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Cuestión nacional: Bolivia y la guerra Rusia-Ucrania

Pedro Portugal Mollinedo

De formación historiador, autor de ensayos y análisis sobre la realidad indígena en Bolivia, fundador del mensual digital Pukara

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La guerra actual entre Rusia y Ucrania vuelve a poner en el tapete el asunto de la cuestión nacional.

A principios del siglo XX en Europa fue defendida por muchos la tesis del Partido Socialdemócrata de Austria que proponía una “autonomía nacional cultural” y no territorial para situaciones donde no podía establecerse el modelo triunfante de Estado Nación.

Contrariando el optimismo de Marx en cuanto a la debilitación del fenómeno nacional, los marxistas rusos estaban convencidos de la importancia del impulso nacional, en especial entre los pueblos que sufrían el colonialismo. Lenin y luego Stalin propusieron, para el caso ruso, derechos de autonomía nacional con referencia territorial y política. Fue así como nació la URSS.

Mientras existió ese Estado los problemas nacionales estuvieron minimizados. Contrariamente al enfoque según el cual el sentimiento nacional sería esencialmente cultural, de auto identificación, la experiencia soviética demostró que es más bien un entramado de tipo social, económico e ideológico.

La URSS no fue la Rusia hipercentralizada y opresiva de las otras nacionalidades. Esa versión del imperialismo ruso es en gran parte propaganda intencionada. Rusia tuvo (y seguramente tiene) visos imperiales, pero como los de cualquier Estado cuya fortaleza e ímpetu desbordan hacia entidades vecinas menores. Con ello sigue, solamente, la fatalidad histórica que conocieron franceses, españoles, mongoles, incas y aztecas, por ejemplo. Sin embargo, Rusia nunca fue colonialista. No participó –para ilustrar con un solo ejemplo− en la Conferencia de Berlín de 1884, en la que las potencias occidentales se repartieron territorios y poblaciones de África.

Sin embargo, ese entramado debe forjar una nueva identidad, sin lo cual, desaparecido el poder político aglutinador, el nacionalismo regresa al trote. Mientras existió la URSS no hubo significativos problemas nacionales. Sí resurgieron cuando fue desmantelada. Luego del derrumbe de la URSS, los problemas nacionales resurgieron. Lo sucedido en Yugoeslavia –con la aberración de intentos de limpieza étnica− es un triste ejemplo de ello.

En este horizonte tenemos hoy una Rusia seguramente nostálgica de su pasado imperial, o solamente de su estabilidad de cuando era la URSS. Pero ¿existe un resurgimiento del nacionalismo ruso? Si entendemos el nacionalismo como la exacerbación del sentido de pertenencia e identidad que un individuo o grupo tiene sobre su nación, no existe tal nacionalismo ruso. En realidad, es Ucrania la que padece ese tipo de nacionalismo. Paradójicamente, Ucrania cosecha la simpatía del mundo occidental, mayoritariamente liberal, laico y cosmopolita. Y es que quizás lo que se fermenta en la actual Rusia es una resistencia cultural a la homogenización ideológica occidental que propugna la generalización y homogeneización en base de diversidades artificiales.

¿En qué interesa ello al asunto boliviano? En Bolivia constatamos el fracaso (esperamos solo circunstancial) en la construcción del Estado Nación. Prueba de ello es el tablado artificioso con el sustentamos ese fiasco. Según nuestra nueva Constitución Política del Estado, somos simultáneamente Estado Plurinacional y República. La República surgió como modelo político en la construcción del Estado nación. Nos definimos lo uno, sin haber alcanzado lo otro. Asumiéndonos con los ideales de la modernidad somos al mismo tiempo pre y posmodernos.

La historia nos demuestra que andamiajes asaz frágiles no sostienen el peso de las sociedades cuando estás se mueven en determinado sentido. El esfuerzo de construir nación y el papel que debían haber jugado en ello regiones y etnias, fue soslayado en provecho del mantenimiento de lo privilegios centralistas de una casta colonial altoperuana.

Necesitamos nuevas orientaciones de pensamiento, que no sacrifiquen los intereses propios de crecimiento, unidad y estabilidad, a las modas de pensamiento de las que dependen actualmente nuestras “élites”. En esa distorsión, se ha querido caricaturizar el emprendimiento indígena, en especial el aymara, por ser incomprensible en el marco de las especulaciones pachamamistas del conservacionismo medioambientalista, de la “diversidad”- tal como la entiende la academia occidentalizada-, y del éxtasis contemplativo, como lo difunden los clichés culturalistas. De la misma manera, se ha motejado de “separatista” toda reivindicación regional que busque romper la camisa de fuerza de la burocracia centralista que tiene su poder y legitimidad en la ausencia todavía de verdadera Nación en nuestro territorio.

De no haber nuevos planteamientos y nueva acción que de ello se desprendan, el fervor “nacionalista” que constatamos eclosiona en Europa del Este, puede llegar a convertirse en paisaje, reducido, limitado y doloroso, que sirva de telón de fondo a nuestra final descomposición nacional.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Pedro Portugal Mollinedo

De formación historiador, autor de ensayos y análisis sobre la realidad indígena en Bolivia, fundador del mensual digital Pukara

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