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El atentado contra Cristina

En la sociedad surgida con la tercera revolución industrial es peligroso tener mucho poder. La mayoría no se interesa por la lucha política, pero tiene el prejuicio de que todo poderoso es culpable de cualquier cosa por el hecho de tener poder. El atentado contra la vida de Cristina Fernández cuando llegaba a su departamento debe entenderse dentro de esta realidad, en la que cada vez es más evidente el divorcio del círculo rojo con la mayoría de la sociedad.

Jaime Duran Barba

Consultor de imagen y asesor político.

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En las sociedades democráticas se respetan algunas instituciones que permiten a los poderosos convivir sin morderse mutuamente, como los mandriles y otros de nuestros parientes.

En la mayor parte del mundo no impera la democracia. Desde tiempos inmemoriales existen grupos de machos alfa que dominan la sociedad y establecen lo que es bueno y lo que es malo. Imponen su punto de vista, respaldados por brujos y guerreros que les dan la fuerza física y la conexión con algún dios, necesarios para sojuzgar a los demás.

En las sociedades autoritarias se endiosa a los dirigentes y quien los critica puede ser ejecutado con facilidad. En las sociedades modernas se entiende que los líderes son ciudadanos iguales a los otros, con los mismos derechos y obligaciones, y no les está permitido robar o matar impunemente.

En la sociedad surgida con la tercera revolución industrial se invirtió esta regla, es peligroso tener mucho poder. La mayoría no se interesa por la lucha política, pero tiene el prejuicio de que todo poderoso es culpable de cualquier cosa por el hecho de tener poder.

En la sociedad de la red, individuos creyentes de mitos extraños pueden pasar a la acción

Se desmoronó el respeto por la autoridad, la familia, la escuela y las instituciones en general. Las relaciones entre los seres humanos se transforman todos los días gracias al crecimiento constante de la realidad virtual y al desarrollo tecnológico.

Mientras la mayoría de los integrantes de la sociedad experimentan este cambio y se adaptan a la nueva realidad, muchos dirigentes políticos se sienten más cercanos a Tutankamon que a Elon Musk. Les gustaría ser venerados y embalsamados como los faraones, antes que compartir la aventura de descubrir el mundo y transformarlo. Crean para su entorno de dirigentes y militantes un mundo de privilegios esotéricos, disfraces y ritos que ayudan a mantener el culto. Esta actitud les produce cada vez más problemas, en una realidad que se ha vuelto demasiado humana y efímera.

El atentado contra la vida de Cristina Fernández cuando llegaba a su departamento debe entenderse dentro de esta realidad, en la que cada vez es más evidente el divorcio del círculo rojo con la mayoría de la sociedad.

En los días anteriores al atentado, un militante que tiene el cargo de juez ordenó que la policía se retirara de la zona porque no obedecía a partidarios de la vicepresidenta. A algunos les interesa más en qué partido militan los funcionarios que lo que deben hacer de acuerdo a las normas. Si la policía depende del Gobierno de la Ciudad, debe retirarse, sin que importe la seguridad de los vecinos ni de la propia vicepresidenta.

En la mayoría de los países, cuatro de cinco ciudadanos están cansados de todas las instituciones

En la misma lógica, Cristina dispuso que desaparecieran de la zona las cámaras de seguridad de la policía, porque incomodaban a sus militantes. Hasta donde se ve, la seguridad de la vicepresidenta está más en manos de militantes especializados en armar manifestaciones y en cantar loas a sus patronos, que dirigida por profesionales especializados en esta área del conocimiento. Cumpliendo con la fobia de Alberto en contra de la meritocracia, no son personas preparadas en una profesión, sino creyentes delirantes.

En un país normal, los altos funcionarios están protegidos por servicios de seguridad profesionales, que actúan sometidos a ciertos protocolos y en muchas ocasiones deciden lo que puede hacer o no el funcionario, que debe someterse a sus designios. Durante dos años de mi vida fui funcionario público, secretario general del gobierno ecuatoriano. En un país en guerra con el Perú y con la presencia de miles de guerrilleros colombianos, hubo que respetar una serie de normas y estudiar el tema de la seguridad. Habría sido insensato disponer que la policía se retirara del barrio en que vivía y que se prohibieran las cámaras de seguridad, aunque me parecía incómodo que existieran.

Es obvio que si, en vez de proscribirlas, se reforzaba el número de cámaras en Recoleta, se habría detectado si alguien concurría con frecuencia sospechosa al lugar, quiénes eran sus acompañantes, cuáles eran sus antecedentes, qué hacía.

La escolta de un personaje vip se organiza en anillos, que van desde uno externo, que vigila el entorno más lejano, hasta el más próximo al personaje, que desarma a cualquier individuo sospechoso y que en cuanto se produce un incidente se hace cargo del funcionario para sacarlo de la zona de peligro. El personal de seguridad nunca sabe si quien comete el atentado está solo o si cuenta con cómplices que pueden continuar con su tarea.

