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En nuestro diario vivir escuchamos con frecuencia expresiones como “ese es un zorro astuto”, “es vivísimo”, “roba, pero hace”, “así nomás es”, en nuestras calles, mercados o espacios de la ciudad, en la prensa tradicional o en los nuevos medios de comunicación.
Y es que crecimos en una cultura donde se resaltan las malas acciones y se invisibiliza lo bueno, donde desconfiamos de las buenas acciones y lo malo es de todos los días. Tienen más viralidad un escándalo armado para promocionar algo o la vestimenta de alguien que las acciones de un compatriota a nivel internacional que pone en alto el nombre de Bolivia.
Esta situación se deriva en cómo estamos desarrollando nuestros valores sociales donde se percibe de manera mínima a personas disciplinadas, generosas o educadas. Aquí nos encontramos con la ironía de que los valores están perdiendo su valor cuando se recompensa al avivado que siempre le busca la vuelta a las normas, el camino fácil, la manipulación de la verdad o maniobra las emociones a las diferentes situaciones, en desmedro del honesto que es visto como débil, vulnerable o anticuado.
En lugares donde se recompensa al vivo que vive del tonto, la repetición constante de cada situación, se convierte en algo normal. Entonces, cabe preguntarse cuál es la interpretación del desarrollo que tenemos o que queremos, reflexionar si se están usando parámetros e indicadores para medirlo como los datos del Producto Interno Bruto, los millones de inversión externa, el ingreso per cápita, las exportaciones o las postales con modernos edificios y grandes centros de compras, o si también se están valorando las referencias éticas y morales de la sociedad, donde aparentemente estamos estancados, porque reinterpretar el desarrollo pasa también por evaluar cómo estamos y cómo vamos en el ámbito ético y moral.
Nuestras urbes están cada vez más tecnológicas pero tienen muchos analfabetos éticos, se habla de ciudades inteligentes o Smart Cities en los encuentros de planificación pero muy poco se discute sobre la inteligencia emocional donde se piense en el otro y los otros. Tenemos una crisis de valores donde el hombre vive en la superficialidad, atolondrado entre los ruidos y las carreras, sin un norte a donde ir y sin saber quién es, y esta situación es grave, porque si cada uno hace lo que quiere sin límites o reglamentos, no sabemos a dónde vamos a ir a parar. O tal vez ya lo sabemos, dadas las condiciones actuales en las que nos encontramos.
Ante esta realidad, es preciso propiciar caminos seguros y firmes a la familia, al colegio, a la juventud y a la sociedad, para buscar valores que den sentido a nuestras vidas, más aún cuando los jóvenes necesitan valores que guíen su existencia y que vayan encaminando sus pasos hacia la realización.
La familia como núcleo social y la escuela como el segundo hogar, tienen el gran desafío de abrir las puertas para que los grandes valores del humanismo cristiano sean tratados en los diferentes ámbitos educativos. La abuela siempre decía que la mejor herencia que los padres pueden dejar a los hijos son los valores porque son los que regirán sus vidas y que en un futuro serán el hombre o la mujer de una sociedad.
Una de las principales causas de la carencia de valores en las personas, es porque muchas crecieron en un entorno familiar en el que no les enseñaron un modelo de persona que represente valores éticos y morales.
Los valores humanos han sido siempre tema importante de análisis por parte de los hombres y mujeres más profundos y más responsables, por ello hoy, cabe que reflexionemos por el rescate de nuestros valores desde el lugar donde estemos.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo
