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El Reto Fundamental de Santa Cruz en el siglo XXI es Construir una Alternativa para Bolivia

Marcelo Añez Mayer

marczmay@gmail.com

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El día empieza a medianoche porque cuando la oscuridad alcanza su punto máximo ya no puede sino decaer, y  entonces la luz se abre campo. Este 24 de septiembre último se celebró un aniversario más del inicio de la liberación de Santa Cruz de un gran poder opresor. Y aunque muchas cosas parezcan ir mal, es un momento oportuno para ensayar una mirada alternativa a la realidad.

Repetido hasta el cansancio, se sabe que la actividad económica de Santa Cruz, “la locomotora económica del país”, aporta aproximadamente el 30% del PIB nacional. Y además, dato importante, produjo el 76% de los alimentos que consumió el país en 2021. Resultado de décadas de visión, inversión, trabajo y perseverancia. Meritorio y admirable. Una economía floreciente significa oportunidades de prosperar. Y las oportunidades atraen a la gente.

La población de Santa Cruz pasó de representar un 9% de la población boliviana, en 1950, a cerca de un 30% en 2022.  El motor principal de ese crecimiento fue la inmigración interna. Eso ha hecho que Santa Cruz sea hoy el departamento más poblado de Bolivia. El que ofrece más oportunidades de prosperar y de vivir en libertad. El lugar al que viene el resto del país. Porque, así como una persona que deseaba labrarse un porvenir en Bolivia en el siglo XIX debía necesariamente ir a Sucre, y en el XX debía ir a La Paz, ahora, en el siglo XXI, quien desea prosperar y vivir con grados razonables de libertad viene a Santa Cruz. Santa Cruz es hoy nuestra versión nacional del melting pot gringo: esa olla en donde se funden diversas culturas para conformar una nueva civilización. Entonces, no es exagerado decir que en el siglo XXI la bolivianidad se redefine en Santa Cruz.

Al florecer económico le sigue la explosión demográfica. Una vez la gente prospera y es mucha, lo natural es que aspire a tener mayores grados de libertad, de autodeterminación. No es nada nuevo. Ya sucedió antes. Como es sabido, a lo largo del siglo XIX y luego de muchos años de explotación colonial y republicana, los precios de la plata fueron cayendo y debilitando con ello el centro del poder político de entonces: Sucre. Cabe destacar que este poder se hallaba desacreditado por la entonces reciente derrota en la Guerra del Pacífico. Más o menos al mismo tiempo, el auge de la economía del estaño fortalecía a La Paz. Por lo que, terminando el siglo, la élite paceña vio por conveniente y merecido, dada su predominancia económica y demográfica en el país, hacerse con el centro político de Bolivia. Procedió así, pero tomando antes la astuta  previsión de sumar a su causa, mediante engaños, a indígenas andinos (con la promesa de devolución de tierras) y a otros departamentos (con el cuento del federalismo).

Concluida la guerra en octubre de 1899, se instaló en Oruro una Convención Nacional que tenía el objetivo de pronunciarse respecto a una propuesta de reforma constitucional para establecer el modelo federal en Bolivia. Pero los “federales” victoriosos, encabezados por José Manuel Pando, calcularon que no había razón para quedarse con una parte si se podía tener el todo. Y en diciembre de ese mismo año se introdujo en la Convención una moción de aplazamiento hasta “la próxima legislatura”. 123 años más tarde, esa reforma a la Constitución para dotar al país de un régimen federal sigue aplazada. La causa federal fue un engaño. Lo que hubo fue el traslado forzoso del centro de poder del país simbolizado en la condición de ciudad de capital. Algo que en otros países es más bien un hecho administrativo, casi irrelevante, para la Bolivia del pasado ser capital de un Estado unitario significaba el derecho a un manejo abusivo de los recursos de los demás, a un progreso concentrado y excluyente, a un monopolio del empleo público.

