciados incrementos a las tarifas de los servicios en el proceso de sinceramiento de costos; para muchos analistas económicos, la bajada de los precios de los alimentos de la canasta podría compensar la subida de servicios, sumado a que el precio del dólar no-oficial —el blue— respecto del oficial se ha achicado rápidamente este mes (de casi más de 400 pesos/dólar a menos de 140), descartando prácticamente una nueva  devaluación augurada por alarmistas —o K, que andan de la mano— y permitiendo el prometido final del cepo cambiario. Pero la mayor noticia —en consonancia con la frase favorita de Milei: «que el país deje de gastar más de lo que tiene», bandera para el déficit cero como bandera alcanzable— fue que en enero se logró el primer superávit financiero desde agosto de 2012 y el más alto para el mes de enero desde 2011, gracias a que los ingresos totales subieron el 256,7% contra enero de 2023, por un lado y, por el otro, el Gobierno ajustó el gasto público en el 40% gracias a que redujo el 70% en las partidas presupuestarias en para la obra pública —fuente permanente de corrupción, como fue en la época K— no prioritaria y el 60% de las transferencias a provincias.

Regresando al retiro de la ley Ómnibus, lo que parecía un grave descalabro se convirtió en un fuerte argumento publicitario —«la culpa es de la casta»— y uno bueno de presión a los gobernadores —al retirar la ley, quedaban anulados los acuerdos de compensaciones, transferencias y beneficios negociados con las diferentes provincias y sus parlamentarios.

Pero el sello fue el primero de marzo durante el discurso presidencial de inauguración de la 142ª sesión ordinaria de Congreso convocando para el 25 de Mayo —fiesta nacional argentina— a los gobernadores, expresidentes (imaginemos a CFK y Alberto Fernández “tragando sapos” en ese encuentro ineludible) y líderes de partidos políticos a una gran reunión —por sus expresiones ese momento, posiblemente ni algunos de sus ministros estaban prevenidos del anuncio— para firmar un consenso de 10 puntos que, en palabras del Presidente, establecerían «los Principios del Nuevo Orden Económico Argentino»: el Pacto de Mayo, una revolución programática para la Argentina. Una lectura rápida de los puntos del Pacto —desde ya no-negociables y necesitados de ser precedido por la aprobación de un nuevo Pacto Fiscal y la Ley de Bases— llevan la marca de su carácter fundacional: la inviolabilidad de la propiedad privada; el equilibrio fiscal innegociable; la reducción del gasto público en torno del 25% del PIB; una reforma tributaria que reduzca la presión impositiva, la simplifique y promueva el comercio; la redistribución de la coparticipación federal de impuestos para terminar con el “modelo extorsivo actual”; el compromiso de las provincias de avanzar en la explotación de los recursos naturales del país; una reforma laboral moderna que promueva el trabajo formal; una reforma previsional que dé sustentabilidad al sistema, respete a quienes aportaron y permita, a quienes prefieran, suscribirse a un sistema privado de jubilación; una reforma política estructural que modifique el sistema actual y “vuelva a alinear los intereses de los representantes y los representados”, y la apertura al comercio internacional. Todas coyundas para la casta, quitándole —con mucho— la preeminencia del Congreso en las discusiones con el Gobierno y traspasándosela, sobre todo, a los gobernadores.

Previo a ello —y continuando el cambio de rumbo del Presidente de pasar del discurso confrontacional al de la conciliación, discusión y “mano extendida”—, ayer la Presidencia convocó a los gobernadores a una reunión con carácter preparatorio porque la decisión de un nuevo Pacto Fiscal conlleva el debate sobre qué hacer con el dinero de los impuestos de los contribuyentes, cuánto recaudar y cómo distribuirlos entre los distintos estamentos del Estado nacional y provinciales, lo que lo convierte en eje de las conversaciones con los gobernadores dado la influencia decisiva de cuánto dinero público administrarían (por la hora que escribo, no puedo reseñar aún la reunión). Al comienzo hubo “gallitos”, como Kicillof, el gobernador de la provincia de Buenos Aires y expectante de ser el nuevo líder peronista —ya fue el causante de la multa de USD 16 mil millones impuesta al Estado argentino por la expropiación de YPF—, que anunció no ir pero, a fin de cuentas, se desdijo e irá como todos —hasta los más confrontados, como el de Chubut— van a asistir o estar representados en alto nivel —en casos justificados; posiblemente el apoyo importante logrado por el Presidente de todos los poderosos gremios agrícolas en la reciente EXPOAGRO contribuyó a las decisiones de asistir de algunos.

¿Se logrará el Pacto de Mayo —con la posible extensión para asistir de los sectores industriales y productivos? Yo auguro que sí, principalmente porque es una conveniencia para la supervivencia de las provincias y porque todo lo que se debata estará magnificado en los focos mediáticos, con lo que se le concluirá el tiempo al golpe K de sindicatos camorreros, movimientos K y parlamentarios UP.

La otra trascendencia es internacional. El éxito de la Revolución Milei (perdónenme los amigos neokeynesianos y socialdemócratas, que muchos y respetables tengo) esculcará muchos postulados fundacionales del quehacer de la política, sobre todo regional. Peor para los “bendecidos” liderazgos del populismo socialista 21, comenzando por el vecino norteño de Argentina: nosotros.

Lo que en palabras de Acel Kaiser sería «la última revolución latinoamericana»: la Revolución Milei, será una bala de plata para todos los populismos demagógicos que empobrecen —y han empobrecido— nuestra Región.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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