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En el atentado de Recoleta ocurrieron cosas insólitas. Quienes debían proteger a Cristina, en vez de vigilar el entorno, miraban arrobados a su conductora. Cuando el perpetrador gatilló la pistola a pocos centímetros de Cristina, dice ella que ni se dio cuenta, y sus custodios la acompañaron varios minutos más, paseando entre la gente, firmando dedicatorias en sus libros. No cabe mayor irresponsabilidad. Lo que debió suceder en ese mismo instante era que ellos cubrieran con sus cuerpos a Cristina, mientras la ponían a buen recaudo en el coche que estaba en el lugar, o que la metieran en la casa.

Hasta lo que se sabe, el autor del atentado es un personaje marginal, criado en un ambiente delincuencial, simpatizante de grupos violentos neonazis, admirador de grupos mágicos. Individuos de este estilo se han liberado con la sociedad interconectada. En realidad, el anarquismo predicado por Steiner, terrorista e individualista, florece en una sociedad en la que un individuo puede vivir sus fantasías sin necesidad de reunirse físicamente con otras personas, conectándose simplemente a pantallas, y encontrar a quienes comparten sus mitos, ayudado por los algoritmos de la red.

Un sujeto semejante asesinó al primer ministro de Japón, Shinzo Abe, en la ciudad de Nara hace pocas semanas. Creía en una serie de supersticiones conspirativas y decidió matar a Abe para combatir el mal. La red, además de servir para difundir y fortalecer el conocimiento científico, difunde enormes cantidades de disparates y promueve la formación de grupos de lunáticos de todo tipo. Cuando estudiamos las declaraciones de quienes tomaron el Capitolio de Washington en los últimos días del gobierno de Donald Trump, constatamos que creían en tesis del todo disparatadas, como que Hilary Clinton dirige una red mundial de pedofilia con la intención de atacar a sus oponentes políticos.

En la sociedad de la red es más posible que individuos creyentes de mitos poco usuales pasen a la acción, sin necesidad de pertenecer a una organización política. Este tipo de marginales es más difícil de ubicar y controlar por parte de los organismos de seguridad, porque son lobos solitarios que actúan sin dejar rastros ni pistas.

Muchos políticos reaccionaron de manera oportunista, trataron de endilgar a sus opositores la responsabilidad de los hechos. La gente común se percata inmediatamente de la manipulación y, en vez de adherir a los que pronuncian ese discurso, fortalece su fastidio con los políticos en general y siente que todos deben irse.

Sangre, sudor y lágrimas

El presidente Fernández acusó por el atentado a la prensa independiente y a quienes predican el odio, como si su amalgama política fuese la mejor expresión del pensamiento de Gandhi. Lo hemos visto con frecuencia atacar a los opositores, para que fueran perseguidos, amenazar con suicidar al fiscal Luciani, incitar a la violencia en todos los tonos.

Apareció acompañado de Estela de Carlotto y Hebe de Bonafini, que nunca hablan de conciliación y solo aparecen para atacar y perseguir. Pablo Moyano viajó a Roma a conseguir la bendición del Sumo Pontífice para organizar paros y demostraciones violentas, coordinando sus acciones con las de otro personaje vinculado al Vaticano, que ofreció cubrir de sangre las calles del país. La paz que predican se inspira en el trabajo de otro Sumo Pontífice de la antigüedad, que fundo el cuerpo de bomberos de Roma, cuando a los cristianos los acusaron de incendiar la ciudad.

La prensa ha estado dedicada por entero a cubrir esta nefasta noticia y los juegos de palabras y trampas de los políticos que, sabiendo que el hecho no tuvo nada que ver con la política formal, tratan de manipular a la gente.

En estos mismos días, un grupo de investigadores está haciendo un trabajo profundo acerca de lo que sienten y piensan los argentinos en esta coyuntura. Es una investigación que se realiza al menos en otros tres países latinoamericanos para tratar de entender la angustia y desesperanza generalizadas que detectamos con las encuestas.

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En todos los países, cuatro de cinco ciudadanos están cansados de los políticos, de los partidos, de los congresistas, de los periodistas, de los curas, de todas las instituciones.

Cuando arrancaba la investigación en Argentina, se sucedieron los enfrentamientos a propósito del juicio por la obra pública en contra de Cristina Fernández, que fue tomando las primeras planas de los periódicos y el tiempo de la televisión con los enfrentamientos en Recoleta.

Al pensar la semana, los investigadores discutieron si era mejor suspender la investigación porque la fuerza de los acontecimientos, y peor con el atentado, corría toda la discusión y no permitiría investigar lo que queríamos, que es lo que está detrás de la desesperanza de los argentinos.

Decidieron seguir con la investigación, porque de todas formas el tema de Cristina podía influir de manera importante en las sensaciones de los argentinos acerca de la realidad.

El resultado fue sorprendente. En la conversación de la gente común el juicio de Cristina, los incidentes de Recoleta y el propio atentado ni siquiera aparecen. Son parte de las discusiones y de los embustes de los políticos, que no tienen que ver con sus problemas.

Los diputados que pelean a brazo partido por ser oradores en la sesión de la Cámara baja, que discutió ayer sobre el atentado, pierden su tiempo. No interesa lo que dicen, y menos sus sutiles manipulaciones verbales para anunciar que el nuevo Gandhi de Buenos Aires es Luis D’Elía.

Son tonterías que solo fomentan la crisis de la democracia representativa.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Jaime Duran Barba

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