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La economía debe mandar a la política; no al revés

Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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Desde siempre – y mucho más aún con la llegada del funesto masismo – obedecer a la economía es una buena señal de parte de los políticos, porque superpone el bienestar, la prosperidad y el crecimiento económico de las personas, por sobre la angurria política ideologizada, que sólo vela por los intereses de unos pocos en desmedro de muchos.

Es común escuchar, especialmente entre los matuteros masistas, que el Estado es el que debe mandar sobre la economía, burocratizándola, corrompiéndola para luego atropellar a la propiedad privada y la inversión, innovación y competitividad de un país. Es el mazo ideológico que golpea sordo a la economía y empobrece a la sociedad. ¿Quieren ejemplos? Ex Unión Soviética, la ex RDA, Rumania, Corea del Norte, Nicaragua, Venezuela, Cuba – quizás el más emblemático de todos, cuya población literalmente mendiga en basurales y donde las casas y edificios son cascarones cayéndose a pedazos frente a la pasmosa inercia de sus jerarcas comunistas trasnochados y corruptos -.

En Bolivia predomina una posición populista pseudo socialista que hace hincapié en logros de corto y cortísimo plazo, de consumo masivo subvencionado en busca de apoyo social, para luego imponer en el mercado medidas unilaterales y arbitrarias ancladas en el poder estatal al que accedieron por elecciones.

Pese a los estruendos que el progreso de las economías libres resuena, estos populistas no comprenden ni escuchan que si la economía no anda bien, la administración política se va a caer, por lo que su ejercicio depende en demasía de la economía y su estabilidad. Muchos otros sostienen lo contrario; es decir, que la política, como dominio de las leyes y control de la fuerza para imponerla, es capaz de mandar y ordenar a la economía. Craso error de lectura y de comprensión, que sólo se explica por su contaminación ideologizada de la realidad.

Baste como ejemplo, lo que está ocurriendo en Argentina: un país malogrado por más de casi cien años de peronismo y todos sus esperpentos creados como el menemismo y el kirchnerismo. En solo una semana la economía empezó a reordenar a la política. A mandar. Después de años en que la política prácticamente desordenó las bases económicas. Especialmente en los últimos 14 meses en que un ministro de Economía (Sergio Massa), hundió hasta el descalabro absoluto casi todas las variables económico-financieras argentinas para ponerlas al servicio de una candidatura presidencial y movimiento político enfermizo como es el kirchnerismo.

Lo realmente curioso de todo este giro es que el inminente ingreso del paquete de reformas de shock del libertario, aunque es todavía prematuro saber si prosperará en su aprobación en el Congreso donde Milei no tiene ningún peso político, hasta el momento ni siquiera el ala más radical de los nuevos opositores absolutos han reaccionado, como se habría de esperar. Quedaron o mudos o desubicados. Y bajo el lema de el que “corta la paga” ni las manifestaciones han sido importantes. La propia población salió a enfrentarlas.

Está claro que se está viviendo el fin de ciclos políticos y el ocaso de aquellos liderazgos vistos como incólumes, ahora se están derritiendo precisamente por haber pisoteado la economía con la ignominia de la política ideologizada.

Una vez que estalle la crisis en Bolivia, que es como un tanque a presión que ya está silbando por todos lados, anunciando la catastrófica explosión, muchos masistas ya quieren desasirse de su proyecto y modelo económico. El propio carcunda de Evo Morales está decidido a masticar lo poco que queda del MAS y escupirlo con tal de imponerse, ciego por su estangurria.

La propia ley de la física lo explica claramente: toda acción está sujeta a una reacción que, si no logra sostenerse y consolidarse en el tiempo, tenderá a morir. La política masista ya no tiene tensión. Ya no convence. Ya no es fuerte. La cáscara de huevo ya está rota y la yema ya se escurrió entre los dientes carcomidos de los actuales operadores de la política y la economía nacional: Arce se ha posicionado – al igual que su excolega Alberto Fernandez, quien salió como un don nadie de la Casa Rosada -, en un simple zaborrero oficialista con mirada de ratón.

Sino es en el corto plazo, muy pronto deberíamos escuchar las palabras prohibidas: ajuste, equilibrio fiscal, analizar la subvención de hidrocarburos, balanza comercial, escasez de divisas y una larga lista de reacomodos económicos. Pero claro, de sólo pensarlas, le provocan escalofríos a los arcistas. Pero sino lo hacen ellos, lo tendrá que hacer el próximo presidente, que tendrá que entender, a la mala, que la economía manda sobre la política ideologizada, y no al revés.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Javier Medrano

Licenciado en periodismo y Ciencias Políticas de la Universidad Gabriela Mistral de Santiago, Chile.

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