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La política boliviana y la “cuadración” del círculo

José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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Las últimas semanas hemos estado bombardeados por si el MAS (cada vez menos IPSP) iba a tener Congreso o “eso” no era Congreso, si la Justicia lo intervenía o no lo intervenía, si el Órgano Electoral lo supervisaba o no lo supervisaba. Al final, el OEP lo supervisó —a pesar de dos recursos pendientes que nos hacen preguntar: ¿llegaremos a saber cuál fue el resultado de la supervisión?—, la Justicia intervino pero aún está en su lento proceso —lo que nos regresa a la pregunta anterior: ¿”eso” era su Congreso?—; en fin, ¿hecho o deshecho?

A pesar de las diatribas feroces contra “traidores” o “renovadores” —¿acaso no era el “Congreso de la unidad”?— y la malquerencia y agresiones a la prensa —el “cartel de la mentira” como bramaba Quintana—, Evo Morales reunió en Lauca Ñ un millar de seguidores (tantos como sus habitantes) que lo alabaron. Pero, a pesar de engolosinar su ego de “insustituible”, si algo quedó firme es que fue la constatación del quiebre: huérfano del Poder estatal —que tiene la Justicia, la fuerza, la platita y algo más—, del TSE de 2019, del Pacto de la Unidad y de la gran mayoría de los medios, el MAS “de Evo” ya no tiene el MAS “de Arce”, que con el Cabildo de El Alto —el arcismo acaba de descubrir el valor y poder de los cabildos que les otorga el artículo 11.II.1 de la Constitución— medirá sus fuerzas.

Pero más allá de los tortazos y bofetadas y las bañadas de cerveza y los empujones y las escupidas y los insultos y los traspiés entrambos y de no saber si se quiebra la sigla —¿cuántos MNR y colitas hubo o cuántos MIR y desgajes?, por citar los más mitóticos— o en la pulseta se la queda Arce, lo preocupante es que nos vamos pareciendo al 1985, cuando la papeleta tuvo 18 candidaturas presidenciales.

Un artículo de El Deber (Tedesqui Vargas, L.M.: “La oposición parte dispersa con al menos nueve posibles candidatos presidenciales”, 04/10/2023) pone en una fila de interesados reincidentes a Samuel Doria Medina, Carlos de Mesa y Luis Fernando Camacho (o un designado), Manfred Reyes Villa y David Vargas, a los que vox populi se agregan  Rodrigo Paz, Vicente Cuéllar, Felix Patzi y (creo) Antonio Saravia.

Vayamos atrás. A finales de 2018 —en las previas finales de la inscripción para primarias—, se urdía una gran alianza opositora: Unidad Democrática —Unidad Democrática (UD): la unión de DEMÓCRATAS, entonces el segundo partido del país en número de militantes inscritos, y Unidad Nacional (UN)— le brindaron la candidatura de la oposición mayoritaria a quien aparecía como armador de un liderazgo más nacional: el expresidente Carlos de Mesa, quien —a pesar de no tener partido— era el más aceptable nacionalmente; pero De Mesa quería que se le sumaran y no sumarse él a compromisos, por lo que no cerró acuerdo. Después de esto, también Doria Mediana descartó mantener UD pero la decisión fue extemporánea: UN no pudo registrar candidato alguno. La historia del período electoral 2019 es bien recordada: nueve candidaturas (una oficialista, una presuntamente filooficialista y siete repartiéndose el espectro opositor). La gran interrogante que me quedó (como seguro a muchos) fue: Si el caudal de De Mesa se hubiera ido arropado con UD (obviando la dispersión que pudo no haber en ese caso), ¿cuál hubiera sido el resultado el 20 de octubre? Quizás la solución: la rosca del Evo (Juan Antonio Morales la llama “una nueva rosca”; yo la denomino “la casta masista” que para nada es indígena más allá del discurso oficial hasta 2019 y luego de 2020 a medias).

Regresemos a 2023 mirando a 2025.

Para la elección de 2020 fueron cinco candidatos y tres se repartieron —no voy a analizar la fiabilidad de padrón— el 97,94% de los votos: el 55,11% para el MAS y el 42,83% para los otros dos candidatos más sólidos. De nuevo “unidad” no fue y, peor, los dos candidatos opositores iban respaldados por acuerdos o alianzas que después resultaron disgregadas —CREEMOS en varias tendencias y COMUNIDAD CIUDADANA similar— y no por organizaciones políticas estructuradas horizontal y verticalmente. El resultado fue una Asamblea Legislativa Plurinacional donde los números obtenidos para las bancadas de las oposiciones evitaron la mayoría del rodillo masista (aún unificado) pero que funcionaron —con meritorias excepciones en ambas— tan dispersas y cainitas como sus matrices.

El 2023 se fracturó el MAS (no digo IPSP aunque pareciera mucho más arcista que evista) por intereses de quién sería el candidato en 2025, mientras sus bancadas (MASArce y MASEvo) se odian frontalmente: ¿cómo han aprovechado —incluso más importante: ¿cómo aprovecharán estratégicamente hasta 2025?— las bancadas opositoras esa oportunidad?

Otro aspecto importante es el antipartidismo que desemboca en un generalizado antisistema (entendiendo partido como casta y ésta como sistema) pero la experiencia de estos años acá y en otros países —pongamos un antisistema en estado casi puro, un anticasta: MIlei, ¿acaso no creó su partido?— nos demuestra que un partido (el único tipo de organización política de alcance nacional que sobrevivió a la Ley N° 026/2016 de Morales, que relegó al resto a ser regionales o circunscripcionalmente indígenas) es más que un grupo de adherentes o seguidores: es estructura, comunicación (vertical y horizontal), liderazgos intermedios, programas, cuadros y su formación, permanente y, sobre todo, el ascenso dentro de la organización y la participación de todos. ¿Cuántos años (y voluntades) tuvo que sumar el MAS (luego MAS-IPSP) para llegar al Poder,  aprovechando (apropiándose) la coyuntura de 2003 y con apoyo externo (Muamar el Gadafi y ONGs de la progresía europea) y de los viejos dirigentes sindicales (como Filemón Escóbar) y comunistas?: nueve desde su fundación en 1997.

¿Dos años quedan? Es poco, peor con espejismos y Hubris… pero no imposible.

O repetimos la rima.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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José Rafael Vilar

Analista y consultor político

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