Entonces, cuando llega la prosperidad económica y a ella le sucede una explosión demográfica, esos que crean riqueza, que tributan y que son conscientes de su peso demográfico, razonan que no tiene sentido vivir asustados y tutelados desde otro lado. Aspiran a gobernarse a sí mismos. A tener mayores grados de libertad.

Pero la libertad no llega sola, ni es gratis. Tiene un precio. Hay que luchar por ella. Santa Cruz podría pasar de aportar el 30% del PIB nacional a aportar el 50%. O duplicar su población actual. Pero si no se toman acciones dirigidas a adueñarse de su propio destino, nada cambiará realmente. Porque en un sistema democrático liberal, el poder económico influye en la política. Mientras que en las modernas autocracias híbridas —tan de moda en el tiempo que nos ha tocado vivir— es el poder político el que concentra todas las decisiones, el que define quién hace los negocios.  ¿Qué hacer entonces?.

 

  1. Ver la realidad como es, no como fue. Sucesos que se tornaron hitos en la historia de Santa Cruz han modelado nuestra forma de vernos a nosotros mismos. El Memorándum de 1904, la insurrección de Andrés Ibáñez, el Plan Bohan, Ñanderoga. El clamor del chico que le pide al grande, la gesta heroica, el sacrificio, la injusticia. Nos autopercibimos como víctimas del Estado. No sin razón. Sin embargo, las cosas cambiaron. Hay otra realidad ahí afuera. Ya no somos pobres, ni somos pocos. Es preciso liberarnos de esa mirada nostálgica que nos condiciona. Que nos hace mirar por un retrovisor. Y ver las cosas como son.
  2. Abrazar Bolivia. Los cruceños no debemos rechazar al país. Al contrario, debemos darnos cuenta de la oportunidad. En Nicómedes Antelo, Gabriel René Moreno recoge un dicho popular de la Santa Cruz del siglo XIX: “Los enemigos del alma son tres: colla, camba y portugués”. El último por invasor, el del medio en el sentido que se le daba antes al término: alguien de clase social inferior con predominancia étnica indígena. El liderazgo cruceño del siglo XXI debe entender que el enemigo de Santa Cruz no es el colla sino el autoritario, el abusivo. Que no es momento de rechazar Bolivia, sino de abrazarla, de conducirla.
  3. Dar importancia a las ideas. Tal vez por ser una sociedad que por siglos vivió casi exclusivamente de trabajar la tierra y la cría de animales, potenciamos competencias útiles para la época, como la orientación a la acción y la templanza de carácter, por ejemplo. No así el pensamiento o las distintas manifestaciones artísticas. A lo mejor porque eso no era útil, porque estorbaba. Lo que explica en parte nuestra herencia de desconfianza hacia la política y el poco espacio y valor que le damos a las ideas.
  4. Desde esa bolivianidad redefinida en Santa Cruz, construir un proyecto para el país. Pero uno solo, no dos atrincherados regionalmente. Los hechos están. Falta la narrativa. El discurso para el país. El sueño. Una causa, una propuesta. Una que sea elegible democráticamente. Pero que no se embandere con “la cruceñidad”, como si ser cruceño fuese un mérito. O peor: un requisito. Más bien que la propuesta se levante sobre pilares con los que puedan identificarse todos los bolivianos. Una alternativa que esté anclada en principios como el amor por la libertad, por la democracia y por el derecho a prosperar. Un espacio en el que quepamos todos.

Echando mano de una analogía psicológica, podría decirse que la Santa Cruz del siglo XXI es como un elefante que desde chico fue encadenado a una pequeña estaca. Creció con la creencia de que era imposible liberarse de la estaca. Pero puede. De poder, puede. Sólo que no es consciente de su fuerza. Le falta entender que el enemigo no es el colla sino el autoritario, que separarse de Bolivia es inviable, y al contrario: que hay que abrazarla, liderarla. Dejar de despreciar la política y hacerle campo a las ideas. Y, desde una bolivianidad redefinida en Santa Cruz, enfocarse en construir poder político nacional. Esa es la ruta de la autodeterminación cruceña en este siglo, y la esperanza de Bolivia.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Marcelo Añez Mayer

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